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LAS LEYENDAS DEL PASTOR DE ALMAS (Primera Parte) – Edgar Colmenares del Valle

LAS LEYENDAS DEL PASTOR DE ALMAS (Primera Parte)

-Hace algunos años, leí un libro cuyos título y contenido recrean magistralmente el universo de la creación poética dedicada a la fauna de Europa y América. Se titula Faunética y es, de acuerdo con el subtítulo, una “Antología poética zoológica panamericana y europea” cuyo “acopio, ordenamiento, introducción, traducciones y notas” estuvieron a cargo de Víctor Manuel Patiño (*1912 / +2001). Son cientos de textos poéticos dedicados a no sé cuántos animales, vertebrados e invertebrados. Fue editada en Bogotá, por el Instituto Caro y Cuervo en 1999.  Su compilador y presentador nació en Zarzal, un pueblo del norte del Valle del Cauca, en Colombia. Él, de acuerdo con sus biógrafos, “es renombrado en el ambiente académico científico por sus aportes al conocimiento de la naturaleza y el hombre de América Latina. Los resultados de sus investigaciones han sido publicados en 116 títulos, 29 de ellos libros. Su capacidad de trabajo e inteligencia constituyen las bases de su labor investigativa a la cual dedicó la mayor parte del tiempo con disciplina, perseverancia y razón”. Además de Faunética, Patiño publicó sendas antologías sobre los árboles, la agricultura, cosas de comer y una cuarta sobre “las mujeres de tres tipos”. Se inició como poeta pero, según sus propias palabras “cuando adelanté mis estudios de agricultura, la vocación cambió de rumbo hacia la ciencia; pero nunca dejé de rendir culto a la poesía. Como los géneros literarios se han venido sucediendo lo mismo que modas, y no he tenido fanatismos por ninguno, llegué a pensar que en vez de producir piezas que no pasarían de ser vislumbres fugaces de una inspiración aletargada, era mejor convertirme en antólogo temático». (Cf: http://nomadas.ucentral.edu.co/index.php/inicio/41-la-pregunta-por-la-modernidad-en-colom%20bia-nomadas-8/642-victormanuel-patino)

Antes de comenzar este diálogo, que será con un interlocutor mítico y místico, quise referirme a este trabajo de Víctor Manuel Patiño por su aporte único dentro de un área del conocimiento que se correlaciona, precisamente, con el tema de este nuevo diálogo de leyenda y, además, porque esta investigación nos condujo a la compilación de una antología que también reúne diferentes manifestaciones de la creación estética (literatura, música, teatro, danza y cinematografía, entre otras) pero, en ella, todo gira en torno a un único signo que actúa como catalizador en una simbiosis donde coexisten y se confunden la historia, el mito, la verdad, la fantasía, la realidad, la magia, la ornitología, las ciencias del lenguaje, la simbología, la pintura, la joyería, la aerodinámica, la cosmogonía, la religión, el folklore, la semántica, la física,  la hechicería, las creencias, la bisutería, la superstición y, en fin, todas las áreas del conocimiento que se adscriben a lo que no dudamos en calificar como un campo semiótico cultural cuyos códigos tienen un único referente que pareciera estar revestido de una aureola misteriosa, de un significado cargado de símbolos ancestrales y de una historia única hecha a base de varias leyendas de alto contenido mítico, filosófico, ético y religioso. De esta antología hemos entregado una copia a nuestro invitado. En ella, además de las creaciones estéticas, incorporamos más de doscientas designaciones que en diferentes países se utilizan para nombrar a este interlocutor tan especial. Este conjunto de designaciones está totalmente documentado en las fuentes webs-bibliográficas revisadas. Desde un punto de vista metodológico, tal conjunto podría organizarse como un campo onomasiológico o como un campo de sinónimos. Sin embargo, dada la naturaleza y función de esta investigación, optamos por una presentación en orden alfabético que, con la venia de todos y de la Academia, por supuesto, pudiéramos denominar Avecé de los nombres del colibrí. Pensamos que tal proliferación de nombres para un único objeto es indicio de esa heterogeneidad lingüística presente en la gestación y posterior desarrollo del español de América. De hecho, en este campo de unidades léxicas que, por pertenecer a diversos dialectos geográficos, pudiéramos identificar como geosinónimos, encontramos nombres primitivos y derivados, simples y compuestos, interpretaciones fonéticas, onomatopeyas, traducciones, copias textuales de términos pertenecientes a otras lenguas diferentes al español y variantes de escritura. En algunos casos es necesario tener en cuenta que quienes escriben, por vez primera, algunos de los nombres indígenas documentados, son españoles influenciados por sus dialectos de procedencia regional y por los nativos que les sirven como intérpretes. Algunos de estos nombres, al igual que el objeto que identifican, son autóctonos y se adscriben a lenguas habladas por algunas de las etnias indígenas esparcidas desde Alaska hasta la Patagonia. Los demás nombres, en su mayoría, son hispánicos y otros, muy pocos, vienen del inglés, del francés, del portugués o de otras lenguas. En algunas de estas voces, presentadas en orden alfabético, hemos incluido definiciones y otras informaciones procedentes de nuestra propia competencia o de las fuentes consultadas. Estas informaciones (enciclopédicas, etimológicas, lexicográficas, históricas o de cualquier otra naturaleza) facilitan la comprensión de las diferentes leyendas que vamos a revisar y, por supuesto, la interpretación de todo ese vasto universo estético que en ellas y en su protagonista estelar se han inspirado.

Entonces, sin más preámbulos, demos la palabra a nuestro invitado, el rey del aire, mensajero de los dioses y pastor de almas. Su Majestad, el Colibrí.

Imagen bajada de https://oculto.eu/leyenda-del-colibri-pescador-de-almas/

-Gracias, Édgar. Gracias, por invitarme y presentarme en este diálogo. Posiblemente alguien al leernos dirá que estás haciendo lo que hizo Antonio José Torrealba en la Historia de Azabache o lo que hicieron Esopo, Fedro, La Fontaine, Iriarte y Samaniego en sus respectivos momentos y espacios. Bueno… partamos de la idea de que todo cabe en la dimensión de la verosimilitud, todo es pensable… y, como te decía, gracias por darme a conocer, a través de esa recopilación de textos que hiciste, ese mundo de las palabras y de las imágenes dedicadas a mis orígenes, mi estirpe, mis peculiaridades físicas, mi comportamiento, mi vuelo, que ustedes califican como espectacular y como único en el mundo de las aves, mi significación simbólica adquirida con el devenir de los años en diferentes culturas y dedicadas también, modestia aparte, a la belleza de mi plumaje fulgurante que, como escribiera el poeta Pablo Neruda, conmueve “esmeraldas encendidas” porque en él yo guardo “las chispas originales del relámpago”. Todo esto, sin duda, me ha convertido en un objeto hacia el cual converge cualquier interpretación. Así como la tuya, hay otra excelente colección de textos de esta misma índole en el libro Así en las flores como en el fuego de Alfredo Mires Ortiz. De este libro y de mi trayectoria, de mi perfil y mis historias, tú y yo hemos hablado extensamente desde hace ya cierto tiempo. Recuerdo que en algún momento me leíste un poema de otro gran poeta, Octavio Paz, quien me presenta, magistralmente, como una “exhalación”. Ese poema de Octavio Paz y la composición musical del maestro Julio Salvador Sagreras, breves, raudas y precisas, me retratan a perfección. Me atrevo a decir que son imágenes instantáneas de mi vuelo proyectadas en secuencia. Tanto Neruda como Paz fueron ganadores del Premio Nobel de Literatura en 1971 y 1990, respectivamente. ¿Puedes leerme nuevamente el poema de Octavio Paz? Y luego… ¿Podemos oír a Sagreras a través de algunos de sus intérpretes?

Quieto

No en la rama

En el aire

No en el aire

En el instante

El colibrí

-Antes de que hablemos de tus leyendas y sus orígenes prehispánicos, de tu trascendencia histórica, de tu simbología y de que revisemos y comentemos algunas de las creaciones estéticas o de los estudios científicos y de otra índole hechos sobre ti, yo quiero preguntarte: ¿entre tantos nombres que tienes, cuál es el más común?

-Tú dijiste que podemos armar un conjunto y sus respectivos subconjuntos con todos esos nombres que me dan. Y creo recordar que en algún momento de tu presentación utilizaste el término geosinónimo. Creo entender que con dicho término quieres precisar que una de las causas de esta altísima producción sinonímica obedece a mi distribución por todo el continente americano. En consecuencia, en cada región, según las lenguas predominantes, según las leyendas acerca de mi origen y de las motivaciones de mis nombres, se produce una diferenciación léxica. Si hablamos, entonces, de un conjunto, creo que podemos pensar en la existencia de diferentes subconjuntos organizados a base del origen de cada uno de los doscientos y tantos nombres. Ya tú hablaste de diversos orígenes: voces autóctonas, hispánicas, inglesas, francesas y portuguesas, entre otras. ¿De acuerdo? Pero, además, podemos concebir una organización a base del uso y hablar de un uso general frente a un uso geográficamente restringido. O general frente a especializado. ¿Cuál es el más común? Creo que en lo que se reconoce como la lengua general alternan colibrí, picaflor, chupaflor y, quizás, chuparrosa y tucusito. Son términos que se registran en cualquier diccionario de la lengua española. En cambio, hay un alto porcentaje de términos pertenecientes al uso de un país o a un uso regional o local de ese país. De hecho, en un mismo país, se utilizan diferentes nombres que terminan reconociéndose como propios de un área geográfica en particular. A este orden pertenecen voces autóctonas como causarca, pishko qenti, dznun, guaní, guanumby, huatzitzíl y huitzilín, entre otras, cuyo uso se restringe casi siempre al área de difusión y al nivel de penetración cultural de la lengua indígena de donde proceden. Por supuesto, designaciones como Amazilia manglera, Chrysolampis mosquitus y Trochilidae o Troquilino pertenecen a la nomenclatura científica que se me aplica, a mí y a toda mi familia.

 -Uno de estos geónonimos es sunsún y su variante zunzún que en los Glosarios de Don Lisandro Alvarado se documentan como términos de origen onomatopéyico usuales en Cuba. Basándome en esta fuente bibliográfica te preparé esta información:

SUNSÚN. Sterculia sp. CAMORUCO. –“Corre verde matiz en los tiñosos ‌ ramajes del sun-sun”. (Lazo M., Invierno). || –COLIBRÍ. Voz onomatopéyica, referente al zumbido que hacen en el vuelo estas avecillas. (p. 343). CAMORUCO. Árbol corpulento y frondoso… (p. 91). *COLIBRÍ. Troquílidos de pico corvo, de que hai muchas especies, pertenecientes a los géneros Chrysolampis, Phaetornis, Polytmus, Topaza, etc. El COLIBRÍ topacio corresponde al Ch. Moschitus, a la T. Pira y a la T. Pella, ésta con dos plumas largas que sobresalen en la cola. Ref. Cod., 195. Pájaro-mosca llaman también estas primorosas y diminutas aves. Cf. TUCUSITO, abajo. (p. 131). *TUCUSITO. Este nombre tienen numerosas especies de Troquílidos, particularmente los de pico recto, comunes en el país. (v. g. Chalybura aeneicauda, Chrysurania oenone, Florisuga mellivora, Pollytmus thaumantias, etc.). –“Se le había dado a comer el corazón de un tucusito, tostado y molido, y a beber algunas tizanas adormideras y aromáticas”. Urbaneja A., Cristela e Hilarión. –En mamusi y taulipán, tucuchi pájaro-mosca. Ref. Cod., 195. || –Pájaro pequeño de pico largo, deprimido, encorvado hacia abajo; cola mediana. Pecho azul violáceo, alas y colas negras, garganta blanca, tarsos coralinos, uñas y pico negros. Consérvase en jaula por sus brillantes colores aunque no canta. Barquisimeto. (p. 365). TUCUSO. Voz que no se usa de ordinario sino en composición para designar pájaros más grandes que el TUCUSITO y semejantes a él. En la cita siguiente parecen ser sinónimos. –“Brotaron grandes flores ahora, flores albas que se marchitaban con la aurora, entre el vuelo de las abejas y de los tucusos”. (Cabrera M., La guerra, 229). Del ch. tucuz, pájaro-mosca. || – DE MONTAÑA. (…) D. t. TUCUSO MONTAÑERO o TUCUSO BARRANQUERO. En el Guárico, JILGUERO. Ref. Cod., 195. (p. 365). (Cf. Obras Completas. Caracas: La Casa de Bello, 1984; 2 Tomos).  

-Yo creo que la historia, catalogación y estudio de mis nombres tienen un sentido muy particular en cuanto a que involucran diferentes aspectos del conocimiento. Permíteme ilustrarte con precisión lo que te quiero decir. Actualmente, en el estado mexicano de Michoacán, junto al Lago de Pátzcuaro, hay una ciudad que en una época fue el centro de población más importante del Imperio purépecha. Data del período prehispánico y se dice que fue fundada por el Señor Tariácuri  quien fue el primer monarca de dicho Estado. Se estima que en algún momento de su historia tuvo una población superior a los 30.000 habitantes. Esa ciudad se llama Tzintzuntzan y, literalmente, su nombre, significa ‘lugar donde está el templo del dios colibrí mensajero’. En otras fuentes se afirma que su nombre significa lugar de colibríes. Sin duda, el topónimo Tzintzuntzan es un nombre de procedencia indígena en cuya motivación, estructura y sentido se pone de relieve la compenetración de la historia de las palabras con la historia de los pueblos que las crean y las utilizan. A tal conclusión se llega mediante procedimientos como este análisis morfo-semántico de Tzintzuntzan  que documentamos en Internet:

Tsintsuntzan, significa ‘donde está el templo del dios colibrí mensajero’, que está formado de tsintsun-, radical extendida del término tsintsuni o sinsuni ‘colibrí’; la partícula interpolada o afijo determinativo -tza-, que significa rapidez; y -an, sufijo determinativo de lugar o locativo, que significa ‘donde está asentado el templo de una deidad (identificada con el Colibrí Veloz o el Colibrí Mensajero). El topónimo se refería por tanto al lugar donde estaba asentado el templo de una divinidad. La forma aglutinada /tsintsun-tza-an/ se reduce a ‘Tsintsuntzan’, con el significado de ‘donde está el templo del dios colibrí mensajero’. Los aztecas en su estadía y paso por estas tierras le llamaron al sitio michhuacan, que los frailes evangelizadores tradujeron al castellano como ‘mechoacan’, por eso fray Maturino Gilberti, denominó a su vocabulario, publicado en 1559, ‘Lengua de Mechoacan’, es decir la lengua que se hablaba en ese lugar, donde ellos construyeron su convento franciscano (Investigación morfológica de Salvador Garibay Sotelo). (Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Tzintzuntzan).

-Muy interesante. Una vez más, se pone de manifiesto que detrás de cada palabra hay una historia. Personal o colectiva.

-Sí. Estamos de acuerdo. Quizás por esa razón yo tengo tantos nombres y tantas historias.

-Es verdad. Síguelas contando.

-Se estima que somos más de 340 subespecies. Más de cien de los nuestros vivimos en Venezuela. Aparentemente, tal variedad parece motivar y justificar todos nuestros nombres. A veces no medimos más de cinco centímetros y, entonces, nos llaman abeja o elfo de las flores y a veces nos dicen zunzún o zunzuncito porque al volar producimos un zumbido. Te recuerdo que en su libro Así en las flores como en el cielo, Alfredo Mires Ortiz presenta una lista con muchos de los nombres comunes ý científicos que nos dan. Son cientos de nombres para un único referente. Más adelante, quisiera referirme a esta obra que desde ya califico como excelente. Entonces, si de nuevo me preguntaras ¿cuál es nuestro nombre más común?, yo diría que colibrí. Al menos es el término más utilizado en todas las referencias escritas, gráficas y musicales que tú me has dado a conocer.

-Posiblemente en estos diferentes niveles de uso al término colibrí le siga picaflor que, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, tiene dos acepciones: ‘colibrí’ y ‘frívolo inconstante’. En varios dialectos hispanoamericanos, la segunda acepción se aplica también al término donjuán, definido por dicha Corporación como “seductor de mujeres”. En un trabajo titulado “El picaflor de la gente (Sotar condi)”, Victoria Castro, investigadora y escritora del Departamento de Antropología, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile I, afirma que el nombre principal del colibrí es picaflor y, además, sostiene la tesis de que el colibrí es una deidad regional, pan andina. A fin de demostrar estas ideas, Castro expone:

El significado de su nombre es muy decidor. Escogeré primero su traducción desde el kunza. Sotar o Sutar significa “picaflor” (Vaisse et al. 1896), mientras que la palabra Condi, no se encuentra en los diccionarios; lo más cercano sería Conti, vocablo que según San Román (1890) significa “gente”. En este caso, su nombre sería “el picaflor de la gente”, lo que tendría sentido, tratándose de la deidad regional. Otra posibilidad es que su nombre se enfatice e indique “picaflor-picaflor”, si nos acercamos con la palabra Condi al nombre quechua de esta ave que es Quindi o Quenti (González Holguín [1608 (1952)]:681). Alternativamente, Condi se acercaría al quechua Kunti, que significa “oeste”, probabilidad que también tiene sentido, como veremos más adelante. En todo caso, hay que tener muy presente, que quienes están escribiendo los nombres indígenas son españoles, mediatizados por intérpretes quechuas, y que existen variaciones y parentescos entre lenguas y dialectos nativos de los Andes del sur.

El carácter regional de la deidad me inclina instintivamente y, en primer lugar, hacia la reiteración de su nombre, es decir, “picaflor-picaflor”, conociendo que esta reiteración del nombre permite enfatizar las características de algo, y no es ajena a los grupos indígenas. Por otra parte, la deidad pudo existir efectivamente desde tiempos del Inka o reafirmada como tal bajo su dominio, siendo anterior al Inka. Con o sin reiteración, el nombre principal de la deidad es sin duda “picaflor”. (Cf. https://sora.unm.edu /sites/ default/files/journals/on/v015s/p0409-p0418.pdf).

Por mi parte, creo que en mi país, y sobre todo en la región de donde procedo, el uso del término colibrí alterna con los de picaflor y tucusito.

-Este último lo he oído hasta como apodo. Y el de picaflor como pseudónimo artístico. Por cierto, hace tiempo, conocí a un músico, compositor e intérprete de música folklórica andina. Un peruano llamado Víctor Alberto Gil Mallma (*1928 / +1975) cuyo nombre artístico era, precisamente, Picaflor de los Andes. Se hizo internacionalmente famoso con canciones como “El proletario” y “Corazón mañoso”, entre otras. El 14 de julio de 1975 viajamos juntos por el cielo de los Andes. Nos despidieron más de 100.000 personas. Y… ahora, amigo mío, soy yo quien te pregunta: ¿Tengo yo más de 200 nombres para identificarme o tengo yo más de 200 nombres para identificar los 340 y tantos trajes que tengo?

-Esa es una buena pregunta cuya respuesta dejamos a la imaginación de nuestros lectores a quienes,  a propósito de este tema, invitamos a revisar en Internet o en nuestra antología la página titulada “El plumaje de los pájaros”. A continuación, su majestad, quiero que precisemos el orden de esta presentación, quiero que como pilotos expertos hagamos un plan de vuelo para no perdernos detrás de tus maniobras espectacularmente aerodinámicas. ¿Qué te parece esta proposición?

-Perfecta. Te garantizo que permaneceré Quieto / No en la rama / En el aire / No en el aire / En el instante. Soy el colibrí. Gracias, poeta Octavio Paz, por ese poema y por recordarme, con imágenes labradas sobre la piedra de sol, que:

voy por tus ojos como por el agua,

los tigres beben sueño de esos ojos,

el colibrí se quema en esas llamas,

voy por tu frente como por la luna,

como la nube por tu pensamiento,

voy por tu vientre como por tus sueños.

-Muy bien… Ahora, queremos que nos hables de tu etología, es decir, de tu carácter, de tu comportamiento y de tus habilidades y experiencias. Luego revisaremos, aunque sea rápidamente, algunos trabajos científicos y otros de creación estética particularmente interesantes sobre ti, tu origen, tus leyendas, tu trayectoria histórica y tu significado religioso y simbólico en las culturas prehispánicas y en las contemporáneas. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. Vamos paso a paso. De mí se dicen muchas cosas. La más frecuente se refiere al  colorido de los trajes que uso. Frecuentemente, el nombre con que en determinado lugar me identifican tiene que ver, precisamente, con las combinaciones cromáticas, metalizadas en su mayoría, que luzco en ese sitio. Esa peculiaridad la capta el poeta colombiano Víctor Manuel Londoño (*1870 / +1936) cuando en los dos últimos versos del soneto que me dedica dice: “en frágil haz de refulgentes galas / toda la luz de la creación refleja”. También, una vez más, Neruda fue deslumbrado por esa policromía que, al unísono con mi vuelo y mi pequeñez, despierta admiración y curiosidad entre los seres humanos. En su “Oda al Picaflor”, Neruda nos individualiza con estas imágenes:

Al colibrí volante chispa de agua,

Incandescente gota de fuego americano,

Resumen encendido de la selva,

Arco iris de precisión celeste,

Al picaflor, un arco, un hilo de oro,

Una fogata verde

También, a propósito de nuestro colorido, en pleno siglo XVIII, uno de los fundadores de las ciencias humanas, el filósofo y naturalista Georges Louis Leclerc, Conde de Buffon (*1707 / +1788), escribió:

El pájaro mosca o colibrí merece el primer lugar entre todos los seres vivos, tanto por la elegancia de sus formas como por los espléndidos colores del plumaje.

Las piedras preciosas y los metales más ricos no admiten comparación con  esta joya de la naturaleza, obra maestra de la creación, que al esplendor del plumaje une la gracia de las formas y la extraordinaria elegancia de los movimientos. (En Mires Ortiz, p. 76)

 Así mismo, el poeta, dramaturgo y traductor Francisco Clemente de Althaus Flores del Campo (*Lima, 1835 / +París, 1876), un destacado representante del Romanticismo peruano junto con Juan de Arona, Ricardo Palma, Carlos Augusto Salaverry y Luis Benjamín Cisneros, captó y exaltó en un poema esa gama de matices que nos distingue. Tal poema también lo reproduce Mires Ortiz en su obra (Cf. p. 84) y dice así:

Deslumbrando nuestra vista,

compiten, finos, en ti,

zafir, topacio, rubí,

esmeralda y amatista.

Y eres, cuando al sol tus galas

vas ostentando a porfía,

pájaro de pedrería

o viva joya con alas.

En relación con mi vuelo, es cierto que soy la única ave que puede volar en cualquier dirección, inclusive hacia atrás o con el cuerpo al revés. Bato mis alas unas setenta u ochenta veces por segundo. Y, a veces, hasta más, sobre todo si voy en picada. Cuando cortejo a una dama, por ejemplo, asciendo a cierta altura y luego desciendo a una velocidad que va de 25 a 30 metros por segundo. Cuando asumo que soy el colibrí oreja  violeta alcanzo una velocidad que oscila entre 140 y 150 kilómetros por hora. También es cierto que soy muy territorial, soy un guerrero, por algo se dice que soy el padre de Huitzilopochtli y el náhuatl de la guerra entre los aztecas.  Cuenta una leyenda azteca que un día, mientras  Coatlicue, la diosa de la fertilidad, barría el templo de Coatepec, recogió del piso unas plumas de colibrí y las guardó en su seno. Y así, por obra y gracia de este contacto de sus pechos con mis plumas, concibió y parió a Huitzilopochtli, dios de la guerra, quien luce en el pie izquierdo una sandalia hecha con plumas de colibrí. En una página web que consultamos, esta leyenda se resume así:

Las ancianas de la familia azteca van refiriendo que ya saben en lo que consistirá el milagro. Cuentan que al estar Coatlicue barriendo el templo del dios Mexitli, en Coatepec, repentinamente vino rodando un ovillo de plumas de colibrí; lo cogió, poniéndoselo en el seno, y que el ovillo va a nacer convertido en un niño [en el Dios Huitzilopochtli que significa Colibrí-Azul del Sur], que será de hoy en más el dios de la tribu… El pueblo, y principalmente las mujeres, dudan del hecho, porque hace tres días que han visto a Coatlicue, sin que nada revele en ella la posibilidad del nacimiento. Las ancianas contestan que en esto precisamente está el milagro, y que Coatlicue permanecerá virgen, no obstante el parto. (Cf. http://www.testimonios-de-un-discipulo.com/El-Colibri-representa-al-Espiritu-Santo.html)

-Disculpa que te interrumpa, pero esta remembranza tuya me ha hecho recordar un “texto experimental náhuatl-español” titulado Al divino colibrí izquierdo. Lo escribió el médico, poeta y narrador mexicano Joel Fortunato. (Cf. https://poematrix.com/autores/joel-fortunato/poemas/al-divino-colibri-izquierdo-experimental-nahuatl-espanol). También, en este momento, he recordado otro texto escrito igualmente en náhuatl por el poeta Natalio Hernández, un “artista comprometido con el fortalecimiento de la lengua y su cultura Náhuatl”. (Cf. https://dispoetica.com/natalio-hernandez-icnocuicatl/). En la Antología incluimos el texto original y versiones en inglés, español y francés. Fue grabado por Lila Downs en su álbum Yutu Tata (Árbol de la vida). El poema es, en terminología náhuatl, un Icnocuícatl, un canto que expresa “angustia, tristeza y reflexión sobre la muerte”. Como si fuera una elegía. Con él, en este caso, se evoca la creencia, muy difundida desde siempre en diferentes comunidades autóctonas, de que cierto tiempo después de haber fallecido, el ser humano regresa convertido en colibrí. Dicha creencia es una de las tantas que hay en torno a esa participación protagónica del colibrí en la cosmogonía prehispánica. En una de las versiones españolas que documentamos, leemos:

Mañana,

Mañana que yo muera,

no quiero que estés triste.

Aquí,

aquí yo volveré

convertido en colibrí.

Mujer,

cuando mires hacia el sol

sonríe con alegría,

Allí,

allí estaré con nuestro padre,

y buena luz yo te enviaré.

-Bellísimo ese poema. Y muy buena esa interpretación de Lila Downs. Siempre me conmuevo al oír ese texto. Su sentido de lo trascendente me transporta a la historia de cuando el Pájaro bobo, la perdiz colorada y yo le robamos el fuego a Babá, el rey de los caimanes, que vivía con su esposa, “una rana grandota”, en la cabecera del Orinoco. Te confieso que al leer esa historia evoqué con emoción y afecto ese momento tan especial para mí y para la humanidad y, además, me hizo recapitular otras de mis andanzas de cuando vivíamos en los tiempos del había una vez y de cuando los animales hablábamos. Eran los días en que la mosca y el zancudo se fueron a rodar tierra y dejaron su historia para que tú la rememoraras en tu Cuenta de cuentos. Te digo que en una de esas andanzas se motivó esta historia que también se documenta en Mires Ortiz:

“El zorro nos había robado la coca”, me contaban los comuneros de San Pedro de Casta, en la sierra de Lima. “¡Cómo para vivir sin la coquita, cómo para trabajar!”. La angustia se había hecho presa de ésta y todas la comunidades aledañas. El sagrado wallqui, la pequeña bolsa tejida de la coca había sido robada por el zorro, de puro malo, dejando a los comuneros sin el menor consuelo.

Pero el chupaflor, colibrí, decidió meter el pico. “El chupaflor es lo más honesto que hay, oiga. Él es nuestro mejor amigo”. Así que fue a buscar al zorro.

-¡Compay zorrito, présteme su wallqui pa que usté vea cómo se ve!

El zorro se confió, ¿qué iba a poder hacerle esa criaturita? Y le prestó el wallqui. El chupaflor agarró vuelo y devolvió la coca a las comunidades.

“Por aquí anda, chupando las flores de los sanpedro”. Sanpedro es un cactus alterógeno con cuyos tallos los maestros (“brujos”) hacen la bebida que les permite VER. Y hasta en las paredes de la escuela de San Pedro de Casta se pueden ver ahora pinturas que refieren este relato. (Cf. p. 128).

-Por cierto, en ese extraordinario trabajo de Mires Ortiz que ya citamos hay varias versiones de esa hazaña del robo del fuego que entre los humanos occidentales tiene su antecedente en Prometeo. De hecho, el punto 2.19 de esta obra se titula “El robo del fuego” y en él se hace un recuento de la presencia de este mito emblemático en las etnias de los tupí-guaraní, tobas, matacos y chaquenses de Argentina, Bolivia y Paraguay. “Entre los kunas -dice Mires Ortiz- al parecer quien robó el fuego cuyo dueño era el tigre, fue la iguana y entre los Natchez del bajo Mississipi, se contaba que fue el pájaro Cui-ui (ave de color todo rojo; cardenal) la que trajo el fuego del cielo luego de la gran inundación”. En otros pueblos, esta hazaña se atribuye al cuervo, al martín pescador y a “un pequeño pájaro” que “engañó al oso y le robó el fuego”. (Cf. p. 77). Por su parte, los maquiritares, según la misma fuente anteriormente citada, cuentan que el colibrí es un hijo del dios Wannadi y que en compañía de Garza Blanca fue hasta Amenadiña en Guayana a robar el hierro para repartirlo entre los seres humanos. (Cf. p. 131).

-Bueno… pero… volvamos a la ruta establecida en nuestro plan de vuelo. Te decía que soy un guerrero… Reconozco que soy osado y agresivo cuando se trata de defender mi espacio o a una hembra… Me gustan esas palabras guerreras de Neruda cuando me dice: “eres tan valeroso que el halcón con su negra emplumadura no te amedrenta”.

-Una vez, vi a una hembra atacar y poner en fuga a tres turpiales que osaron pararse en la rama del árbol donde tenía su nido. Los atacó sin vacilar y sin tomar en cuenta que el turpial es, por supuesto, de mayor tamaño y además un guerrero extraordinario con justificada fama de ser un gran defensor de su espacio y de sus pichones. Ya en 1526, en la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo, hay un testimonio de tu osadía y tu valentía. Permíteme también reforzar lo que anteriormente dijiste transcribiendo esta otra afirmación de Mires Ortiz:

Y siempre será poco lo que pueda decirse de su osadía. Viendo un colibrí cualquiera puede asociar su deslumbrante belleza con una marcada suavidad y hasta timidez. Nada más fuera de su lugar, pues han sabido acuñar justificada fama de irascibles, caprichosos y de una valentía a toda prueba. No temen enfrentarse a aves de muchísimo mayor tamaño y atacan a las de rapiña, gracias a su versatilidad sin poder siquiera ser tocados. (Cf. p. 84)

-Édgar, en la vida hay que saber defenderse. Además, en la vida se hace de todo… Y la mía está llena de aventuras. Sagradas y profanas. Continuemos… Soy nativo de América, aunque no hay que descartar la posibilidad de que nuestros ancestros fueran de Europa o de Asia en donde desaparecieron definitivamente. Hoy vivimos diseminados desde Alaska hasta la Tierra del Fuego. Tengo un metabolismo vertiginoso. El más rápido entre los animales de sangre caliente. Mi corazón y todo mi organismo son una máquina perfecta que sabe hasta cuando es necesario hibernar. Hay comunidades enteras que me atribuyen propiedades mágicas. Me utilizan como talismán para atraer la buena suerte y hay quienes ofrendan mis plumas, mi sangre y mi corazón liliputiense en ritos cuyo objeto es recuperar amores perdidos. ¿No recuerdas el autorretrato de Frida Kahlo con un collar de espinas y un colibrí cayéndole sobre el pecho? Hay quienes me atribuyen poderes sobrenaturales, como a cualquier otro animal u objeto convertido en fetiche. Al respecto, en “Colibrí: del sol al corazón”, un artículo de Agustín Escobar Ledesma publicado en Internet leemos: “el chupaflor rojo es para el amor, para atraer al ser querido que huyó con la otra; el azul es para la paz y la tranquilidad en el hogar, y el amarillo es para tener buena suerte en los negocios”. ¿Qué te parece?

-Eso es parte de una práctica ritual ancestral, una especie de culto supersticioso que conduce a las personas a depositar una fe, frecuentemente desmedida, en algo diferente a Dios. Permíteme decirte que en el tercer volumen de la obra Nouveau Monde et renouveau de l’histoire naturelle, publicado por Presses de la Sorbonne Nouvelle bajo la coordinación de Marie-Cécile Bénassy, Jean-Pierre Clément, Francisco Pelayo y Miguel Ángel Puig-Samper, se incluye un importante trabajo sobre este tema. Se titula Les colibris, symbolique précolombienne et utilisations religieuses dans le Mexique actuel y fue escrito por Michel Gilonne. (Cf. https://books.openedition.org/psn/996?lang=es)

-Nuestra única magia radica en nuestro atractivo, en nuestras facultades innatas, no poseemos, en modo alguno, ningún poder para satisfacer peticiones que se vinculan con el ámbito de lo sobrenatural. Pero… bueno… El homo sapiens es el único animal supersticioso. Es mejor que hablemos de otras cosas… Sigamos con el recuento que yo venía haciendo acerca de mí. Creo que es útil recordar que a alguien se le ocurrió decir que no teníamos patas y desde entonces nos llamaron apodiformes. Pero… te pregunto, Édgar: ¿Para qué caminar si yo soy el dueño del aire? ¿Alguien vuela como yo? Nadie. Ni el águila. Ni el cisne. Ni las gaviotas. Ni siquiera las golondrinas.

-A propósito de lo que estás diciendo, permíteme transcribir otra aseveración de Mires Ortiz:

Los tarsos y pies del colibrí son notablemente pequeños, delgados y, aparentemente, débiles, con uñas muy puntiagudas y a veces más largas que los dedos. (Cf. p. 89).

-Es verdad. ¿Vas a agregar algo más? ¿No? Entonces… prosigo… ¿por qué picar o chupar las flores? En principio, porque mi dieta se basa en el consumo del néctar de las flores y uno que otro insecto. Somos, como alguna vez te oí decir, nectarívoros por excelencia, Diariamente, yo consumo una cantidad de azúcar que equivale, más o menos, al 50% de mi peso corporal… Y…

Imagen bajada de: https://ar.pinterest.com/pin/57139489005237331/

-Bien… vamos a cerrar esta parte de nuestro diálogo con la transcripción de un texto de Eduardo Galeano (1940-2015) en el que este periodista y escritor uruguayo sintetiza tu perfil físico y biográfico y, además, recapitula algunas de las misiones que te fueron encomendadas por los dioses desde que te crearon. Este texto se titula “El colibrí”, se incluye en Los nacimientos que es el primer tomo de la trilogía titulada Memoria del fuego y fue publicado en 1982 por Siglo XXI Editores. Los dos tomos restantes se titulan Las caras y las máscaras (1984) y El siglo del viento (1986).  Leamos:

Al alba, saluda al sol. Cae la noche y trabaja todavía. Anda zumbando de rama en rama, de flor en flor, veloz y necesario como la luz. A veces duda, y queda inmóvil en el aire, suspendido; a veces vuela hacia atrás, como nadie puede. A veces anda borrachito, de tanto beber las mieles de las corolas. Al volar, lanza relámpagos de colores.

Él trae los mensajes de los dioses, se hace rayo para ejecutar sus venganzas y sopla las profecías al oído de los augures. Cuando muere un niño guaraní, le rescata el alma, que yace en el cáliz de una flor, y la lleva, en su largo pico de aguja, hacia la Tierra sin Mal. Conoce ese camino desde el principio de los tiempos.

Antes de que naciera el mundo, él ya existía: refrescaba la boca del Padre Primero con gotas de rocío y le calmaba el hambre con el néctar de las flores.

Él condujo la larga peregrinación de los toltecas hacia la ciudad sagrada de Tula, antes de llevar el calor del sol a los aztecas.

Como capitán de los chontales, planea sobre los campamentos enemigos, les mide la fuerza, cae en picada y da muerte al jefe mientras duerme. Como sol de los kekchíes, vuela hacia la luna, la sorprende en su aposento y le hace el amor.

Su cuerpo tiene el tamaño de una almendra. Nace de un huevo no más grande que un frijol, dentro de un nido que cabe en una nuez. Duerme al abrigo de una hojita. (Cf. p. 27).

Sin duda, una buena síntesis de tu historia y de tu personalidad. Pero… Óyeme… Acabo de darme cuenta de que te interrumpí en tu anterior intervención y todavía querías decir algo. Discúlpame.

-Tranquilo. Solamente quería preguntarme ¿por qué las flores? Bueno… esa y otras incógnitas de mi comportamiento te las responderé a medida que vayamos revisando mis leyendas.

Galeano ya se me adelantó con una respuesta.

-Tus leyendas… tú lo has dicho. Tus leyendas…

Dr. Edgar Colmenares del Valle

Academia Venezolana de la Lengua

6 comentarios

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