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“De verbarismos, vesreísmos y otras aplicaciones lexemáticas” – Edgar Colmenares del Valle

“De verbarismos, vesreísmos y otras aplicaciones lexemáticas”

Dr. Édgar Colmenares del Valle

Academia Venezolana de la Lengua

Conferencia

XXX Encuentro Nacional de Docentes e Investigadores de la Lingüística

Caracas, Venezuela.

“De verbarismos, vesreísmos y otras aplicaciones lexemáticas”

Dr. Edgar Colmenares del Valle

Academia Venezolana de la Lengua.

El tema de toda investigación siempre parte de un darse cuenta de…

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Quizás, a varias de las personas presentes y a nuestros futuros lectores, les llame la atención el título de este texto que presentamos en este Trigésimo Encuentro Nacional de Docentes e Investigadores de la Lingüística (ENDIL). Sobre todo, porque pienso y estoy seguro de que es así, que casi todos oyen por vez primera los términos verbarismo y vesreímo. De hecho, ninguno de los dos figura en alguno de los múltiples registros lexicográficos que hemos revisado y ninguno de los dos aparece, aunque sea simplemente nombrado, en web alguna de Internet, a pesar de que ambos términos proceden de sendos étimos de larga data en lengua española y a pesar de que de estos étimos se han derivado otros términos que sí están registrados en diversas fuentes biblio y webgráficas.

Pero, antes de intentar dar respuestas a las expectativas e interrogantes que dicho título pudiere motivar, quiero agradecer a los programadores y organizadores de este evento, todo el tiempo y el espacio, el esfuerzo y el trabajo, y el sentimiento y la emoción universitarias que han invertido para alcanzar, feliz y fructíferamente, un objetivo que parecía imposible, en medio de la situación que actualmente sacude y amenaza con saña militante, a nuestra Universidad.

De parte nuestra, y permítanme hablar también en nombre de todos ustedes, del Profesor Pablo Arnáez y de nuestros amigos y familiares, vayan nuestras palabras de felicitación y de profundo agradecimiento para las profesoras Carmen Alida Flores, Érika Campos, Jenny Fraile, Josefa Pérez, Maritza Álvarez, Yaritza Cova Jaime, Kenia Tovar y Nereyda Álvarez, integrantes del staff de docentes del Pedagógico Siso Martínez y ejes de la logística que, como conjunto de medios, métodos y procedimientos, permitió convocar y realizar este Encuentro que congrega por trigésima vez a los docentes e investigadores que en Venezuela nos dedicamos a la consideración y descripción científica de los diferentes fenómenos de la lengua que hablamos y, además, al estudio y a la enseñanza programada de las ciencias del lenguaje y de la comunicación.

Vayan también nuestras palabras de agradecimiento para las autoridades de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador y de un modo muy especial para los integrantes del equipo directivo de este Instituto, Profesor Manuel Reyes Barcos (Director Decano), Profesora Marina Martus (Subdirectora de Extensión), Profesor José Peña (Subdirector de Investigación y Postgrado), Profesora Carmen Velásquez de Zapata (Subdirectora de Docencia) y Profesora María Esperanza Pérez (Secretaria) quienes, en todo momento, respaldaron, física y moralmente, la programación y realización del Encuentro; también lleguen nuestras mejores palabras para todos los demás integrantes del personal docente, del personal administrativo, del personal que tiene a su cargo las relaciones públicas y protocolares de esta Institución, del personal obrero y, por supuesto, para el estudiantado que es, en primer lugar, la instancia inmediata receptora del conocimiento producido y aportado como colofón de estas actividades y como expresión de esa búsqueda permanente que los docentes asumimos como una actitud vital, en función del perfeccionamiento del proceso enseñanza-aprendizaje. No es casual, en modo alguno, que en el Código de Ética del Investigador, se establezca que “es deber del investigador orientar y asesorar a otros investigadores sobre tareas y propósitos relacionados con la investigación de modo que la misma se desarrolle de manera adecuada y en general se beneficie la investigación como cultura”. (Cf. Hernández Díaz, 2012: 36).

Así mismo, vayan una vez más nuestras palabras de agradecimiento a la Academia Venezolana de la Lengua, Institución a la que me honro en pertenecer como Individuo de Número, por la activa participación que tendrá en este Trigésimo Encuentro Endiliano. Por vez primera, en los treinta años de existencia del ENDIL, la Academia asistirá a uno de ellos. Por vez primera en una historia que está cumpliendo 130 años, la Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, se reunirá en este recinto universitario y por vez primera en un Encuentro de esta índole, tres integrantes de dicha Corporación intervendrán en un Foro con el propósito de considerar algunos de los rasgos que configuran el perfil del español de Venezuela. En la sesión, dedicada al análisis de algunos aspectos del pensamiento gramatical de Andrés Bello y de su relación con la Nueva Gramática de la Lengua Española, intervendrán como ponentes los también Individuos de Número D. Alexis Márquez Rodríguez, Da. Yraida Sánchez de Ramírez y Da. Lucía Fraca de Barrera. En el Foro participarán, también como ponentes, D. Francisco Javier Pérez que es el actual Presidente de la Academia; D. Luis Barrera Linares, Vicepresidente y D. Edgar Colmenares del Valle, Tesorero. Gracias, en verdad, en nombre de todos los que participamos en este ENDIL, a la Academia Venezolana de la Lengua, a todos sus integrantes, y de un modo muy especial a D. Horacio Biord Castillo y a la señora Nora Yecerra Acosta, quienes fueron las personas directamente responsables del nexo logístico entre la Academia y el Comité Organizador de este Encuentro.

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Pero… volvamos sobre nuestro planteamiento inicial. Estoy seguro, y disculpen mi autoconvencimiento, de que ya algunos de ustedes se han formulado dos preguntas: 1) ¿Qué es un verbarismo?, 2) ¿Qué es un vesreísmo? Y no sé, a ciencia cierta, si también pudieran haberse formulado una tercera pregunta: 3) ¿Por qué aplicaciones lexemáticas? Bajo el principio de que “toda investigación –tal como se establece en el ya citado Código de Ética del Investigador que recoge en uno de sus trabajos el Dr. Gustavo Hernández Díaz (2012: 36)- toda investigación –repito- ha de obedecer a fines y propósitos relacionados con la búsqueda del saber, la atención de necesidades concretas, la propuesta de soluciones y el trabajo creativo”, vamos, en las próximas líneas, a responder esas preguntas. Al fin y al cabo, responder preguntas con el propósito de divulgar o de producir un conocimiento es, precisamente, parte de lo que hemos hecho durante más de cincuenta años de docencia en todos los niveles de la estructura del sistema educativo venezolano. En este caso, se trata de presentar y difundir un conocimiento cuya descripción se origina en una interpretación personal de dos sistemas que, funcionalmente, vendrían a agregarse a los llamados sistemas semánticos artificiales que permiten titular o categorizar determinados aspectos de una lengua en particular y se proponen como factores clasificadores y diferenciadores del significado. Tales sistemas, definitivamente culturales, lógicos y metalingüisticos, se distinguen de los llamados sistemas naturales cuya estructuración se deriva de la lengua como factor inmanente de orientación y no de la aplicación de una categoría lógica. Uno de estos sistemas lo integran los verbarismos y el otro, los vesreísmos, dos categorías de lexemas nucleares que debidamente clasificados, y como ya señalé, funcionalmente, pueden adscribirse en el sistema de lengua española a la noción de campo, léxico o semántico, en virtud de la relacionabilidad que existe entre los constituyentes de cada uno de ellos. Siempre, en este tipo de estudios, conviene recordar y tener presente la idea saussureana de que en la descripción estructural del vocabulario de una lengua no se consideran fenómenos aislados, sino sistemas de relaciones que nos permiten ordenar las unidades léxicas en campos debidamente articulados como sistemas por medio de asociaciones de significantes o de significados. Como dijera Eugenio Coseriu al referirse a las estructuras lexemáticas, son “estructuraciones originadas por la interpretación humana de la realidad”. O como nos dejó dicho Julián Marías (1967: 20): “la lengua es la primera interpretación de la realidad; o, si se prefiere, una de las formas radicales de instalación del hombre en su vida”.

Verbarismo y vesreísmo son, en principio, términos que hemos creado para referirnos a dos aspectos de la lengua española que, desde el trabajo lexicográfico que venimos haciendo desde hace ya algunos años, nos han llamado la atención. El primero se vincula con la simplificación o reducción del paradigma verbal del español a una sola conjugación activa y el otro, con un procedimiento, muy sui generis, que por permutación posibilita la transformación de una palabra en otra sin que el elemento transformado altere, en principio, su componente semántico. En tal sentido, cada uno de ellos, verbarismo y vesreísmo, tiene su propia historia y su propio nivel de aplicación como proposiciones metalingüísticas concebidas expresamente para explicar o, al menos, para plantear, dos puntos muy específicos y muy actuales dentro de las relaciones entre la lengua y la conducta sinéctica, es decir, la conducta creativa, de sus usuarios. 

El primer término, verbarismo, lo derivamos de un hipotético verbar que, obviamente, es un verbo cuyo étimo es precisamente la palabra verbo. Dado el hecho de que verbar y verbarismo son dos de las palabras que hemos ideado para describir las aplicaciones lexemáticas a que nos estamos refiriendo, todavía, por supuesto, no aparecen registradas en edición alguna, física o electrónica, del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, 2001) y del Diccionario de americanismos (DAm, 2010) de la Asociación de Academias de la Lengua Española que son las fuentes lexicográficas que tradicionalmente se tienen como voceros del reconocimiento y de una supuesta oficialización del léxico de la lengua española. Ya diremos, en su momento, qué significado le hemos atribuido a ambos términos, a verbar y a verbarismo. De hecho, asumimos que de la puesta en práctica de la acción implícita en el significado del verbo verbar, es de donde se crean las unidades que se integran al campo léxico que identificamos como campo de verbarismos. En definitiva, morfo-semánticamente, verbarismo se relaciona con verbar y no con verbear que de acuerdo con el Diccionario de americanismos (2010) anteriormente citado, es un verbo intransitivo que se usa en el norte de México con el sentido de “hablar mucho, ser muy parlanchín”. El término verbar, aunque no exactamente con el significado que le damos en este trabajo, me fue sugerido por el amigo escritor y académico Dr. Luis Barrera Linares.

El segundo término, vesreísmo, lo derivamos de vesre que, de acuerdo con José Gobello (1991) es un “cierto modo de hablar peculiar del porteño, que consiste en invertir el orden de las sílabas de algunas palabras”. Es, además, según esta misma fuente, la “inversión silábica del español revés”. En una página de Internet leemos que “el vesre es análogo al verlan francés y al tagalo binaliktad”. Y se agrega: “Otras jergas similares son el malespín usado en Centroamérica, back slang (inversión por letras) en Londres, caroleno en México, el revesina en Panamá y el vesre peruano”. (Cf. http://es.wikipedia.org/wiki/Vesre). También en esta página se documenta como equivalente el término verse. Según el ya citado Diccionario de Americanismos, vesre deriva “derevés, por inversión silábica” y es un “mecanismo de formación de palabras consistente en una alteración del orden de las sílabas” usual en Bolivia, Argentina y Uruguay. Relacionados con vesre, en estas mismas fuentes, también documentamos el sustantivo verres y el adjetivo vésrico. A verres se le presenta como sinónimo de vesre. De vésrico, que se da como usual en Uruguay y Argentina, se dice: “relativo al vesre, mecanismo de formación de palabras que invierte el orden de las sílabas”. (Cf. Diccionario de americanismos). Como equivalente gramatical y sinonímico de vésrico, concebimos y empleamos vesreísta

Con ambos términos, verbarismo y vesreísmo, buscamos, entonces, reconocer, identificar y estructurar dos áreas léxicas que, en nuestro sistema verbal funcionan como entidades autónomas de dependencias internas. Como criterio de clasificación, creemos que ambos cumplen con el postulado de la explicitud que se le exige a toda teoría gramatical que pretenda formalizar un determinado aspecto de la lengua, a fin de que al receptor de dicha teoría se le facilite su inteligencia e interpretación. En este caso, en la teoría, convergen elementos propios de la Lexicología, de la Semasiología, de la Gramática, de la Lógica y de otras disciplinas, que se implementan para explicar el procedimiento de formación y el significado de ambos términos. Verbarismo y vesreísmo son, desde otra perspectiva, marcadores lexemáticos similares a otros –ismos que utilizamos para reconocer y agrupar los diversos componentes de la estructura léxica de la lengua atendiendo, entre otros aspectos, a su procedencia geográfica, a sus niveles y restricciones de uso, a su vigencia y distribución en ciertos sectores sociales, a su pertenencia a determinada categoría gramatical o semántica y, por supuesto, a su carácter especializado.

El descubrimiento o invención de términos como verbar, verbarismo, vesreísmo y de otros neologismos que estamos utilizando, nos plantea, una vez más, una idea que ya hemos desarrollado en un trabajo precedente. En efecto, en Una historia para picar (2003: 97), señalamos que en los diferentes campos en que estructuramos el componente léxico de una lengua, encontramos una serie de vacíos, de ausencias terminológicas, de elementos que no se incorporan al inventario del léxico porque frecuentemente se les tiene como inexistentes. “La comparación de dos lexemas que en determinados contextos se tienen como sinónimos: hermoso y bonito2”, nos permitirá nuevamente ejemplificar la idea que queremos exponer. En relación con hermoso, “el DRAE (2002) registra: hermosamente, hermoseador, hermoseamiento, hermosear, hermoseo y hermosura”. En cambio, en relación con bonito2, “sólo registra bonitamente y bonitura”. También registra, como entrada diferente, bonito1 con el sentido de “pez teleósteo comestible, parecido al atún, pero más pequeño. “No hay registro de las formas boniteador, boniteamiento, bonitear y boniteo que, gramatical, funcional y semánticamente, equivaldrían a hermoseador, hermoseamiento, hermosear y hermoseo, respectivamente”. De hecho, en este momento, al transcribir este texto, nos damos cuenta de que las ausencias léxicas relacionadas con bonito fueron automáticamente subrayadas por la computadora como indicio de que no existen para el DRAE. Pero… Si natura non dat saltos, el sistema tampoco. Ellas y todas las voces de próxima aparición están previstas en el sistema. Con razón, Coseriu planteó la idea de que el sistema es el “conjunto de las realizaciones posibles”. Nada, en consecuencia, le es ajeno. “El vacío –afirmamos en nuestro trabajo semasiológico sobre picar– está en el uso, en el habla y frecuentemente en el diccionario a causa de la inmotivación y del hecho de no prever el registro de un término que siempre está ahí, en el sistema, esperando por su actualización”. (Cf. Colmenares del Valle, 2003: 97). Esperando, quizás, por una actualización que en todo momento se propone como idiolectal.  Ya lo dijo Julián Marías (1967: 42): “Todo uso se inicia por acciones individuales, todavía no sociales o colectivas, y sólo con el tiempo adquiere vigencia”. Por el uso, por el habla, pasan muchas palabras que nunca llegan al Diccionario.

Dos términos más, con sendos registros en los dos Diccionarios académicos, nos permitirán mostrar otros aspectos de las relaciones semánticas, del funcionamiento gramatical de las unidades en el sistema y de la inconsistencia de los inventarios léxicos que van al diccionario no sólo en cuanto a la ausencia de muchas voces primarias, esenciales en el habla de una determinada comunidad, sino también en cuanto a los vacíos léxicos que se dan en relación con un determinado lexema nuclear. El DRAE registra: “trompabulario. (De trompa y vocabulario). m. fest. coloq. El Salv. y Hond. Léxico vulgar que utilizan algunas personas”. Por su parte, el DAm registra: “jetabulario. (De jeta y vocabulario). I. 1. m. ES, CR, Co. Vocabulario soez y malsonante. pop ˆ fest”. Obviamente, ambas designaciones, presentadas una como “léxico” y la otra como “vocabulario”, funcionalmente, son sinónimos entre sí y sinónimos de las demás palabras que se utilicen para identificar conceptos como ‘grosería’, ‘insolencia’, ‘léxico interdicto’, ‘coprolalia’, ‘vulgaridad’, ‘palabras obscenas’, ‘palabras soeces’, entre otros. Entre ambas, trompabulario y jetabulario, de acuerdo con su respectiva fuente codificadora, debe haber una marca quizás diafásica, quizás diatópica, que pauta la diferencia entre el uso de trompa y el de jeta, además de que se dice que las dos son de uso festivo y coloquial una y popular la otra.

Pero… volviendo a la idea de que el sistema es el conjunto de las realizaciones posibles y de que la Academia nos ha propuesto un trompabulario y un jetabulario, es indispensable, para un lexicógrafo, para un lingüista e inclusive para un simple observador del funcionamiento de la lengua, es indispensable, repito, pensar que cada grosería, cada insolencia, es o un trompabularismo o un jetabularismo. Del mismo modo, es necesario pensar cuáles son las otras palabras pertenecientes a este conjunto que vendrían a llenar las categorías gramaticales (verbos, adjetivos, etc.) no previstas por el Diccionario. ¿No es posible un trompabulear? ¿Y un trompabuleo? ¿O un jetabulear? ¿Y un jetabuleo? Y, ¿por qué no?, ¿cuáles otras formas pueden motivarse de acuerdo con determinados modelos impuestos por el sistema? ¿No habrá en algún momento un mandibulario, tal como ya existe desde hace cierto tiempo en el habla caraqueña un mandibulear y un mandibuleo que, semánticamente, se relacionan con el tono y el ritmo del habla de algunos jóvenes identificados como sifrinos? La lengua, en cuanto a su expansión y desarrollo internos es un sistema probabilístico que, a diferencia de otros sistemas, no permite predicciones exactas. Es, además, sobre todo en el componente léxico, un sistema abierto y dinámico, cuyas partes se interrelacionan con otros sistemas y con su ambiente. Por tales razones, frente a situaciones de este tipo, es necesario privilegiar la descripción del rasgo o del fenómeno observado como innovación, como variación o como cambio a fin de reconocerlos como producto de la relación funcional que permanentemente se da entre la lengua y los contextos social, económico, político, histórico e, inclusive, religioso en que ella se concreta como una institución social y, además, como precisó Saussure, como “un sistema de valores, no determinado por otra cosa que el estado momentáneo de sus miembros”. Al respecto, además, el discípulo más reconocido de Saussure, Charles Bally, quien fuera conjuntamente con Albert Sechehaye el responsable de la publicación del Curso de Lingüística General basándose en la reelaboración de los apuntes tomados por ambos y por H. Frei, A. Meillet y J. Vendries, escribió:

El primer deber del gramático es el de explicar la lengua colocándose en un punto dado del tiempo, es decir, el de determinar la significación de los fenómenos de gramática en el seno de un sistema y por su contacto con el pensamiento. Mirando funcionar la lengua es como se le arrancarán sus secretos. [Cf. Bally, 1941 (1967: 216)].

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            Y es, precisamente, el intento de arrancarle sus secretos a la lengua lo que motiva la casi totalidad de las preguntas que hacemos, que recibimos y tratamos de responder en relación con el origen, la evolución, el funcionamiento, la expansión territorial y el estado actual de nuestra lengua. A veces, como científico; a veces, como diletante y a veces, hasta como poeta, tal como lo hace Neruda (1974: 73-74) cuando escribe:

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma…. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro…  Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

Si nos detuviéramos a observar la naturaleza de la mayoría de las preguntas que se hacen acerca de la lengua, nos daremos cuenta de que las relacionadas con el origen de las palabras, con la idea de “si tal palabra existe o no existe” y con el criterio de corrección, son las más frecuentes. Actualmente, sobre todo desde la aparición de Internet y la creación de una ciberlingua, un alto porcentaje de las preguntas se orienta hacia la consideración de verbos como deletear, printear, bloguear, emailear, googlear, hackear, loguear, twitear, chatear, resetear, mousear, plotear, linkar o linkear, emoticonear, skypear, goear y otros procedentes de diversas áreas semánticas, como baypasear, umbilicarse, biopsiar, paniquearse, patentizar, algoritmizar, parametrizar, malanocharse, chequear o checar, aperturar, ratapeludear, pordebajear, porfuerear, etc. En ellos y en toda la constelación neologística que constituye el sistema verbal contemporáneo del español, se concentra, repito, la atención y la búsqueda de respuestas. ¿Son correctos? ¿Existen? ¿Qué significan? ¿Cuál es en cada caso su equivalente patrimonial? En fin, cualquier pregunta que, funcionalmente, desvía la atención del verdadero problema gramatical que estos neologismos verbales representan.

Creemos y este tema ya lo desarrollamos en el Discurso de Orden que nos correspondió decir en el Paraninfo del Palacio de las Academias, en noviembre del año 2011, cuando la Academia Venezolana de la Lengua conmemoró los 230 años del nacimiento de don Andrés Bello, creemos, repito, que la reflexión o la pregunta necesaria frente a la motivación, creación, uso y vigencia de estos verbos debe formularse en estos términos: “Independientemente de ser neologismos, de tener diferentes procedencias y de tener o no tener aceptación y difusión ¿qué hay de común en ellos? La respuesta es unívoca: Todos, como derivados, se forman a base de un único sufijo verbalizador: –ar y, en consecuencia, todos se adscriben a la primera y ahora, de acuerdo con nuestro punto de vista, única conjugación productiva en el español actual”. (Cf. Colmenares del Valle, 2011).

Esta idea no es nueva. Ya está expuesta en el Manual de Gramática Histórica Española de Don Ramón Menéndez Pidal cuya primera edición data de 1904 con el título de Manual elemental de gramática histórica española. Fue en 1968, en las clases de María Teresa Rojas y Marco Antonio Martínez, cuando leí por vez primera este trabajo pionero y fundamental para los estudios de la historia de nuestra lengua. “Desde entonces, aprendí y he asumido que en el español contemporáneo existe un solo modelo de conjugación, la terminada en –ar. Hoy, en lengua española, –er e –ir son conjugaciones improductivas, al menos como hechos diferenciados diacrónica y sincrónicamente. Hasta donde sé, ninguna Gramática ha dado cuenta de esta nueva norma sobre esta vieja situación”, ni siquiera la Nueva Gramática de la Lengua Española recientemente editada por la Real Academia de la Lengua Española. (Cf. Colmenares del Valle, 2011). Con este trabajo, Menéndez Pidal “nos permite entender la naturaleza de un cambio que, en principio, parece afectar a todo el sistema verbal desde sus propios orígenes, si bien no implica, en modo alguno, la desaparición de las otras dos conjugaciones. Ambas, –er, –ir, se conservaron, se conservan y se conservarán como mecanismos de formación verbal presentes en algún momento de la evolución de la lengua e, hipotéticamente, en determinados idiolectos contemporáneos”. (Cf. Colmenares del Valle, 2011).

Si, al respecto, sintetizamos las ideas de Menéndez Pidal, “la explicación de este cambio parte entonces de:

  1. El verbo latino, que ya representa un estado, no digamos empobrecido, sino simplificado del verbo indoeuropeo (…) continuó simplificándose en latín vulgar.
  1. De las cuatro conjugaciones latinas –are era la más rica, y lo continúa siendo, con mucho, en romance. (…) en –are se formaron y se siguen formando cuantos verbos nuevos crea la lengua; todos los sufijos derivativos son de esta conjugación, salvo uno: -scere (§ 125). Es la conjugación fecunda por excelencia. (…) Podemos considerar a la conjugación –ere como dotada de fecundidad, considerable en el período primitivo del idioma, aunque hoy casi ninguna. (…) –IRE es la segunda en riqueza después de la –are. (…) después quedó como conjugación enteramente estéril para la producción de nuevos verbos.

Aparentemente, entonces, la simplificación actual de la conjugación es parte de una evolución que, de hecho, involucra el viejo principio de uso y desuso de las partes. “En las palabras –decía José Martí- hay una capa que las envuelve, que es el uso”. Ya en latín, sin que tengamos datos espaciales y cronológicos sobre el origen de este fenómeno, ya en latín, repito, las conjugaciones en que se motivaron la segunda y la tercera del español, eran improductivas. Desde hace mucho, muchísimo tiempo, los inventarios léxicos, la actividad filológica y los estudios lingüísticos comparados, entre otros procedimientos, nos han permitido reconstruir los orígenes de la lengua, sin embargo, aún tenemos casos en donde no es posible fijar un momento y un espacio precisos. La simplificación del paradigma verbal es uno de ellos”. (Cf. Colmenares del Valle, 2011).

En nuestros días, Alex Grijelmo (2004: 23 y ss.) atribuye esta simplificación al genio del idioma y en un capítulo escrito con algunos detalles que de inmediato nos llevan a evocar nuestras lecturas de Andrés Bello, de Menéndez Pidal y de Rafael Lapesa, nos dice:

  1. Ya pasó el tiempo de crear verbos en –er y en –ir. El genio es severo en esto. Si usted quiere inventarse un verbo, no tendrá más remedio que formarlo en la primera conjugación. Hace mucho tiempo que el genio de nuestra lengua vetó cualquiera de las otras dos posibilidades. (p. 24).
  • El español concentra ahora, pues, toda la actividad en –ar para formar verbos a partir de sustantivos. Y uno de los hechos que demuestran la longevidad del genio de la lengua hasta nuestros días –el mismo genio de entonces- nos lo aporta la curiosa circunstancia de que esta norma se mantiene igual en la actualidad que hace mil años. (p. 27). (Cf. Colmenares del Valle, 2011)

Hoy, decimos nosotros, de toda palabra, adjetivo o sustantivo, de cualquier lexía, simple, compuesta, compleja, se crea un verbo que, indefectiblemente, se adscribirá a la primera conjugación. Las dos restantes conjugaciones son, simplemente, rasgos de un perfil lingüístico que pertenece al pasado y –como decía Coseriu- “en ningún otro dominio de la cultura sobrevive tanto el pasado como en la lengua”.

La hegemonía de –ar sobre –er y sobre –ir no deja de llamarnos la atención. ¿Es que hay en a -me pregunto- y en este caso en –ar algún rasgo inmanente que le permitió ejercer esa hegemonía? En verdad, científicamente, no tengo una respuesta inmediata a pesar de algunas lecturas y reflexiones hechas sobre este particular, pero prefiero dejar ese tipo de consideración y análisis en las manos y en el cerebro, por supuesto, de los especialistas en Fonética, Fonología e Historia de la lengua. De momento, para concluir con este punto, permítanme exponer otra peculiaridad y no sé si decir curiosidad de la a que encontré, precisamente, buscando una explicación objetiva al dominio de –ar sobre –er y sobre –ir. En un trabajo titulado La acentuación española. Nuevo manual de normas acentuales, Roberto Veciana (2004) incluye esta observación que dejo simplemente como tema de reflexión:

A final de palabras, en español valen todas las vocales, pero con una frecuencia muy desigual. Vamos a revisar estos números sobre la base de 91.968 palabras:

Vocales:         

a          33.932

e          10.584

 o          18.804

i             1.489

u                152            

Totales: 64.920 palabras.

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Pero… como quiera que ya es hora de traer a Mariano Rivera porque ya se aproxima la hora de recoger los bates, como se dice en el habla beisbolística, vamos a puntualizar las respuestas de las dos primeras preguntas. La tercera respuesta espero haberla dado y espero que ustedes la hayan captado, a través de lo que hemos expuesto y de lo que aún está pendiente por decir en relación con los modos de interpretar ciertos aspectos de la realidad verbal y, sobre todo, con la doctrina de la estructuración del vocabulario. ¿Qué es, entonces, un verbarismo? El término verbarismo deriva del verbo verbar que conlleva la idea de crear un verbo terminado en –ar. Verbar, por supuesto, deriva de verbo. Más puntualmente: verbarismo es un neologismo verbal que se adscribe indefectiblemente a la primera conjugación. Decir neologismo implica decir que es una formación o, si se quiere, una creación nueva. En conjunto, los verbarismos integran un campo de designaciones. Hay, sin duda, en el español contemporáneo un campo de verbarismos constituido por una serie abierta de neologismos verbales cuya única relacionabilidad se establece a través del sufijo verbalizador –ar. Toda nueva creación verbal confluye hacia la primera conjugación, es decir, “hacia la formación de infinitivos con una raíz variable, una única vocal temática, la -a y el también invariable morfema –r en posición final”. (Cf. Alvar Ezquerra, 2002). Diacrónica y sincrónicamente considerada, la primera conjugación, como dijo Menéndez Pidal, es “la conjugación fecunda por excelencia”. Tanto en latín como en español. Toda esta situación del paradigma del verbo español nos conduce a pensar que estamos en presencia de una variación que puede remitirnos a un cambio lingüístico que, como todo cambio, implica una modificación estructural y “se da como parte de un proceso de larga e inexacta duración entre generaciones” que obedece a causas psicológicas, sociológicas e históricas como el sustrato, el contacto de lenguas, el gusto lingüístico y la ultracorrección, entre otras.

La proliferación de estos infinitivos en –ar es de tal magnitud que ya podemos presentar estudios onomasiológicos o semasiológicos sobre los neologismos verbales venezolanos, es decir, sobre los verbarismos presentes en el español de Venezuela. ¿Nos hemos preguntado qué acepciones tiene cada uno de estos verbos? ¿Cuál es la etimología de cada uno? ¿A qué campo semántico del habla se adscriben? ¿En qué nivel de uso se les documenta? Hagámonos esas preguntas y, seguramente, terminaremos semantiqueando, lexicologiando, lexicografiando y cuidado si hasta diccionariando.

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Y…, finalmente, ¿Qué es un vesreísmo? Como ya dijimos, vesre es un procedimiento que, mediante la inversión de las sílabas de una palabra, permite formar otra palabra. Con botón, por ejemplo, se formó tombo con el sentido de ‘policía’. De tombo, a su vez, ahora a través del proceso de derivación y metaderivación regular del español, proceden los colectivos y a la vez  ponderativos tombamenta y tombamentazón de modo similar a como proceden perramenta y perramentazón, coñamenta y coñamentazón, palamenta y palamentazón, diablamenta y diablamentazón, entre otros. Recordemos que de acuerdo con el DAm, vesre es un “mecanismo de formación de palabras consistente en una alteración del orden de las sílabas”, pero, además, de acuerdo con nuestra apreciación, ya es una marca lexicográfica que permite reconocer este tipo de palabras y como tal ya aparece utilizada en dicho Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en el Diccionario comentado del español actual de Colombia de Ramiro Montoya, en el Nuevo Diccionario Lunfardo de José Gobello, en el Vocabulario ideológico del lunfardo de José Gobello e Irene Amuchástegui y en el Diccionario de parlache de Luz Stella Castañeda Naranjo y José Ignacio Henao Salazar, entre otros repertorios lexicográficos dedicados al estudio de la diferenciación léxica en algunos dialectos hispanoamericanos. Para Gobello y Amuchástegui es un metaplasmo. A cada palabra constituida mediante ese procedimiento vésrico o vesreísta de inversión silábica, es a lo que denominamos vesreísmo.

De la misma índole de tombo, en las fuentes anteriormente citadas encontramos: gremu (mugre), troesma (maestro), beyompa (pabellón), bezaca (cabeza), minga (gamín), chaborro, -rra (borracho, a), cheno (noche), cochosan (sancocho), fercho (chofer), grone (negro), jermu (mujer), lleca (calle), condrepa (compadre), llopa (polla, con el sentido de ‘novia’), lorca (calor) y ñaca (caña), entre más de trescientas formas que recolectamos en diferentes referencias bibliográficas, físicas y electrónicas. De este último término, ñaca, se deriva ñaquear que de acuerdo con nuestro punto de visto es también un verbarismo que como intransitivo tiene el sentido de ‘beber caña, beber aguardiente’ y como pronominal el de ‘embriagarse’. De fercho (chofer) también se documenta el femenino fercha y a tombo, en el Diccionario de parlache, se le asocia con boston y, conjuntamente con precisarse que “es un término despectivo para policía”, se indica que es “vesre de tombos” y, además, que “se utiliza con frecuencia en medios delincuenciales y de transgresión de la ley”. En este caso, al decirse “vesre de tombos” se da un segundo nivel de derivación porque tombo, que como ya sabemos, deriva de botón, al pluralizarse en tombos motiva un nuevo vesreísmo: boston, que vendría, en esencia, a ser un metavesreísmo. De acuerdo con Gobello (1991: 40), botón, el étimo de tombo, con la acepción de “agente policial” surgió “durante la revolución de 1890, cuando los insurrectos disparaban sus armas desde los cantones, haciendo puntería sobre los botones de los uniformes policiales. Se dijo entonces tirar a los botones, de donde este sustantivo comenzó a nombrar a los vigilantes”. Por supuesto, una vez formado, el vesreísmo, independientemente de su difusión y aceptación, se inserta en la gramática que rige el comportamiento de cada elemento léxico: se convierte en étimo de nuevos derivados, adquiere carácter ponderativo o despectivo, se establece en los diferentes niveles de uso, gana o pierde vigencia y, en fin, se comporta como una palabra más cuyo destino es someterse, precisamente, a las contingencias del uso, a las preferencias fonológicas y a la acción creadora de cada individuo.

Según se dice en una de las fuentes electrónicas que consultamos, hay una obra de varios autores titulada Romances de germanía, editada por Juan Hidalgo en 1609, en donde ya aparecen vocablos en vesre y “en el Río de la Plata, de acuerdo con esta misma fuente, el hablar al vesre comenzó en el último cuarto del siglo XIX y, como recurso jocoso, fue utilizado por los sainetistas, autores teatrales y poetas populares, entre 1910 y 1940”. (Cf. http://es.wikipedia.org/wiki/Vesre).

Por su parte, José Gobello, en su ya citado Nuevo Diccionario Lunfardo, al procesar el lema vesre, sistematiza las posibles combinaciones que pueden darse para trastocar el orden silábico de una palabra y de este modo cumplir con el proceso vésrico, es decir, con la creación de una nueva palabra. Dice Gobello:

VESRE. Pop. Cierto modo de hablar peculiar del porteño, que consiste en invertir el orden de las sílabas de algunas palabras. (“… la práctica del lenguaje al vesre fue acogida como quien hace una gracia”. Casadevall, Domingo F. El tema de la mala vida en el teatro nacional. Buenos Aires, Kraft, 1957; p. 22). Es inversión silábica del español revés: invertido el orden regular. Vésrico: relativo al vesre. El vesre parece ser modalidad coloquial delictiva. Suele llegarse a la transformación vésrica de un término por medio de los siguientes procedimientos:

  1. Transposición sucesiva de las sílabas desde atrás hacia delante. v. gr. colo (loco), choma (macho), dorima (marido).
  2. Transposición sucesiva de las sílabas desde atrás hacia delante, con traslado del acento que convierte a las palabras agudas en graves y a las graves en agudas. v. gr. caba (bacán), chacán (cancha) tapún (punta), tombo (botón).
  3. Transposición de las sílabas finales de palabra, en tanto permanece estable la inicial, v. gr. ajoba (abajo), congomi (conmigo).
  4. Transposición de la última sílaba, que toma posición inicial, en tanto las demás permanecen estables: jotraba (trabajo), tacuaren (cuarenta).
  5. Transposición sucesiva de  las sílabas desde atrás hacia adelante, con cambio vocálico al final. v. gr. telangive (vigilante, y no telangivi).
  6. Transposición directa y sucesiva de las sílabas desde atrás hacia adelante, con pérdida de consonante. v. gr. ortiba (batidor, y no dortiba).
  7. Transposición sucesiva de las sílabas desde atrás hacia adelante, con epéntesis y cambio de vocal final, v. gr. colimba (milico, y no colomi).
  8. Transposición con ruptura de diptongo y aumento de sílabas. v. gr. jaevi (vieja; alterna con javie); taerpu (puerta; alterna con tapuer); teermu (muerte y no temuer).
  9. Transposición con síncopa. v. gr. yolipar (apoliyar), yompa (pabeyón; alterna con beyompa).
  10. Transposición con acople. v. gr. tegenaite (gente; alterna con tegén).
  11. Anagrama (mutación del orden de las letras). v. gr. celman (almacén); codemi (médico), sempio (pensión), viorsi (servicio), yoruga (uruguayo), yoyega (gallego).
  12. En el caso de verbos, transposición con agregado de terminación verbal, eventualmente con pérdida de consonante y en algunos casos con cambio de conjugación. v. gr. garpar (pagar, y no garpa, jerquear (cojer, y no jerco); namicar y no narmica).
  13. Derivación. v. gr. bramaje (hembraje; de brame, forma vésrica de hembra), chagarear (garchar, de chagar, forma vésrica de garcha), ortibar (batir; de ortiba, forma vésrica de batidor).
  14. Pluralización de la forma vésrica singular, v. gr. viongas (gaviones y no nesvioga).
  15. Aumentativo o diminutivo de la forma vésrica del positivo. v. gr. chomazo (machazo, formado sobre choma), chomita (machito, formado sobre choma), tegobito (bigote, formado sobre tegobi).

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Quizás en el habla nuestra venezolana este uso tan peculiar de la palabra para formar otra palabra mediante un procedimiento diferente a la composición o a la derivación, no tenga la proyección que sí tiene en otras hablas también hispanoamericanas, sobre todo en determinadas jergas, como el lunfardo, por ejemplo, que trascendieron el ámbito de lo restringido y se proyectaron hacia una literatura identificada como poesía, como narrativa y como texto de tangos y de otro tipo de canciones. De hecho, sobre este tema no tengo referencia bibliográfica alguna producida en Venezuela, ni siquiera en las relacionadas con el estudio de las jergas delictivas y de ciertos tópicos del folklore y de la etnolingüística. Nuestro propósito, entonces, se orienta, fundamentalmente, hacia la identificación, hasta ahora inédita, de un procedimiento que ha generado un conjunto significativo de voces que se movilizan, con cierta vitalidad, en varios de los –ismos nacionales con que se estructura el español de América. A plenitud, asumimos que en el componente léxico de algunos de esos diferentes –ismos, el español argentino, el uruguayo, el peruano, el panameño, el colombiano, etc., y en el de regiones supranacionales, Centro América, por ejemplo, existen campos vésricos tal como existen y se describen e interpretan otras presentaciones de la noción de campo en disciplinas como la Semántica y la Lexicología, particularmente. En consecuencia, existen los vesreísmos como integrantes de ese campo. Creo que entre nosotros, ese modo hablar al vesre se siente o se sintió en algunas partes como una actividad individual con cierta intención ludica, sin la proyección literaria y musical que alcanzó, por ejemplo, en Argentina, Uruguay, Perú, Colombia, Panamá y varios países de Centro América. Recientemente, a través de Internet, nos enteramos de que en Panamá, en donde el vesre es conocido como revesina, de donde supongo se derivará, si es que ya no existe, revesinismo, o quizás revesismo, hubo cierta reacción por parte de la Academia Panameña porque en algún momento se planteó la idea de incorporar al DRAE o al DAm uno o varios de los vesreímos que en algunos sectores sociales de esa nación se tienen como panameñismos. En el DAm, precisamente, revesina se define en estos términos:

I. 1. f. Pa. Forma de hablar que consiste en cambiar el orden de las sílabas de las palabras”. Realizar esta inversión es propio de la jerga de los jóvenes y de quienes la utilizan en algunos países de América del Sur, la mayor parte de Centroamérica y Panamá.

En conclusión, verbarismo y vesreímo son aplicaciones metalingüísticas y lexemáticas que se presentan como nuevas opciones para estructurar estos dos componentes del léxico del español. Uno, el conjunto de los neologismos verbales contemporáneos, pertenecientes todos a la primera conjugación. Dos, el conjunto de palabras formadas a base de una inversión o de una transposición silábica. Asumimos que del análisis e interpretación de cada uno de ellos como conjunto y como expresión de un contexto verbal específico, cada investigador podrá replantearse ideas vinculadas con esa relación dialéctica que existe entre la lengua y la sociedad, podrá retomar teorías y principios metodológicos vinculados con la estructura del léxico y con las relaciones que se establecen entre sus distintos elementos y, por supuesto, podrá expresar y legitimar su propia interpretación de los hechos.

Finalmente, de parte mía, en relación con lo que es un vesreísmo, permítanme decirles que siempre recordaré a mi amigo Antonio Solórzano, uno se mis compañeros de estudio en la Escuela Normal Nacional José Félix Ribas en San Juan de los Morros, discutiendo un cero ocho que uno de sus profesores le había puesto y como esperando el momento de que el troesma diera la espalda para decirle: “ese ñoco de su drema ecre que yo soy vongüe”. Recordaré también a un periodista venezolano, a quien nunca conocí sino a través de su nombre puesto en plano estelar en cada noticia o reportaje que publicaba: Zenemig Giménez. Y a partir del momento en que escribí la parte final de este texto, recordaré con la devoción que para ambas siempre he tenido, recordaré, que el nombre de una de mis hijas es precisamente un vesreísmo basado en el nombre de su madre. 

El tema de toda investigación siempre parte de un darse cuenta de…

Muchas gracias.         

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BIBLIOGRAFÍA CITADA

Alvar Ezquerra, Manuel. [1994] 2002. La formación de palabras en español. Madrid: Arco/Libros; 79 p.

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Colmenares del Valle, Edgar. 2011. “La simplificación del paradigma verbal del español”. Caracas: Discurso de Orden leído el día lunes 28 de noviembre del año 2011 en el Paraninfo del Palacio de las Academias con motivo de conmemorarse los 230 años del nacimiento de don Andrés Bello. (Inédito)

Gobello, José. 1991. Nuevo Diccionario Lunfardo. Buenos Aires: Ediciones Corregidor; 284 p.

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