DOÑA BÁRBARA, LEYENDA DEL LLANO

doña barbara leyenda del llano

John E. Englekirk (*1905 / +1983) fue un destacado hispanista estadounidense, doctorado en la Universidad de Columbia con un trabajo sobre Edgar Allan Poe en la literatura hispánica. En sus primeros años como docente e investigador, trabajó en la Northwestern University y en la Universidad de New Mexico, En 1929, viajó a Madrid a perfeccionar su español en el Centro de Estudios Históricos. De 1939 a 1958 se desempeñó como docente e investigador en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Tulane, New Orleans. En 1958 se incorporó como profesor titular a la Universidad de California, Los Ángeles, en la que se desempeñó como Director del Departamento de Español y Portugués. Es uno de los fundadores del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. También fue profesor visitante en las universidades de Wisconsin (1941-1942), Madrid (1955-1956), Pennsylvania (verano de 1941), Texas (1948), Chicago (1949), New Mexico (1952) y Colorado (1957). Entre sus obras, además del trabajo ya mencionado sobre Poe, se destacan: A literatura norteamericana no Brasil (México, 1952), El teatro folclórico hispanoamericano (Coral Gables, 1957), An Outline History of Spanish American Literature [coautor] (Nueva York, 1965) y De lo nuestro y de lo ajeno (México, 1966). También en los números 51, 52, 53 y 55 de la Revista Iberoamericana publicó una investigación crítico-bibliográfica sobre las revistas latinoamericanas.

El material para escribir “Doña Barbara, leyenda del llano” fue recolectado en junio de 1947 durante un viaje de Englekirk a Venezuela. Dicho estudio fue leído en el 39° Encuentro Anual de la Asociación Americana de Profesores de Español y Portugués que se efectuó en Detroit, Michigan, los días 28-29 de diciembre de 1947. Al año siguiente, fue publicado en Hispania (Vol. 31, 3, 1948, pp. 259270). Actualmente, esa versión en inglés (“Doña Bárbara, legend of the Llano”) se puede consultar en: www.jstor.org/stable/333036. La versión que transcribiremos en esta página, “Doña Bárbara, leyenda del llano”, fue hecha por el Dr. Oscar Sambrano Urdaneta y publicada en la Revista Nacional de Cultura (N° 155. Caracas: Ministerio de Educación; 1962. Año XXV, Nov-Dic., pp. 57-69). Con anterioridad a esta versión de Sambrano Urdaneta, en la Revista Número (Año 3, Nos 13/14, Montevideo, Marzo/Junio de 1951), con el título de “Algunas fuentes de Doña Bárbara”, se publicó una traducción del texto publicado en Hispania. En ella, como nota previa, se aclara que “con autorización del autor, se han suprimido las notas eruditas y algún pasaje en esta traducción a cargo de Hernán Rodríguez Masone”. Esta versión puede ser consultada en: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/englekirk_john/ algunas_ fuentes_de_dona_barbara.htm

Óscar Sambrano Urdaneta (*1929 / +2011​) fue un escritor, ensayista, crítico literario, conferencista y pedagogo venezolano exégeta de la obra de Andrés Bello. A él, a Don Pedro Grases y al Dr. Rafael Caldera se les debe la edición de las Obras Completas de este caraqueño universal, creador de la primera Gramática de la lengua castellana concebida en función del uso americano. También a ellos tres, se les debe la creación de la Casa de Bello, dirigida por el Dr. Sambrano Urdaneta durante muchos años.

Estudió en el Instituto Pedagógico de Caracas y en la Universidad Central de Venezuela, instituciones en cuyas aulas también trabajaría como docente e investigador en las áreas de Literatura hispanoamericana, Literatura venezolana y Análisis literario.

El Dr. Sambrano Urdaneta perteneció al Círculo de Escritores de Venezuela, fue Jefe de redacción de la Revista Nacional de Cultura (1959-1963), Director de la Biblioteca Popular Venezolana, miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo, Doctor Honoris causa de la Universidad de Nápoles y miembro de otras Instituciones, Comisiones y Consejos editoriales. Fue Presidente del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) e Individuo de número (Letra P) y Presidente de la Academia Venezolana de la Lengua. En 1978, ganó el Premio Municipal de Literatura con la obra Poesía contemporánea de Venezuela. También fue productor y animador de programas televisivos de índole cultural, entre los que se destaca Valores que se trasmitía por Vale-TV.

En su obra, dedicada en buena parte a Andrés Bello y a otros personajes como Cecilio Acosta, Rafael Bolívar Coronado y Julio Garmendia es de singular importancia su trabajo sobre este último, de quien fuera su albacea intelectual y de quien rescatara y publicara los manuscritos inéditos del insigne autor de La Tienda de muñecos y La Tuna de Oro. Al respecto, hoy, en cualquier estudio sobre el cuento fantástico hispanoamericano y la cuentística en general, es imprescindible la consulta de dos de sus trabajos sobre quien fuera uno de sus grandes amigos: Del ser y del quehacer de Julio Garmendia (Caracas: Monte Ávila, 1999; 214 p) y Julio Garmendia. Obra completa con “edición, selección, transcripción, notas, cronología y estudio preliminar de Oscar Sambrano Urdaneta” (Caracas: Academia Venezolana de la Lengua, 2014; 482 p.) Además de estos dos trabajos sobre Don Julio Garmendia, su Poesía contemporánea de Venezuela y numerosos ensayos y artículos, el Dr. Sambrano Urdaneta publicó:

Cecilio Acosta, vida y obra.
Apreciación literaria.
«El Llanero», un problema de crítica literaria.
Cronología de Andrés Bello.
El epistolario de Andrés Bello.
El Andrés Bello universal.
Verdades y mentiras sobre Andrés Bello.
Aproximaciones a Bello.
Literatura hispanoamericana (en colaboración con Domingo Miliani).

En 1969, en el Departamento de Castellano, Literatura y Latín del Instituto Pedagógico de Caracas, Oscar Sambrano Urdaneta, Manuel Bermúdez y yo fundamos la Cátedra de Análisis Literario cuya oficina funcionaba en un espacio que yo bauticé como La mata de guaco. Luego, los tres compartiríamos espacios en la Academia Venezolana de la Lengua y con Oscar en la UCV y en la Casa de Bello. Fue allí, en la Casa de Bello, en 1984, donde invitado por Oscar hice mi primera presentación sobre el Diario de un llanero e hice referencia a “Doña Bárbara, leyenda del llano” de John E. Englekirk valiéndome, por supuesto, de la versión hecha por Oscar y publicada en la Revista Nacional de Cultura en 1962. Con anterioridad a mi presentación, Elizabeth Fuentes y Luis Alberto Crespo habían publicado en el Papel literario sendos artículos sobre Torrealba y sus Cuadernos (El Nacional, 19/02/84). Luego, Manuel publicaría, también en El Nacional, un artículo que tituló “Los escritos de un caporal de sabana” (26/05/84). En enero de 1983, la profesora María Teresa Rojas, Directora del Instituto de Filología Andrés Bello de la UCV, contactó al Dr. Englekirk y le expuso el proyecto en el que trabajábamos a fin de editar el Diario de un llanero. Tres semanas después recibimos su respuesta. En la nota que escribe como presentación del Diario, en el Tomo 1, p. VII, la profesora Rojas rememoró la carta de Englekirk en estos términos:

En el conjunto de cuadernos que trajo Rosenblat era evidente que faltaban algunos. Por esta razón, cuando iniciamos el proyecto de publicación nos pusimos en contacto con John   Englekirk quien en su trabajo “Doña Bárbara, legend of the llano” publicado en Hispania en 1948, había dado noticias de la existencia de los manuscritos. En efecto, Englekirk viajó a Venezuela a mediados de 1947 con el propósito de encontrar al baquiano que había dado a Gallegos esa vivencia tan veraz del llano apureño. Englekirk tuvo mejor suerte que Rosenblat y pudo conocer al “último de los otomacos”. En carta personal que me dirigió en 1983, Englekirk no pudo dar razón de los cuadernos que faltaban aunque afirmaba que eran miles de  páginas, y calificó los manuscritos como “memorabilia that Antonio Jose so generously placed at my disposal the several days I spent witch him”. En otra línea describe su visita a San Fernando como “the brightest and the most fruitful of  my travels”.

Ese mismo año, el 30 de septiembre, en Los Ángeles, fallecería  el Dr. John E. Englekirk, el hispanista que por vez primera habló en otros países de los Cuadernos y Libretones de Antonio José Torrealba. En el 2011, un 14 de junio, fallecería quien había dado a conocer el estudio de John E. Englekirk sobre un baquiano de novela que se llamó Antonio José Torrealba. Antes que Oscar ya habían fallecido Manuel y María Teresa. Y, como diría Violeta Parra en su propia voz o a través de la voz de uno de los muchos intérpretes de su Gracias a la vida, gracias a la vida por haberme permitido que ellos fueran mis profesores, mis amigos y mis compañeros de oficio.

 

Dr. Édgar Colmenares del Valle

Academia Venezolana de la Lengua


DOÑA BÁRBARA,

LEYENDA DEL LLANO

JOHN E. ENGLEKIRK

 

Versión de

OSCAR SAMBRANO URDANETA

 

A 270 millas al Sur de Caracas, se llega a San Fernando de Apure,1 la soñolienta capital del Llano. Amodorrada sobre una sabana ribereña del mayor tributario del Orinoco, la ciudad está situada tierra adentro a unas seiscientas millas del mar, en el corazón de una de las más extensas regiones llanas de las Américas. En esta dilatada pampa de aproximadamente 250.000 millas cuadradas, el Llano por excelencia es el del Guárico y el del Alto y Bajo Apure2 Y al Sur de San Fernando, después de recorrer unas 40 millas de arenoso camino se llega al orgullo de Apure, el Hato de la Candelaria.3 Con unos 100.000 caballos e incontables reses cimarronas, los límites de este afamado hato traspasan el Arauca y, más allá abarcan cerca de 275.000 millas cuadradas de llanura venezolana. La Candelaria era ya una finca de cierta extensión4 en los días en que Páez, Bolívar, Boves y Morillo hacían historia sobre estos mismos llanos. Al cambiar el siglo, el hato pasó a manos de Juan Vte. Gómez, y antes estuvo en poder de Cipriano Castro, creciendo para alcanzar sus proporciones actuales gracias a la adición de numerosos ejidos y terrenos vecinos. Tierras antaño cultivadas o pastizales se convirtieron en imperio del caballo salvaje y del ganado cimarrón, de la “Onza, Tigre y León”, de las aves y del venado. Y en tiempos de Gómez, antes de la estación de las lluvias, numerosas partidas solían visitar este paraíso para cazadores que es La Candelaria.

Rómulo Gallegos estuvo entre los que participaron en una de estas excursiones durante la Semana Santa de 1927. Aquél era su primer viaje al llano. La Trepadora (1925) había sido bien recibida5 y Gallegos estaba entonces trabajando arduamente en otra novela. Pero antes de darle cima necesitó material auténtico sobre el llano, lo suficiente como para que la corta visita que en el curso del relato haría a San Fernando, el personaje principal tuviese visos de autenticidad. Pero este personaje jamás ingresó a las páginas del inconcluso manuscrito, ni el relato fue publicado. Gallegos abandonó el tema por otro que siempre lo había tentado desde que un cuarto de siglo antes escribiera Los Aventureros,6 en los cuales había representado la barbarie y la civilización como “las dos fuerzas contrarias que mueven el cuerpo social venezolano”.7 Fue en La Candelaria y en San Fernando de Apure donde primero escuchó el relato de la entonces casi mítica mujerona, a la que encontró más apta para simbolizar en ella las fuerzas de la regresión y la barbarie.

La idea progresó rápidamente. El joven caraqueño que había ido a pasar sólo unos pocos días en el llano y a regresar luego a Caracas, permanecería en Apure y en el Arauca “para contribuir a la destrucción de las fuerzas retardatarias de la prosperidad del Llano”.8 Don Rómulo trabajó febrilmente durante los ocho días de su permanencia en la región. Encontró guías voluntarios y aptos que estaban en capacidad de informarle todo lo relativo a los variados aspectos de la actividad de un hato: el rodeo, la herrada, la doma, la recolecta, el paso de los ríos; y halló asimismo muchas lenguas ansiosas por desatar su ovillo de cuentos de hazañas, de pleitos entre familias, de las costumbres y supersticiones del llanero, en un idioma chispeante y en coplas que Gallegos transcribiría con tanta fidelidad que un crítico llegó a expresar: “Nunca se habían contado en Venezuela estas cosas del Llano con tanta exactitud con tanta lealtad, con tanto fervor…”.9

Un mes después de haber regresado a Caracas, las primeras galeradas de una nueva novela salían de la imprenta. Pero Don Rómulo no estaba satisfecho con lo que había escrito, ni le agradaba el título de La Coronela. El inicial y espontáneo estallido de la inspiración y el entusiasmo parecía haberlo conducido a resultados insatisfactorios. No tenía ni humor ni disposición de ánimo para trabajar penosamente en una historia que no se urdía con la espontaneidad deseada por el autor. El argumento se le ocurrió de repente. Gallegos lo había vislumbrado en su viaje de regreso a Caracas, lo fue meditando y madurando en largos y solitarios paseos, y después, sin esquemas ni notas, escribió febrilmente capítulo tras capítulo hasta que las primeras pruebas comenzaron a salir de la imprenta. Esta es su técnica. Un argumento debe alcanzar su forma final casi subconscientemente, espontáneamente, a medida que se va escribiendo. Y cuando un capítulo está ya redactado ha de ser publicado como quedó, porque a Don Rómulo no le gusta enmendar. Si está en vena prefiere rehacer la página o el capítulo entero, cuando el tema vuelve con más frescura a su imaginación. La Coronela lo iba desilusionando cada vez más a mediada que leía aquellas primeras páginas impresas. El título carecía de la fuerza y del simbolismo de sus novelas anteriores. Repentinamente perdió el entusiasmo por la tarea y ordenó que no se siguiera imprimiendo la obra. La Coronela quedó nonata.

Poco después Don Rómulo acompañó a su esposa a Bologna para hacerla someter a una intervención quirúrgica. En Italia, durante la convalecencia de Doña Teotiste, Gallegos retomó al abandonado manuscrito de La Coronela, y se dedicó a revisar y a rehacer capítulos enteros. Finalmente dio con un título que iba a situar su novela junto a los otros nombres felices de las obras maestras de sus colegas americanos: Los de abajo, La vorágine, Don Segundo Sombra. A principios de 1929, después de tres meses de inspirada labor, Doña Bárbara estaba lista para los editores de Barcelona y para la aclamación mundial.10

Apenas ocho días en el llano y sin embargo Gallegos había escrito una novela que provocó declaraciones como ésta, emanadas de críticos que desconocían el fondo y los antecedentes de la obra: “Don Rómulo Gallegos ha vivido, sin duda, la vida amplia y libre del inmenso llano y sabe reflejarla en sus múltiples aspectos con una sobriedad y un verismo bien poco tropicales, por cierto”.11 Sólo en una oportunidad12 –y no en ninguna otra– el autor sugiere que Doña Bárbara nació de los contactos vivos, de las leyendas y de los hechos recogidos en aquel corto viaje al Apure en 1927. Invariablemente los críticos celebrarán a Don Rómulo como “el que forjara la ficción de la hombruna Doña Bárbara”,13 y uno de ellos incluso se excede hasta el extremo de insistir en esta ficticia apariencia de la heroína como punto de partida para el intento de sustentar cargos de plagio y falta de originalidad.14 Diversos críticos de renombre tanto colombianos como venezolanos, han visto ya la forma de refutar las acusaciones de que Doña Bárbara “era un plagio de La Vorágine porque allí también hay bongos”…15 ¿Qué repudio a tales cargos infundados resultaría más efectivo que un informe de cómo procedió Gallegos con su relato y sus personajes?

Encontrábase Don Rómulo de humor locuaz en un atardecer de junio de 1947. Estaba cooperando en la construcción de una pequeña dependencia en la parte posterior de su hogar, la quinta “Marisela”, situada al pie del Ávila, en los aledaños de Caracas. Invirtiendo el producto de la venta de Doña Bárbara, ayudaba con sus propias manos en la construcción de “Marisela”. Aquella era su forma de descanso en los atareados días en la casa central de Acción Democrática, partido que él presidía, y del cual era nuevamente candidato a la Presidencia de la República –“el candidato del pueblo”– igual que en 1941, cuando el Estado Apure lo proclamó como “el hombre que no tiene otra cosa que un libro bajo el brazo”.16 A propósito de aquel libro y del leal apoyo que le prestaban sus amigos llaneros, Don Rómulo evocó sus días de La Candelaria. Antonio Torrealba, dijo él, conocía el llano y el llanero como ningún otro en San Fernando. Fue Antonio quien le sirvió de guía y de constante compañero en 1927, quien lo presentó a sus amigos en el hato, y quien le proporcionó una extensa colección de coplas y de otras formas de versificación popular que hallarían sitio en Doña Bárbara y más tarde en Cantaclaro.

Antonio José Torrealba Osto es fácilmente identificable en el peón Antonio Sandoval que da la bienvenida a Santos Luzardo en Altamira. Lo mismo que el Antonio real, el Antonio de la novela está siempre a mano cuando Santos necesita del ponderado consejo de un viejo conocedor de las rutas del llano y de su gente. Antonio Torrealba vive ahora en San Fernando a donde llegó procedente de La Candelaria unos 17 años atrás. No se presta a confusión su “cara redonda de color aceitunado”. El tiempo, indudablemente, ha tallado a este “araucano buenmozo”, que se acerca a los 50 años. Su estatura mediana y su pie izquierdo estropeado parecen acentuar sus 200 libras de peso, y desmentir que fuera el Antonio guía y consejero de otros días. Actualmente trabaja en una joyería, donde limpia y pule cuando no está regalando a cuantos le escuchan con cuentos de la vida llanera, o llenando libros de contabilidad con coplas de la tradición oral o de su propia cosecha. Uno de estos libros está repleto de observaciones sobre tipos y costumbres populares que, según él dice, están cambiando rápidamente si es que no desapareciendo ya para siempre.

Antonio nació de madre india y era descendiente por la vía paterna de los primeros pobladores españoles de Santa Rita, el hato de su padre, situado al Sur de San Fernando. Se desarrolló en el monte y en la sabana. En la época en que Gallegos y sus amigos visitaron La Candelaria en 1927, Antonio había llegado por esfuerzo propio a una posición de responsabilidad como asistente administrador del hato. Su regocijo y su orgullo, acentuados por los años, consisten ahora en evocar todos sus momentos con Don Rómulo, en identificar nombres de lugares y de personajes en Doña Bárbara, y en detallar cualquiera de las escenas o sucesos que Gallegos roza apenas en la novela.

Melquíades Gamarra, el “brujeador”, según él dice, era Juan Ignacio Fuenmayor, “muy hábil y muy respetado pero tan vil como en la novela”. Balbino Paiva, el mayordomo escogido por Doña Bárbara para Altamira, era Eladio Paiva del Alto Apure. Encarnación Matute era un tal Encarnación Contreras. Los Mondragones fueron tres vaqueros de este nombre, los cuales de hecho llevaban los rudos motes “Onza, Tigre y León”. Y Ño Pernalete era Diego Pernalete de El Tinaco, “auténtico y autoritario”17 bajo las órdenes del déspota Pérez Soto. Aquellos a quienes Antonio identifica con verdadero calor fueron sus viejos camaradas de los días de La Candelaria; son ellos, por supuesto, los que se mueven en torno a él en la novela, los luzarderos de Altamira. Carmelito López –“de los nuevos; pero luzardero, también, hasta los tuétanos”–18 no es otro que Antonio José Zapata. El viejo Melesio, padre de Antonio Sandoval, “anciano de piel cuarteada, pero con la cabeza todavía negra”,19 era Brígido Reyes, patriarca también de una larga familia. El cabrestero María Nieves, “llanero marrajo hasta en el nombre, que parece de mujer”,20 era Rafael Anselmo Luna, quien llegó a La Candelaria después de cumplir un período de servicio militar. Y finalmente está Juan Palacios, nacido como Pablo Mirabal, el “zambo contento, canilludo, y quien también podía decir como su semejante en la novela: “Las palabras son para decirlas”.

Pero Antonio se vuelve más locuaz cuando la conversación gira sobre las canciones del llano y sobre sus compadres de Cantaclaro. Ramón Nolasco, “el mejor arpista de todo el cajón del Arauca”22 era el popular arpista y cantante Pedro Tovar, quien vive todavía en edad muy avanzada. Ramón Páez, hijo del Gral. José Antonio Páez, atestigua la existencia de “muchos improvisadores famosos” entre los llaneros, y cita nombres célebres de aquellos tiempos como “el negro Quintana, viejo Sargento de la Guardia”, y un tal Sarmiento, “Caporal del hato de San Pablo”.23 Incluso un precipitado viaje al llano proporciona a cualquiera la oportunidad de constatar esta rara dote de todo llanero, ya sea que se encuentre en San Fernando y por casualidad se introduzca en la joyería para contrapuntear con Antonio, o ya forme parte del grupo de vaqueros que Gallegos describe en su colorido capítulo “Las veladas de vaquería”: “Al atardecer llegaban los vaqueros en grupos bulliciosos, empezaban a decirse algo entre sí y terminaban cantándolo en coplas, pues para cada cosa que se necesite decir, hay en el Llano una copla que ya lo tiene dicho y lo expresa mejor…”24

El más apreciado de todos los cantadores venezolanos fue Florentino, el semi-legendario bardo del Arauca, quien, como en la leyenda de Santos Vega, “todo lo dijo en coplas y a quien ni el mismo Diablo pudo ganarle la apuesta de a cuál improvisara más”.25 En Doña Bárbara, y también en Cantaclaro, Gallegos observa que cuando un cantador se quedaba atrás en la improvisación, “para salir del apuro se echaba mano de Florentino”.26 Y Antonio añade que en el Llano cualquier buena copla es atribuida al bardo araucano.

El libro de Antonio está lleno de coplas, galerones, joropos, septillas, corridos, “diálogos” o “contiendas”, muchas de su propia cosecha, algunos buenos, otros, forzoso le es admitirlo, malos o más bien escandalosos. En dicho libro puede encontrarse también una larguísima versión del popular “Zamuro”, muchas de cuyas estrofas incluyó Gallegos en su excelente descripción del baile.27 Hay en ella la legendaria contienda entre Florentino y el Diablo, cantada en casi toda reunión. “La Chipola”28, a la que Antonio califica como “el joropo nacional del Llano”, está igualmente en el libro de Antonio. Estas coplas no se encuentran en ninguna de las colecciones de canciones populares venezolanas existentes. Gallegos hizo su selección del extenso repertorio que le suplió Antonio, Y de éste provinieron también las coplas cantadas durante el ordeño.29

Florentino, Sarmiento, Pedro Tovar, el tuerto Ambrosio, Torrealba, el negro Quintana, nombres de poetas del Llano. Varones todos ellos. Pero Antonio posee también composiciones hechas por un trovador femenino de nombre Marisela Hortelano, una de las tres notorias mujeres “fuertes” del Llano, donde su fama de hombrunas parece profundamente arraigada. Sus compañeras eran “Chipola” y Carupa. En una composición titulada “Guacharaca y Joraco”, Marisela canta su duelo verbal con el bardo Agamenón, quien la venció. Ella había jurado no casarse jamás con ningún hombre, excepto con aquél que pudiera derrotarla cantando. Pero Agamenón estaba enamorado de otra. Marisela, como Doña Bárbara, rechazaba sus requiebros e incluso propiciaba su matrimonio. Su canción comienza así:

Soy Marisela del Carmen
Hortelano es mi apellido.
Nombre tan raro como éste
en el llano no lo ha habido…

Antonio atestigua que Gallegos no supo nada de esta Marisela, y sugiere que tomó probablemente el nombre –el cual, obviamente, es favorito del autor–30 de una ternera de La Candelaria. Sea lo que fuere, Gallegos confesó que Marisela es pura ficción y que no tiene semejante en el Arauca como la mayor parte de los 42 personajes secundarios, y todos los principales, a excepción de Santos Luzardo, el Coronel Apolinar y Míster Danger.31

Una importante identificación que se le pasó por alto a Antonio fue la de la familia Barquero. Sin embargo, una de sus composiciones se refiere a un hacendado de este nombre. Gallegos asevera que él no tuvo en mente a otro que no fuera Mier y Terán, el propietario y fundador del histórico hato “La Rubiera”32 quien, al igual que Lorenzo Barquero, perdió el título de propiedad de sus tierras cuando se entregó a la bebida. La contienda entre Luzardos y Barqueros le fue sugerida a Gallegos por la famosa lucha entre los Manuit y los Belisario del Guárico.

De nombres de lugares realmente pocos reclaman mención. De aproximadamente cincuenta caños, arroyos, ríos, hatos, aldeas, ciudades y estados mencionados, veinticinco son fácilmente identificables incluso en el mapa más simple, y más de la mitad de lo que resta puede ser definitivamente asociado con sitios reales. Altamira es, desde luego, La Candelaria; el Paso del Algarrobo es el Paso Arauca, sobre la orilla opuesta en la cual están las principales edificaciones del hato; La Chusmita es El Garcero en tierras de La Candelaria; y el Boquerón de la Carama es el Boquerón o Ventana del Venado cerca de Los Cañitos. Antonio asegura que Los Cañitos son El Miedo, el hato de doña Bárbara; pero Gallegos por su parte dice que existe actualmente un hato con el nombre de El Miedo. Éste sin embargo, no corresponde al Hato de Doña Bárbara en la vida real, ni está situado como en la novela, al lado de La Candelaria. Así, pues, los nombres de los hatos son familiares para cualquier llanero de aquellos lugares. Muchos de ellos pueden ser localizados sobre el mapa o encontrados en cualquier libro sobre el llano. José Antonio Páez33 y sus centauros arremetían de uno a otro en sus inspiradas campañas contra los godos. Y más tarde Ramón Páez, como Mendoza y otros, hará también mención de ellos.

Era natural también que Gallegos refiriese los sitios históricos guardados como reliquia en el corazón de todo llanero. Mucuritas y Queseras del Medio34 le acuden de inmediato a la mente cuando busca ejemplificaciones históricas del furor temerario de estos hombres del llano: “El llano enloquece y la locura del hombre de la tierra ancha y libre es ser llanero siempre. En la guerra buena, esa locura fue la carga irresistible del pajonal incendiado, en Mucuritas, y el retozo heroico de Queseras del Medio…”.35 Gallegos captó rápidamente el orgullo nacional del llanero y el significado de la reflexión de Machado sobre este punto: “…por natural compenetración entre el individuo y el medio. El sujeto y el objeto, en nuestro romance resultan más dignas de la trompa heroica Las Queseras que Carabobo, y de mayor importancia las cargas de Mucuritas que la campaña portentosa que llevó nuestras tropas por los riesgos de Los Andes al triunfo de Boyacá”.36

Poco extraña, entonces, que los hombres de Apure hubiesen dado su completo respaldo a Gallegos –“el candidato con un libro bajo el brazo”–. En este libro ellos encontraron una imagen fiel de sí mismos, de sus hábitos y costumbres, de sus problemas y de sus necesidades. En sus páginas descubrieron personajes y tipos fácilmente reconocibles en compañeros y héroes semi-legendarios; y lugares también, mantenidos vivos en su memoria y venerados en sus creencias supersticiosas. He aquí un hombre del cual pudimos apreciar su nostalgia por un pasado heroico, cantado en la balada anónima “Las Queseras del Medio”:

Y suspiro entristecido
pues me parece escuchar
el grito de: Vuelvan caras
en el aire resonar.

He aquí un hombre que pudo conmover el individualismo y orgullo profundamente arraigados del humilde descendiente de estos héroes en potencia que recuerdan que “el llanero no es peón sino en el trabajo”.38 He aquí un caraqueño que les define su tierra natal como “toda horizontes, toda caminos ¡llanura venezolana, propicia para el esfuerzo como lo fue para la hazaña, tierra de horizontes abiertos donde una raza buena, ama, sufre y espera!”.39

Poco extraña, por tanto, que estos hombres de las llanuras hubiesen querido reclamar a Gallegos como suyo, que hubiesen rechazado admitir que él no fuese llanero. Gallegos cuenta el episodio de cierto teósofo a quien halló en uno de sus viaje, el cual, al reponerse de la sorpresa que le causó el desagradable descubrimiento de que el autor de Doña Bárbara no era más que un caraqueño, manifestó apasionadamente su convicción de que si no en esta vida, con toda certeza en otra encarnación, Don Rómulo ¡hubo de haber sido un llanero pura sangre! Y burlonamente Gallegos añadía que temía el regreso a San Fernando, donde sabía que ellos le mantenían ensillado al mismísimo Cabos Negros para que lo montase y domase, como lo hizo Santos, con su entusiasta grito de “¡Denle el llano!”. En este sentido Gallegos también es apto para llegar a ser una leyenda en el llano.

Pero es en torno al carácter de Doña Bárbara donde realidad y ficción tejen una leyenda que responde a la mejor tradición de la llanura venezolana. Los hechos indisputables son unos pocos. En las primeras décadas de este siglo, en unas extensas posesiones a lo largo del Arauca, a unas ciento cincuenta millas entre el Oeste y el Suroeste de San Fernando, vivía una mujer llamada Francisca Vásquez, la cual había ganado fama de ser la hombruna o marimacho del hato Mata el Totumo.40 Debió de haber sido baquiana en los caminos del llano y capaz de competir en habilidad y fuerza con cualquier hombre. En la época en que Gallegos visitó el llano en 1927, Doña Pancha era ya un ente legendario. Posiblemente vivía para aquel entonces. Sin embargo se cree que su muerte ocurrió hacia 1920. Gallegos no habló con ella ni visitó su hato. Antonio Torrealba si la vio muchas veces, y uno puede solo imaginarse qué de historias no le contaría a Gallegos de sus proezas, de sus mañas, de su codicia y de su dominio sobre los hombres.

Todo permite afirmar que Doña Pancha jamás se casó. Antoni asegura, sin embargo, que ella tuvo dos descendientes: uno, una hija de la cual se dice que todavía vive en las tierras de su madre, convertidas hace tiempo en la propiedad de los Hernández Vázquez; el otro, un hijo a quien dio muerte un toro bravo. Pero Mariano Pardo, en el salón del botiquín de la Plaza Páez de San Fernando, negaría que Doña Pancha dejase hijos.

En sus días juveniles, por más de diez años, Don Mariano recorrió a caballo palmo a palmo toda la comarca del Apure. Él conoció a Doña Pancha en su casa de Mata el Totumo. Años más tarde recordaba haberla visto de visita en San Fernando. Asegura él que era pequeña, rechoncha y fea, que vestía de modo desaliñado y con traje masculino mientras estaba en el hato, pero que siempre aparecía limpia y respetablemente vestida en San Fernando. Tanto Antonio como Don Mariano concuerdan en las historias acerca de los numerosos litigios de doña Pancha sobre disputas de límites. Don Mariano afirma, sin embargo, que Doña Pancha no era tan ladina y astuta como la pintaba Antonio; los pleitos que ella tuvo, según él cree, se alargaron exageradamente debido a su ignorancia e incapacidad. Cree él también que como resultado de esto, a menudo Doña Pancha perdió más tierras de las que ganó. Ambos recuerdan el más sensacional de estos pleitos, el cual tuvo lugar en San Fernando en 1922. En esa oportunidad el pleito de Doña Pancha era con Don Pablo Castillo.41 La defensa estaba en manos del hábil abogado “Pensión” [sic] Hernández; el proceso de la causa fue llevado por una figura no menor, según se dice, nada menos que el distinguido poeta y político Andrés Eloy Blanco.42 el juicio resultó ser el acontecimiento culminante de la época. La gente se apilaba en el Juzgado desde temprano, estremecida por la elocuencia de aquellos dos brillantes abogados.

Pronto comienza uno a sospechar que Antonio y otros, desde hace mucho tiempo han confundido la Doña Pancha real de Mata El Totumo con el personaje que más tarde se desarrolló en la fértil imaginación y bajo los extraordinarios poderes asimilativos del creador de Doña Bárbara. Parece ser también que la película “Doña Bárbara”, exhibida por episodios muchas noches en San Fernando durante los últimos años, ha contribuido no poco a la contradicción de las historias y la confusión de los recuerdos sobre la sanguinaria hombruna de veinte años atrás. Hoy es Doña Bárbara la que ha llegado a ser un símbolo y un proverbio incluso entre las muchachas y los concurrentes habituales a los bares de San Fernando. Doña Pancha ha desaparecido; pero Doña Bárbara ha venido a reemplazarla en su carácter de renombrada cacica y “devoradora de hombres “ del Apure.

A la luz de la información aquí presentada y en lo que se refiere a la visita de Doña Bárbara a San Fernando, tan apropiada y poéticamente descrita en el capítulo “La hija de los ríos”, cobra ahora sentido y significación. ¿No está Gallegos tratando de decirnos la leyenda que ha brotado del carácter de Doña Pancha, e invitándonos al mismo tiempo a identificar su heroína con la hombruna de Mata el Totumo? Para los llaneros, al menos, está asociación debió ser inmediata. ¿Y no está intentando también comunicarnos su convencimiento de que Doña Bárbara se convertirá a la postre en parte de la leyenda del llano como lo hizo su inspiradora de carne y hueso? ¿Cómo, si no, podrían interpretarse estas líneas?

Ya, al saberse que estaba en la población, habían comenzado a rebullir los comentarios de siempre y a ser contadas, una vez más, las mil historias de sus amores y crímenes, muchas de ellas pura invención de la fantasía popular, a través de cuyas ponderaciones la mujerona adquiría caracteres de heroína sombría, pero al mismo tiempo fascinadora, como si la fiereza bajo la cual se la representaban, más que odio y repulsa, tradujera una íntima devoción de sus paisanos. Habitante de una región lejana y perdida en el fondo de vastas soledades y sólo dejándose ver de tiempo en tiempo y para ejercicio del mal, era casi un personaje de leyenda que excitaba la imaginación de la ciudad.43

Gallegos mismo admitirá que ya no está seguro de cuánta parte de la historia de Doña Bárbara es la historia de Doña Pancha como él la recogió de la “imaginación de la ciudad”. ¿Pero importa esto realmente? Démonos por satisfechos de saber que hoy en el llano el marimacho de Mata el Totumo y la hombruna de El Miedo se han fundido en uno para “espíritus impresionables y propensos a las sugestiones de lo extraordinario, como los son los de la imaginativa gente llanera”.44 Y así también hoy en San Fernando, para el forastero igualmente imaginativo, “los pasos de Doña Bárbara, sombra errante y silenciosa”, resuenan en su imaginación a través de “la noche soñolienta de bruma… y leyenda”.

NOTAS:

1El aviso del aeropuerto –situado este último auténticamente sobre los bancos de Apure– contiene los siguientes datos de la ciudad: fundada en 1789 por Fray Buenaventura de Benaocaz; altura sobre el nivel del mar, 67 metros; temperatura media 32.78° C (91° F); población de acuerdo con el censo de 1936, 7972 habitantes; está situado a 432 kilómetros (270 millas) exactamente al Sur de Caracas, y dista 427 kilómetros (267 millas) de Santa Rosa del Sarare, la más alejada comunidad del Estado Apure, del cual San Fernando es la Capital. La ciudad puede ser visitada desde Caracas por vía aérea casi a diario durante el año, con posibles interrupciones durante Junio, Julio y Agosto a causa de fuertes lluvias e inundaciones. Los caminos carreteros se ponen intraficables durante el invierno o estación lluviosa, la cual comienza normalmente en Abril y se extiende hasta Agosto. No hay servicio aéreo comercial entre San Fernando y Ciudad Bolívar, y el tráfico fluvial ha disminuido considerablemente en los últimos años. La carga, y el viajero ocasional deben esperar cualquier género de embarcación que les permita la oportunidad de viajar desde el Bajo Orinoco. Actualmente, el comercio de San Fernando compra directamente en Caracas, y ya no depende tanto de las lentas rutas acuáticas. Varias centenas de cabezas de ganado son ahora aerotransportadas a diario de los llanos vecinos hasta el matadero de la ciudad, y desde allí a todos los rincones del país en cuestión de sólo varias horas, desde el corazón de la industria ganadera hasta los más distantes centros de consumo. La crianza de ganado ha sido muy descuidada últimamente, y este hecho se refleja en la escasez de carne, en los altos precios y en el desafortunado intento de importar carne fresca desde Nicaragua. Los vecinos de San Fernando dicen que no hay tanta actividad ahora como en años pasados; y los agentes viajeros rememoran aquellos días en que treinta o más de ellos solían llegar a la ciudad al mismo tiempo.

2Véase: Daniel Mendoza, El Llanero (Estudio de Sociología Venezolana), 1922, pp. 1-8, para una buena descripción del llano, especialmente del Alto y Bajo Apure, basada ampliamente en Codazzi y Humboldt. [Rafael Bolívar Coronado es el verdadero autor de esta obra atribuida falsamente a Daniel Mendoza. Véase sobre el particular el estudio demostrativo de Oscar Sambrano Urdaneta titulado: El Llanero: un problema de crítica literaria, Cuadernos de la Asociación de Escritores Venezolanos, Caracas, 1952. (T)].

3Para apropiadas y coloridas notas tanto de La Candelaria como de San Fernando, véase Erna Fergusson, Venezuela, Nueva York, Knopf, 1939, pp. 216-237.

4Mendoza (1823-1867), op. cit., p. 15: “Los descendientes de éste (Pedro Beroes) fundaron La Candelaria, que desde hace veinticinco o treinta años es también una finca rural considerable”. El Llanero fue escrito alrededor de 1845. [Téngase en cuenta la advertencia contenida en la nota N° 2. El Llanero fue escrito realmente entre 1916 y 1920. (T)].

5Para una temprana pero exhaustiva crítica de la novela, véase: Julio Planchart, Reflexiones de novelas venezolanas con motivo de La Trepadora, Caracas, LitoTip. Mercantil, 1927, pp. 21-36 (reimpreso de Cultura Venezolana, N° 77, Diciembre, 1926): “…disquisiciones… escritas con motivo de las alabanzas y aceptación que ha merecido La Trepadora)”.

6El Cojo Ilustrado, XXI, 1912, pp. 81-85.

7Reseña favorable, sin firma, de Los Aventureros (Caracas, 1913) en El Cojo Ilustrado (Recorte, probablemente 1913), p. 146.

8La meta perseguida por Santos Luzardo en Doña Bárbara (Barcelona, Araluce, séptima edición), p. 29. Todas las futuras citas estarán referidas a esta edición. Dylwing F. Ratcliff, Venezuelan Prose Fiction, Nueva York, Instituto de Las Españas, 1933, p. 259, comenta sobre este hecho que “el carácter de Santos Luzardo está enteramente dentro de la tradición de la novela venezolana”.

9Reseñador anónimo, en Cultura Venezolana (N° 94, 1929, p. 149). Citado por Ratcliff, op. cit., p. 253.

10Doña Bárbara (Novela), Barcelona, Araluce, 1929 (15 de febrero), 350 pp. La Biblioteca del Congreso [de Washington] tiene dos ejemplares. La primera edición no lleva glosario; y todo el texto sufrió una drástica revisión antes de que apareciera la segunda edición en Barcelona, en Enero de 1930. Una ojeada a los títulos de los capítulos de la primera edición, y al orden en que ellos aparecen, dará la medida de la extensión de los cambios hechos: Parte Primera, I. ¿Con quién vamos?. II. El descendiente del Cunavichero. III. Un(o) solo y mil caminos distintos. IV. La lanza en el muro. V. El familiar. VI. Una pregunta intempestiva. VII. El recuerdo de Asdrúbal. VIII. La doma. IX. La esfinge de la sabana. X. El espectro de La Barquereña. XI. La bella durmiente. XII. Algún día será verdad. XII. (Los derechos de ) Míster peligro. Parte Segunda, I. Los amansadores. II Miel de Aricas. III. Candelas y retoños. IV. El rodeo. V. Las veladas de la vaquería. VI. La pasión sin nombre. VII. Soluciones imaginarias. VIII. Coplas y paisajes. IX. La dañera y sus obras. X. el espanto de la sabana. Tercera parte, I. Las tolvaneras. II. Ño Pernalete y otras calamidades más. III. Opuestos rumbos buscaban. IV. La hora del hombre. V. El inefable hallazgo. VI. El inescrutable designio. VII. Los retozos de Míster Danger. VIII. La gloria roja. IX. Planes y visiones de Doña Bárbara. X. La luz en la caverna. XI. Los puntos sobre las haches. XII. La hija de los ríos. XIII. La estrella en la mira. Epílogo. Puede observarse, por ejemplo, que el preciso y estratégicamente ubicado capítulo III de la Primera Parte, “La devoradora de hombres”, no aparece en la primera edición, que el “Epílogo” de la primera se convirtió en el capítulo XV de las ediciones posteriores, bajo el significativo y expresivo título de “Toda horizontes, toda caminos”, y finalmente, que los capítulos I, III y IV de la Segunda Parte, y los capítulos I y X de la Tercera Parte de las ediciones posteriores no aparecen como tales en la primera. Muchas páginas de la primera edición fueron eliminadas por completo en la segunda; innumerables cambios y correcciones fueron hechos, y aproximadamente cuarenta páginas de texto nuevo fueron introducidas, incluyendo el glosario. Una tremenda mejoría en el estilo, gran poder descriptivo, y dramáticos testimonios resultaron de ahí. Parecería, entonces que el texto tal y como lo conocemos ha sido trabajado y revisado como mínimo tres veces. Para una de las más tempranas reseñas, véase Ricardo Baeza en El Sol (Madrid), enero 14, 1930.

11Manuel Pedro González, “Del momento hispanoamericano –A propósito de Doña Bárbara”, Bulletin of Spanish Studies, VII, 27, Julio, 1930, p. 167.

12Véase el elogio de Luis Enrique Osorio en una entrevista con el autor publicada en Acción Liberal de Bogotá por Noviembre de 1936. A la pregunta “¿Cómo nació Doña Bárbara?”, Gallegos respondió: “Nació en un hato de Juan Vicente Gómez: el hato de La Candelaria”.

13Lorely, “Rómulo Gallegos: El escritor y el hombre”, Repertorio Americano, XVIII, 805, Junio 5, 1937, pp. 329 y ss.

14Jorge Áñez, De La Vorágine a Doña Bárbara, Bogotá, Imprenta del Departamento, 1944, 213 pp.

15Ibid., p. 127. Realmente esto fue contado por Rafael Heliodoro Valle después de una entrevista con Gallegos, y publicado en El Dictamen de Veracruz, México, Diciembre 13, 1942.

16Andrés Eloy Blanco en un improvisado discurso de campaña pronunciado en Caracas el 5 de Abril de 1941, y que, según la anotación del taquígrafo obtuvo “una clamorosa ovación”. En este mismo discurso [Andrés] Eloy Blanco hace varias referencias al apoyo de Apure para Gallegos “cuya candidatura ha sido alzada sobre los lomos de los caballos llaneros”. Véase Programa político y discurso del candidato popular Rómulo Gallegos, Caracas, Edit. Élite, 1941, pp. 39-47-

17Pernalete ha pasado a ser sinónimo de los gobernantes inescrupulosos y despóticos. Para el llanero, los Pernaletes son sus “perseguidores del lado del Gobierno”. Véase Fernando Calzadilla Valdés, Por los llanos de Apure, Santiago de Chile. Imp. Universitaria, 1940, p. 169.

18Doña Bárbara, p. 46.

19Ibid., p. 47.

20Ibid., p. 60.

21Ibid., p. 60.

22Ibid., p. 237.

23Escenas rústicas en Suramérica o La vida en los llanos de Venezuela. Caracas, Edit. Sur-América, 1929, pp. 95-123. (Traducción de Francisco Izquierdo de la segunda edición en inglés, 1868, publicada originalmente en Nueva York por Scribner’s en 1862 bajo el título de Wild Scenes in South America, or Life in the Llanos of Venezuela). Véase también [Daniel] Mendoza, op. cit., pp. 16-28 para una buena descripción de los cantantes, canciones y bailes del llano. Mendoza asegura que en su época había más de cuatrocientos coplas “consagradas y guardadas cuidadosamente por la tradición en su arcón oloroso a eternidad”. [Téngase presente la observación puesta en la Nota N° 2 sobre la verdadera paternidad de El Llanero].

24Doña Bárbara, p. 232.

25Ibid., p. 233.

26Loc. cit.

27Ibid., pp. 239-240.

28Ibid., p. 238.

29Entre las muchas relaciones del libro de Antonio, hay una que contiene adivinanzas sobre aproximadamente un centenar de nombres dados en el llano a las vacas de ordeño, tales como Azucena, Noche Clara, Manso Río, Zapatico, Piña dulce, Noche oscura, Claridad, Nube de Agua, Viuda Triste, Carpintero y muchos otros. Otras coplas de este tipo pueden ser encontradas en [Fernando] Calzadilla Valdés, op. cit., pp. 75-81. Los lectores recordarán la inimitable descripción de la escena del ordeño hecha por Teresa de la Parra, llena de coplas, en Las memorias de Mamá Blanca (París, 1929). Ramón Páez, op. cit., p. 33, también atestigua esta antigua costumbre del llanero.

30El nombre pasaría a ser popular en Venezuela. Esta popularidad puede ser debida en parte por asociación con el alegre baile La Maricela (sic). Véase: Ramón Páez. Op. cit., p. 96, para una descripción de este baile.

31Aún cuando ficticio, Míster Danger está evidentemente introducido como un símbolo de ciertos indeseables ingleses y norteamericanos interesados en el llano, principalmente en la industria ganadera. Más exactamente, el carácter de este personaje puede ser identificado con el de aquellos norteamericanos que iniciaron la explotación en gran escala de las pieles de caimán en la región de Apure, alrededor de 1894-1895. Cf. Calzadilla Valdés, op. cit., pp. 349-351.

32Aun cuando popularmente conocido como La Rubiera, el nombre oficial es La Cruz. El hato está situado a unas cuarenta millas al noroeste de San Fernando. Para una descripción de dicho hato, tal como era hace una centuria, véase Ramón Páez, ob. cit., p. 442 y ss. Mendoza, ob. cit., p. 14, asegura que sus propietarios se vieron obligados a hipotecar La Rubiera como resultado de las considerables donaciones y gastos ocasionados por la construcción de la Catedral de Calabozo, la cual financiaron ellos juntamente con los propietarios del hato San Diego. Mendoza atestigua que cuando escribía su obra “la enajenación del hato La Cruz lleva doce años, pasando de padres a hijos y a nietos el documento de empeño”.

33Véase la Autobiografía del General José Antonio Páez, 2 vols., Caracas, Edición del Ministerio de Educación, 1946.

34Mucuritas y Queseras del Medio, ambas en Apure, fueron los escenarios de las famosas victorias de Páez el 28 de enero de 1817, y el 2 de abril de 1819, respectivamente. Estas victorias, junto con otras en Mata de la Miel (febrero 16, 1818), El Yagual (octubre 8, 1916), y El Paso del Diamante (febrero 16, 1818),están todas inscritas en el monumento a Páez, “Prócer de la Independencia”, ubicado en medio de la Plaza de San Fernando.

35Doña Bárbara, p. 83.

36José E. Machado, Cancionero popular venezolano, Caracas, Emp. El Cojo, 1919, XX-XXI.

37José E. Machado, Centón lírico, Caracas, Tip. Americana, 1920, p. 49.

38Doña Bárbara, p. 340.

39Ibid., p. 389.

40Los lectores recordarán que hay un hato de este nombre en Doña Bárbara, p. 294.

41El dueño del hato “Menoreño” en el Alto Apure. Para una buena descripción verbal, véase Calzadilla Valdés, Op cit., pp. 39-40.

42Véase nota 16, arriba.

43Doña Bárbara, pp. 373-374.

44Ibid., p. 374

 

ECV/. –
Sept. / 2021

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