La simplificación del paradigma verbal del español

Dr. Edgar Colmenares del Valle Academia Venezolana de la Lengua

Discurso de Orden leído el lunes 28 de noviembre del año 2011 en el Paraninfo del Palacio de las Academias con motivo de conmemorarse los 230 años del nacimiento de DON ANDRÉS BELLO

Caracas, Venezuela.

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Hoy, con este encuentro entre académicos, diplomáticos, directivos de la Casa de Bello, autoridades de nuestras Universidades y de otras Instituciones educativas, profesores, alumnos, investigadores, poetas, lingüistas, historiadores, comunicadores, bibliotecólogos, médicos, economistas, abogados, ingenieros y, en fin, entre amigos y amigas, entre todos nosotros, la Academia Venezolana de la Lengua conmemora los 230 años del nacimiento de Don Andrés Bello, el máximo exponente de una utopía muy nuestra: la utopía de la unidad lingüística panamericana a través del uso del español como única lengua común y, además, el codificador de la doctrina gramatical con que se consagra como legítimo el uso lingüístico peculiar de los países de la América hispanohablante.

            En una de sus sesiones, esta Academia, corporación a la que me honro en pertenecer como Individuo de Número, me designó Orador de Orden en este Acto que se enaltece con la presencia de todos ustedes. Agradezco esta designación hecha por todos los académicos presentes en esa sesión y de modo muy especial agradezco a Don Horacio Biord Castillo el haber propuesto mi nombre para cumplir con esta noble y hermosa tarea. Quiero agradecer a mis amigos y compañeros de corporación, los doctores Luis Barrera Linares y Rafael Tomás Caldera, las sabias y precisas palabras con que ambos me comentaron la primera versión que les di a leer de este texto. También, con la anuencia de todos ustedes, quiero saludar la presencia en este recinto de mi amigo Zhao Rongxian, hoy Excelentísimo Embajador de la República Popular China, ayer, ayer, hace ya 33 años, mi alumno de español de Venezuela en el Instituto Pedagógico de Caracas. Un saludo, también muy especial, para el Dr. Iván Jaksic, Profesor de la Universidad de Stanford y de la Pontificia Universidad Católica de Chile, autor de un excelente trabajo titulado Andrés Bello, la pasión por el orden. El Dr. Jaksic, en este mismo acto, recibirá su credencial como Miembro Correspondiente extranjero de la Academia Venezolana de la Lengua

Andrés Bello, como les decía, el ideólogo de una utopía hecha realidad, es, además, el representante, por excelencia, de un modelo heroico diferente, novedoso entre nosotros, cuyo protagonista, paradigma de la civilidad, es un forjador de naciones, un hacedor de la historia, a través de la actividad intelectual y no a través de la gesta bélica en que se fundamenta la biografía y el pensamiento del héroe patrio, frecuentemente convertido en ícono de la patria misma y bandera de los vaivenes de la vida política de los pueblos. Bello -tal como lo afirmara Don Pedro Grases- “encarna con su vida y su obra el tipo de humanista representativo de una nueva concepción de la cultura”. Grases lo percibe como militante de un “humanismo liberal”, un término que él mismo reserva “para los forjadores intelectuales de las repúblicas independizadas” de la corona española. De acuerdo con Grases, quien fuera el más acucioso y profundo conocedor de su vida y de su obra, “Bello es el Primer humanista de América” (Cf. Grases, 1988: 10).

De Bello, de su bonhomía y permanente ejercicio pedagógico, tenemos esta semblanza que nos dejara su amigo y discípulo Vicuña Mackenna (Cit. por Orrego Vicuña, 1953: 215):

Para aquellos que le conocimos de cerca, en lo que podría llamarse la intimidad del respeto, para aquellos que escuchamos sus luminosas pláticas de la cátedra y del hogar, para aquellos que en la ruda enseñanza del espíritu recibimos de su indulgente juicio el primer estímulo, para ésos don Andrés Bello fue algo más que un crítico, un profesor y un poeta esclarecido, porque fue el dulce, el venerando y ya extinguido tipo del “maestro” de la edad antigua. Don Andrés Bello enseñaba a sus discípulos, no en el aula común, sino dentro de su hogar, junto a su lecho, cerca de su alma y con su alma, como enseñaron Platón y Sócrates.

Tenemos también esta otra semblanza, la de su perfil intelectual, trazada por otro maestro, chileno de origen y venezolano por vocación, Don Pedro Cunill Grau (2006: 97):

Nada le fue extraño, siendo bien conocidas sus fluctuaciones entre clasicismo y romanticismo. Su condición de humanista se fundamentó en la reiteración de temas clásicos, con insistencia no sólo en la necesidad del estudio funcional del latín y del conocimiento de lenguas, tanto clásicas como modernas, sino también en valorar las fuentes hispánicas medievales y el buen uso del castellano. Tuvo una amplia visión histórica, expresando con sentido de mesura la proyección literaria de la americanidad. El humanismo de Bello estuvo dedicado a la formación del civilizado hombre americano.

            Y, por supuesto, acerca de su quehacer poético, frecuentemente mal entendido, tenemos la semblanza que nos dejara quien hasta hace poco fuera Presidente de esta Academia, extraordinario docente, excelente amigo y un bellista eximio, responsable, conjuntamente con Rafael Caldera y Pedro Grases, de la institucionalización del bellismo como actividad académica de docencia e investigación y, además, como una visión de mundo que privilegia el pensamiento humanístico, Oscar Sambrano Urdaneta:

La poesía –dice Sambrano Urdaneta en su libro Verdades y mentiras sobre Andrés Bellofue para Bello una especie de recreación íntima e intelectual que en Caracas se le convirtió en una de las primeras experiencias de lo que sería su larga vida literaria; en Londres le alivió las horas de la angustia y de la nostalgia, y le dio ocasión de utilizarla, muy dentro de los cánones del neoclasicismo, como un vehículo para la difusión de ideas y de sucesos, cuyo conocimiento él consideró útil para los pueblos americanos; y en Chile, particularmente, se constituyó en uno de los escasos esparcimientos de una vida como la suya, saturada de graves ocupaciones. (Cf. 2005: 228).

Hoy conmemoramos 230 años del nacimiento de quien nos hizo asumir, como legitima, la idea de que si bien la América hispanohablante está fragmentada en diversas regiones, geográfica y políticamente definidas, desde un punto de vista lingüístico en todos los países que la integran, la lengua se caracteriza a través de un conjunto de rasgos que a pesar de no ser exclusivamente comunes le dan un perfil propio a cada comunidad, a cada región, a cada país y, tomados en conjunto, proporcionan una única fisonomía que se reconoce a través de la unidad en la diversidad. Por supuesto, como afirmara Bertil Malmberg (1966: 129), dicha fisonomía lingüística no constituye, con todo, algo aislado: está estrechamente relacionada con los hechos de su estructura social y cultural, y depende también, evidentemente, del desarrollo histórico-social experimentado durante la época colonial y las primeras fases de la Independencia.

Con Bello, sobre todo con las ideas que expone en el “Prólogo” de su Gramática de la lengua castellana publicada en 1847, en la “Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación” (posiblemente escrita en Caracas y publicada por vez primera  en 1841) y en las “Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América” (1823), se sistematiza la tesis del uso de la lengua española, castellana, como él prefería llamarla, como instrumento común de comunicación verbal en la América que vio llegar en 1492 al Almirante de la mar océana y, progresivamente, fue subordinándose al renaciente imperio español comandado en ese momento por sus majestades católicas Don Fernando y Doña Isabel. “Sin duda –como ya lo hemos afirmado- la peculiaridad idiomática de esta comunidad, hoy, es un hecho que consagra la unidad en la diferenciación y determina la existencia de un único sistema verbal en el que cada lengua nacional se ensancha gracias a un desarrollo interno, con idiosincrasia propia, que se cumple como transformación lógica, natural, de sus constituyentes dentro de sus propios moldes”. (Cf. Colmenares del Valle, 2011: 19). Hoy, más que nunca, “Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Castilla y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias”. Hoy, la única unidad panamericana y panhispánica existente y posible es la unidad lingüística a base, precisamente, de la lengua española. De esta idea se hizo eco Pablo Neruda (1974: 73-74) cuando en sus Memorias escribe estas palabras magistrales

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma…. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro…  Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.

Es cierto que en países como Colombia, México, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Venezuela, el español coexiste con algunas de las lenguas aborígenes que sobrevivieron a la glotofagia hispánica que se inició en 1492. Pero, a pesar de la territorialidad de algunas de ellas, de su significativo número de hablantes, de su tradición literaria, cultural e histórica y de sus aportes al sistema verbal del español, ninguna es lengua general en la comunidad hispano parlante. Al respecto, ya en 1823, en las “Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América”, Bello observó lo siguiente:

Desde que los españoles sojuzgaron el nuevo mundo, se han ido perdiendo poco a poco las lenguas aborígenes; y aunque algunas se conservan todavía en toda su pureza entre las tribus de indios independientes, y aun entre aquellos que han empezado a civilizarse, la lengua castellana es la que prevalece en los nuevos estados que se han formado de la desmembración de la monarquía española, y es indudable que poco a poco hará desaparecer todas las otras. (Cf. Bello, 1979: 459).

No es otra la idea que se encierra en la consagración de esta utopía en cuanto utilización de una única y magna lengua en lo que definimos como una única y magna patria. Hoy, ¿cuántos somos los hablantes nativos del español? De acuerdo con cifras de la UNESCO, el español es la cuarta lengua del mundo, detrás del chino, el inglés y el hindi. De acuerdo con Ethnologue, es la tercera detrás del chino mandarín y del inglés. Y “entre las seis lenguas de las Naciones Unidas, el español presenta la mayor cohesión interna, según la proporción de hablantes nativos en relación con la población de cada país”. (Cf. Moreno Fernández, 2007: 28). Los hispanoamericanos representamos el 90 % de la población hablante nativa de español y hablamos español de América, un subsistema del español en el que, geopolítica y lingüísticamente, diferenciamos y asumimos como propia cada variedad nacional identificada como español de Venezuela, español de Argentina, español de México, etc. “Chile y Venezuela –y de nuevo cito esta frase tomada del “Prólogo” de la Gramática…, Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Castilla y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias”. De acuerdo con esto, ¿qué lengua hablamos entonces en Hispanoamérica?, ¿qué hablamos actualmente los venezolanos? ¿qué lengua hablan los chilenos? Español de América, Español de Venezuela y Español de Chile, respectivamente. Nos valemos, en este caso, de un subsistema y de dos de las variedades nacionales adscritas, precisamente, al subsistema español de América que, conjuntamente con el español peninsular, el español insular y el español domiciliado en espacios políticamente no hispánicos, constituye ese macro sistema lingüístico llamado lengua española, una macro estructura en la que identificamos partes y clases de partes unidas biográfica y funcionalmente entre sí de modo tal que ninguna de ellas se da independientemente de su coparticipación en el todo. Bello codificó la norma, las diferencias usuales, tradicionales, que “legitimó definitivamente la presencia de América como comunidad autónoma con cualidades etnolingüísticas y culturales propias. Y, paradójicamente, salvó, como dijo Menéndez Pelayo, la integridad del castellano en América”. (Cf. Colmenares del Valle, 2011: 20).

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            Confieso que antes de decidirme por el tema que voy a exponer a continuación, pensé en leer algunas páginas del trabajo que actualmente estoy escribiendo sobre Andrés Bello, un trabajo aún en ciernes que me ha llevado a revisar, una vez más, la obra de bellistas como Marcos Fidel Suárez, Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo, Mariano Picón Salas, Miguel Luis Amunátegui, Eugenio Orrego Vicuña, Enrique Bernardo Núñez, Fernando Paz Castillo, Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Ángel Rosenblat, Iván Jaksic, Pedro Cunill Grau y, por supuesto, la obra de ese trío de excepción del bellismo en Venezuela integrado por Rafael Caldera, Pedro Grases y Oscar Sambrano Urdaneta. Sin embargo, por su vínculo con la idea de una gramática general del español contemporáneo y, sobre todo, por el haberme dado cuenta de que es un planteamiento hasta donde sé inédito, al menos como proposición explícitamente formalizada, opté por seleccionar el tema que voy a exponer a continuación. Siempre, como precisó Charles Bally [1941 (1967: 216)], “el primer deber del gramático es el de explicar la lengua colocándose en un punto dado del tiempo, es decir, el de determinar la significación de los fenómenos de gramática en el seno de un sistema y por su contacto con el pensamiento. Mirando funcionar la lengua es como se le arrancarán sus secretos”.

Desde 1968, me he planteado ciertas reflexiones sobre la simplificación del paradigma verbal del español, el tema que ahora, a manera de proposición, a base de algunas observaciones teóricas y de una serie de ejemplos documentados en diferentes subsistemas del español contemporáneo, someto a la consideración de esta Academia, de ustedes y de la comunidad hispanohablante en general.

Algunas de las reflexiones y de los ejemplos que me oirán en esta exposición, se encabalgan con la actividad que también desde hace muchos años vengo desarrollando en el área de la Lexicografía. Sin duda, el hecho de trabajar directamente con el léxico, particularmente con el léxico de uso venezolano, me ha puesto en contacto con diversos aspectos de la creación verbal y, sobre todo, me ha permitido darme cuenta, con visión de científico social, de la variación, de los cambios y de las innovaciones que se operan en el componente más permeable del sistema lingüístico. Fue a través de esta actividad que reforcé y comprobé la idea que, como ya dije, desde 1968 he venido considerando en relación con la conjugación del verbo en español. Diariamente documentamos usos léxicos que, a pesar de nuestra competencia verbal y de nuestra experiencia como estudioso de la dialectología española e hispanoamericana, no dejan de sorprendernos. Hace poco, para citar un primer ejemplo, acompañé a un amigo que se recibía como masón. Al llegar a la logia, me encontré con otro amigo cuyo saludo fue este: -¿Vienes a masonear? A esa misma persona, en otro momento, le había oído decir: -Seguro que hoy se va a viejitear. Y hace ya cierto tiempo, a uno de mis profesores del Pedagógico de Caracas le oí una larga perorata contra un comercial de aquella época en el que una voz, con tono acorde al imperativo del verbo utilizado, decía: ¡Frescolízate, papá! Por esa misma época escribí un relato en el que utilicé el verbo manicomiarse. En otra oportunidad, de un programa de lucha libre trasmitido por un canal mexicano de televisión, papeleticé candadear, llavear, gladiar, campeonar, bocabajear y referear. Un amigo médico, a quien le pregunté por dos pacientes suyos, me respondió en estos términos: -A él lo vamos a baypasear y a ella le vamos a operar el seno que se le umbilicó y, por supuesto, habrá que biopsiar. A una de mis hijas, que también trabaja en el área de la salud, le oí comentar que a uno de los pacientes “no pudieron hacerle el examen porque se paniquió”. En un Diccionario especializado leí esto: “Nos luce que en el campo de la economía, tales condiciones se constelizaron en la personalidad de José Tomás Esteves para desembocar en el Diccionario razonado de Economía”. Y hace pocos días, casi a punto de concluir este texto, en una revista encartada en la prensa caraqueña, documenté ferreteando, gerundio de un ferretear que, semánticamente, no tiene relación con el “guarnecer con hierro” y el “labrar con hierro” que trae el Diccionario académico como acepciones de ferretear que, además, se da como sinónimo de ferrar.

La reflexión que, a manera de pregunta, nos surge de inmediato frente a la motivación, creación, uso y vigencia de estos verbos (masonear, viejitear, candadear, llavear, gladiar, campeonar, bocabajear, referear, baypasear, umbilicarse, biopsiar, paniquearse, constelizarse y ferretear), es ésta: Independientemente de ser neologismos, de tener diferentes procedencias y de tener o no tener aceptación y difusión ¿qué hay de común en ellos? La respuesta es unívoca: Todos, como derivados, se forman a base de un único sufijo verbalizador: –ar y, en consecuencia, todos se adscriben a la primera y ahora, de acuerdo con nuestro punto de vista, única conjugación productiva en el español actual. Y, en este instante, cabe otra pregunta para la cual no tenemos respuesta cierta: ¿por qué este privilegio? 

En efecto, –ar, tal como nos lo ratifica Manuel Alvar Ezquerra (2002: 62 y ss.), funciona como un sufijo verbalizador. “Los sufijos –dice- no sólo sirven para crear sustantivos o adjetivos como hemos venido viendo, sino que también los hay verbalizadores”. Hay, afirma, una sufijación verbalizadora que se escinde en dos vertientes: la simple o inmediata (llamada también impropia) y la mediata. Conjuntamente con –ar, agrega Alvar Ezquerra, en el sistema operan –ear, –izar, –ificar y, finalmente, –iguar. Cinco formas, -ar, -ear, -izar, ificar, -iguar, que en definitiva, funcionalmente, confluyen todas hacia la primera conjugación, es decir, hacia la formación de infinitivos con una raíz variable, una única vocal temática, la -a y el también invariable morfema –r en posición final. La prueba de esta descripción estructural la aporta el mismo Alvar Ezquerra con los ejemplos, patrimoniales o no patrimoniales, que cita en su estudio: abonar, alarmar, sentenciar, publicar, plantar o plantear, bucear, campear, faldear, pestañear, vocear, airear, blanquear, desear, moldear, piratear, simultanear, zarandear, analizar, burocratizar, canalizar, capitalizar, cristalizar, escandalizar, esponsorizar, organizar, rivalizar, artificializar, derechizar, ilegitimizar, neutralizar, normalizar, puntualizar, realizar, socializar, universalizar, apaciguar, pacificar, santiguar, santificar, codificar, mitificar, tipificar, ejemplificar, dignificar, unificar, dignificar, identificar, intensificar, justificar, solidificar, verificar, calificar, sacrificar, fructificar, vitrificar y racionalizar. Por supuesto, Alvar Ezquerra se da cuenta de que a base de estos procedimientos de sufijación “son muy frecuentes los verbos resultantes de la primera conjugación”.

En Alvar Ezquerra mismo hay otra afirmación que nos llama a una nueva reflexión. En la página 63 del mismo texto que estamos revisando leemos:

El sufijo incoactivo –ecer tiene una rentabilidad escasa, aunque no despreciable. Constituye verbos a partir de sustantivos: florecer; y de adjetivos: establecer, fortalecer. Con él son frecuentes las formas parasintéticas: amanecer, enriquecer, entontecer, envilecer.

Más que una “rentabilidad escasa”, creo que en el español actual, –ecer no tiene rentabilidad alguna. Todos los verbos dados como ejemplo en este punto relacionado teóricamente con dicho sufijo, todos, son voces patrimoniales que, de hecho, están registradas en el Diccionario académico. Creo, además, que dos de estos verbos tienen, generadas no sé en qué momento, formas diferentes, alternas, que, por supuesto, se insertaron en la primera conjugación: florear por florecer y entontar por entontecer.

Pero estas reflexiones y, sobre todo, el repertorio de verbos con que las ilustramos son, en verdad, como la misma estructura léxica, campos abiertos. Siempre, en todo sistema, hay espacio potencialmente disponible para la creación. Al fin y al cabo, el sistema, como diría Coseriu, es el “conjunto de las realizaciones posibles”. Podríamos, entonces, por esta vía, seguir citando ejemplos como estos neologismos que enronchan a más de un purista: enfelicidar, opcionar, cachifear, ratapeludear, diccionariar, escombrar, embalurdar, curdearse, escrupular, anecdotear, sifrinizarse y hasta un extrañísimo madrotear motivado, aparentemente, como isotopía, en padrotear. La proliferación de estos infinitivos en –ar es de tal magnitud que ya podemos presentar estudios onomasiológicos o semasiológicos sobre los neologismos verbales venezolanos. ¿Nos hemos preguntado cuántas acepciones tiene cada uno de estos verbos? ¿Cuál es la etimología de cada uno? ¿A qué campo semántico del habla se adscriben? ¿En qué nivel de uso se les documenta? Pero, de momento, volvamos a nuestra historia. Ya habrá tiempo y espacio para otros ejemplos y para otras preguntas.

  Ese año, 1968, siendo estudiante del Instituto Pedagógico de Caracas, por recomendación de dos de mis profesores, María Teresa Rojas y Marco Antonio Martínez, me puse en contacto por vez primera con el Manual de Gramática Histórica Española de Don Ramón Menéndez Pidal en una edición de Espasa Calpe publicada en 1958. Después de ese primer contacto, me enteraría de que la primera edición de esta obra fue publicada en 1904 con el título de Manual elemental de gramática histórica española. También me enteraría de que desde el año de su publicación hasta 1940, el autor revisó y corrigió sus sucesivas ediciones. Por tal razón, los críticos y estudiosos de la obra de Menéndez Pidal han señalado que en la elaboración definitiva del Manual hay dos fases: una de 1904 a 1918 y otra, de 1925 a 1940. En la primera, el Manual está diseñado sobre el esquema básico del Neogramaticalismo, en particular sobre sus tesis acerca de la inmutabilidad de las leyes fonéticas y su formulación teórica de la gramática comparada; y en la segunda, sobre algunos aspectos teóricos de los neogramáticos, sobre la teoría del tradicionalismo y sobre una serie de factores estéticos, funcionales, sociolingüísticos y sociohistóricos que se manifiestan en la evolución de las lenguas. El cambio lingüístico, para citar un ejemplo que en este momento nos atañe directamente, no es un paso entre dos generaciones como lo concibieron algunos neogramáticos, sino algo que se da como parte de un proceso de larga e inexacta duración entre generaciones. De esta segunda fase data la concepción de que las leyes fonéticas no obedecen únicamente a causas psicológicas. También están sometidas a causas sociológicas e históricas como el sustrato, el contacto de lenguas, el gusto lingüístico y la ultracorrección, entre otras.

En el Capítulo VII del Manual de Menéndez Pidal, “El verbo”, leído, repito, en ese ya lejano 1968, fue en donde por vez primera me informé de esta particular situación del paradigma verbal del español que, a simple vista, plantea la ya tradicional confrontación entre lo prescriptivo y lo descriptivo y, además, entre lo que es norma abstracta y norma de uso. Desde entonces, he asumido que en el español contemporáneo existe un solo modelo de conjugación, la terminada en –ar. Hoy, en lengua española, –er e –ir son conjugaciones improductivas, al menos como hechos diferenciados diacrónica y sincrónicamente. Hasta donde sé, ninguna gramática ha dado cuenta de esta nueva norma sobre esta vieja situación.

En función del tema propuesto y de la búsqueda de algunos de sus antecedentes teóricos, a continuación transcribo estas tres ideas planteadas por Menéndez Pidal en el Capítulo anteriormente mencionado: 

  • La conjugación fue conservada por el romance en muy buen estado, contrastando con el olvido de la declinación. Mientras las desinencias casuales por su vaguedad (§ 742) resultaron instrumento inservible en romance, las desinencias verbales, completamente claras y terminantes, se mantuvieron vivas. (p. 267).
  • La conservación de la conjugación no fue, sin embargo, perfecta. El verbo latino, que ya representa un estado, no digamos empobrecido, sino simplificado, del verbo indoeuropeo (pues carecía de la voz media, del modo optativo, del número dual), continuó simplificándose en latín vulgar, con la sustitución de varias formas sintéticas del latín clásico por otras analíticas. (p. 268).
  • De las cuatro conjugaciones latinas –are era la más rica, y lo continúa siendo, con mucho, en romance. No se enriqueció con verbos de las otras conjugaciones latinas, de las cuales permanece aislada, salvo en raros casos comunes a los romances, como torrere turrar, mīnuěre menguar, mōllīre mojar, mejěre mear, fiděre fiar; comp. §124. Pero en ella ingresaron los verbos de origen germánico: trotten trotar, wȋtan guiar, (salvo los terminados en –jan, que van a la conjugación en ir, alguno con duplicado en –ecer: rôstjan rostir, warjan guarir, guarecer, *warnjan guarnir, guarnecer; véanse los verbos citados, § 43), y en –are se formaron y se siguen formando cuantos verbos nuevos crea la lengua; todos los sufijos derivativos son de esta conjugación, salvo uno: -scere (§ 125). Es la conjugación fecunda por excelencia. (p. 285).

Del mismo modo, en búsqueda del comportamiento de todos los constituyentes del sistema operativo del verbo en español, transcribo sus ideas relacionadas con la segunda, la tercera y la cuarta conjugaciones latinas, las terminadas en –ĒRE, -ĔRE, -IRE. Dice Menéndez Pidal:

  • CONJUGACIONES –ĒRE Y ĔRE.- Ya el latín vacilaba en algunos verbos (…) pero el latín vulgar de España (salvo en Cataluña) verificó la fusión completa de las dos conjugaciones, olvidando la –ěre: correr, leer, romper, verter. (…) Esta conjugación no ha adquirido verbos de las otras (salvo un raro caso, como tussire toser), y sí ha perdido muchos que pasaron en corto número a la –are y en abundancia a la –ire; no se presta a ninguna formación nueva más que con el sufijo –scere (1251), por el cual únicamente podemos considerar a la conjugación –ere como dotada de fecundidad, considerable en el período primitivo del idioma, aunque hoy casi ninguna. (p. 286).
  • LA CONJUGACIÓN –IRE es la segunda en riqueza después de la –are. (p. 286). (…) Se apropió algunos verbos de origen germánico (§ 109). Pero todos estos aumentos los recibió en el período antiguo del idioma, y después quedó como conjugación enteramente estéril para la producción de nuevos verbos. (p. 288).

De hecho, con estas líneas, Menéndez Pidal nos permite entender la naturaleza de un cambio que, en principio, parece afectar a todo el sistema verbal desde sus propios orígenes, si bien no implica, en modo alguno, la desaparición de las otras dos conjugaciones.    Ambas, –er, –ir, se conservaron, se conservan y se conservarán como mecanismos de formación verbal presentes en algún momento de la evolución de la lengua e, hipotéticamente, en determinados idiolectos contemporáneos. Si sintetizamos las ideas transcritas, la explicación de este cambio parte entonces de:

  1. El verbo latino, que ya representa un estado, no digamos empobrecido, sino simplificado del verbo indoeuropeo (…) continuó simplificándose en latín vulgar.
  1. De las cuatro conjugaciones latinas –are era la más rica, y lo continúa siendo, con mucho, en romance. (…) en –are se formaron y se siguen formando cuantos verbos nuevos crea la lengua; todos los sufijos derivativos son de esta conjugación, salvo uno: -scere (§ 125). Es la conjugación fecunda por excelencia. (…) Podemos considerar a la conjugación –ere como dotada de fecundidad, considerable en el período primitivo del idioma, aunque hoy casi ninguna. (…) –IRE es la segunda en riqueza después de la –are. (…) después quedó como conjugación enteramente estéril para la producción de nuevos verbos.

Aparentemente, entonces, la simplificación actual de la conjugación es parte de una evolución que, de hecho, involucra el viejo principio de uso y desuso de las partes. “En las palabras –decía Martí- hay una capa que las envuelve, que es el uso”. Ya en latín, sin que tengamos datos espaciales y cronológicos sobre el origen de este fenómeno, ya en latín, repito, las conjugaciones en que se motivaron la segunda y la tercera del español, eran improductivas. Desde hace mucho, muchísimo tiempo, los inventarios léxicos, la actividad filológica y los estudios lingüísticos comparados, entre otros procedimientos, nos han permitido reconstruir los orígenes de la lengua, sin embargo, aún tenemos casos en donde no es posible fijar un momento y un espacio precisos. La simplificación del paradigma verbal es uno de ellos.

3

En la Nueva gramática de la lengua española (2009: I, 183) de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la lengua española, aún se especifica que, conjuntamente con el participio y el gerundio, el infinitivo es una de las formas no personales del verbo, “que se suelen llamar también formas no flexivas, además de verboides, si bien algunos morfólogos han aducido que el término no flexivas no es aquí el más apropiado” en virtud de que en todo infinitivo, tal como se describe en la misma página del texto anteriormente citado, “con la raíz (am-, tem-, part-) y la vocal temática (-a-, –e-, –i-) se construye el tema de infinitivo (ama-, teme-, parti-), al que se agrega el morfema –r, si bien en la tradición es frecuente no aislar la vocal temática y hablar de verbos en –ar, –er, –ir”.

Sin embargo, con lo dicho hasta ahora en esta exposición, creemos que es pertinente y necesario agregar a lo ya establecido en la Gramática, la información relacionada con el estado actual de las tres conjugaciones. Insistimos en que parece un hecho cumplido, como cambio estructural, la simplificación del paradigma de las conjugación española de tres modelos a uno solo debido al abandono de las formas –er, –ir, en la formación de los infinitivos que día a día se documentan en los diferentes subsistemas de nuestra lengua. En esta y en todas la gramáticas sobre lengua española debe incluirse esta información que nos replantea la tesis de que “la teoría envejece, el lenguaje avanza”. En su trabajo Habla pública, Internet y otros enredos literarios, el también académico venezolano Luis Barrera Linares (2009; 123 y ss.) se ha referido, entre otros aspectos, “a la necesidad de actualización de los postulados de la lingüística general”. Nos dice Barrera Linares:

Cualquier teoría acerca de determinado fenómeno, proceso o estado de cosas intenta de alguna manera explicar lo que a entender de la disciplina que la sustenta debe significar la realidad. Esta premisa es válida desde alguna concepción particular de la filosofía más abstracta hasta la que intente dar cuenta de la existencia de algún objeto concreto, palpable, mensurable y cuantificable. A su vez ello implica la necesidad de que las teorías existentes caduquen, se modifiquen, se debiliten o evolucionen de acuerdo con los cambios de ordenamiento de la misma realidad que intentan explicar o de nuevos paradigmas que obliguen a revisitarlas (sic), y de ser procedente, a reformularlas y adecuarlas o desecharlas. (p. 124)

Barrera Linares mismo, a quien como ya dije agradezco la lectura de los originales de este texto, me emaileó la siguiente observación:

Ante la situación de crear verbos de cualquier naturaleza, unánimente todos parten de la conciencia psicolingüística de que sólo hay una conjugación posible (la terminada en –ar). Casi nadie, me dice Barrera Linares, por dejar un mínimo margen de posibilidad, crea un verbo pensando en –er o –ir.  

Esta idea, con la que estoy totalmente de acuerdo, nos permite recordar que en la noción de conciencia psicolingüística se involucran varios aspectos fundamentales de la producción verbal: la competencia, la intuición, la afectividad y algunos otros factores sociales, psicológicos y neurológicos especiales. La afectividad, por ejemplo, de acuerdo con Charles Bally [1941 (1967: 117)], “es la manifestación natural y espontánea de las formas subjetivas de nuestro pensamiento: está indisolublemente ligada a nuestras sensaciones vitales, a nuestros deseos, a nuestras voliciones, a nuestros juicios de valor”. En todo momento, sea cual fuere la motivación verbal o no verbal, al individuo pertenece la capacidad de formar cuantas palabras quiera, en este caso, la capacidad para formar infinitivos en –ar y, por supuesto, también le pertenece la capacidad para discernir sobre la pertenencia de un determinado elemento a un determinado paradigma, a una determinada clase gramatical. Algo de esta idea, ya está, en cierta forma, en la “Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana” cuando Bello habla del “instinto de analogía que ha creado las lenguas basta en muchos casos para indicarnos la legítima estructura de las frases, y el recto uso de las inflexiones de los nombres y verbos”. (Cf. Bello, 1979: 415). Pienso que Bello va más allá de esta misma idea al detectar cierto componente “metafísico” en la producción verbal. No sé, en verdad, el sentido exacto de metafísico en este contexto. Me da la impresión de que es una forma de calificar la relación afectiva, quizás espiritual, que se da entre los usuarios de una lengua y las palabras que utilizan o que crean. Dice Bello (1979: 416):

En las sutiles y fugitivas analogías de que depende la elección de las formas verbales (y otro tanto pudiera decirse de algunas otras partes del lenguaje), se encuentra un encadenamiento maravilloso de relaciones metafísicas, eslabonadas con un orden y una precisión que sorprenden cuando se considera que se deben enteramente al uso popular, verdadero y único artífice de las lenguas. Los significados de las inflexiones del verbo presentan desde luego un caos, en que todo parece arbitrario, irregular y caprichoso; pero a la luz de la análisis, este desorden aparente se despeja, y se ve en su lugar un sistema de leyes generales, que obran con absoluta uniformidad, y que aun son susceptibles de expresarse en fórmulas rigorosas, que se combinan y se descomponen como las del idioma algebraico.

A través de la observación directa de los usos escritos y orales del español, en sus diferentes niveles (formal, informal, literario, cotidiano, retórico, técnico, jergal, interdicto, etc.), se aprecia cómo mediante la competencia se privilegia, se actualiza, como único procedimiento de formación de nuevos infinitivos, la terminación –ar. Con Menéndez Pidal nos planteamos y nos preguntamos si la simplificación obedece a un desarrollo interno reduccionista propio de un proceso evolutivo heredado del latín. Pero, en pro del pensamiento científico, asumimos que deben ser diversas y de distinta naturaleza las consideraciones teóricas que sobre esta simplificación debemos hacer: ¿el cambio se dio por economía del lenguaje?, ¿por comodidad de los usuarios?, ¿por evolución de la actividad neurolingüística?, ¿por factores externos?, ¿obedece este cambio a un nuevo perfil del espíritu de la lengua? ¿Por qué, pregunto, los mexicanos dicen checar y los venezolanos decimos chequear? ¿Por qué algunas personas optan por clicar y otras por cliquear? Y ¿por qué otras alternan cachar con cachear? En el Bajo Apure, y permítanme este ejemplo para explicar cómo ciertos factores no verbales coparticipan de la motivación y de la semántica de algunas estructuras lingüísticas, en el Bajo Apure, decía, se usa la frase verbal ser o estar (algo o alguien) más al revés que un guariqueño. ¿Cómo explicar su origen? ¿Cómo entender su significado? Fácil, fácilmente, si sabemos que los ríos en Apure se desplazan por rumbos paralelos desde el oeste hacia el este sobre el vasto plano inclinado que es la llanura apureña. En Apure, por un río, se va agua abajo o agua arriba. Agua abajo, si se sigue el curso natural de la corriente, es decir, hacia el este. Agua arriba, si se remonta el curso del río, es decir, hacia el oeste. La idea, por supuesto, se traslada a cualquier desplazamiento y a través del uso dialectalizado, agua arriba y agua abajo se nutren de una serie de rasgos semánticos connotadores que establecen dicotomías del tipo ‘sin esfuerzo’ – ‘con esfuerzo’, ‘con comodidad’ – ‘sin comodidad’, ‘con tranquilidad’ – ‘sin tranquilidad’, etc. De ahí la respuesta que, a manera de frase proverbial, damos cuando nos preguntan ¿Cómo andas? o ¿Cómo estás? y respondemos: Agua abajo y por la orilla. O Agua arriba y sin palanca. En el Guárico, en cambio, los ríos proceden de diferentes puntos cardinales y corren hacia diferentes rumbos y, en consecuencia, no sirven como referencia inequívoca de orientación en el espacio. ¿Qué hace, entonces, el guariqueño? Se orienta por el curso del sol que, en la mañana, después de salir por el este, va “hacia arriba” y por la tarde, después del cenit, va “hacia abajo”, es decir, hacia el oeste. Su transcurso de ascenso, hacia arriba, es por donde se va hacia abajo en Apure y el de descenso, hacia abajo, por donde se va hacia arriba. Una vez en mi infancia, plena precisamente de ríos y de horizontes apureños, presencié una fuerte discusión, un encontronazo verbal, entre dos llaneros. El motivo, uno de ellos, apureño, le había dicho al otro, guariqueño, “mi cámara sabe que cuando yo voy parriba, él va pabajo”. Cosas del lenguaje y la vida, como diría Charles Bally [1941 (1967: 222)], para quien “el lenguaje no se limita a expresar ideas; también es, y todavía más, el eco de la imaginación y de la sensibilidad”.

  No creo, entonces, que haya una única respuesta frente a este hecho aparentemente irreversible de la simplificación del paradigma verbal del español. Hoy, de toda palabra, adjetivo o sustantivo, se crea un verbo que, indefectiblemente, se adscribirá a la primera conjugación. Las dos restantes conjugaciones son, simplemente, rasgos de un perfil lingüístico que pertenece al pasado. Pero, permítanme otro ejemplo documentado también en Apure, una región en cuya habla es frecuente la sustitución recíproca de /l/ por /r/. Una noche, en una casa de campo, mientras colgaba un chinchorro, oí que alguien, detrás de mí, me dijo: –Ártelo, ártelo. En ese instante, yo mismo, a pesar de mi competencia como hablante nativo, no entendí. Pocos segundos después decodifiqué, como intención del hablante, este mensaje: –Súbalo, cuelgue más alto el chinchorro. Sin duda, mi interlocutor se valía de Áltelo, imperativo de altar, derivado a su vez de alto, que, en el dialecto apureño, se convierten, respectivamente, en ártelo, artar y arto.

Alex Grijelmo (2004: 23 y ss.), otra de las fuentes bibliográficas que hemos consultado, atribuye esta simplificación al genio del idioma y en un capítulo escrito con algunos detalles que de inmediato nos llevan a evocar nuestras lecturas de Bello y de Menéndez Pidal nos dice:

  1. Ya pasó el tiempo de crear verbos en –er y en –ir. El genio es severo en esto. Si usted quiere inventarse un verbo, no tendrá más remedio que formarlo en la primera conjugación. Hace mucho tiempo que el genio de nuestra lengua vetó cualquiera de las otras dos posibilidades. (p. 24).
  • El español concentra ahora, pues, toda la actividad en –ar para formar verbos a partir de sustantivos. Y uno de los hechos que demuestran la longevidad del genio de la lengua hasta nuestros días –el mismo genio de entonces- nos lo aporta la curiosa circunstancia de que esta norma se mantiene igual en la actualidad que hace mil años.

A esa primera conjugación se adscriben ahora neologismos radiantes como “esponsorizar”, “atachear”, “chatear”, “linkar”, “liderar” o el atroz “emailear”; pero también palabras legítimas creadas con los propios genes del español y que el genio bendice, como “ningunear”, “piratear”, “sambear”, “salsear”, “mensajear”, “telefonear” o “televisar”. (p. 27).

Por su parte, Suzanne Romaine (1996: 166), en el análisis que hace del cambio lingüístico desde una perspectiva social, orienta la búsqueda de una respuesta a este tipo de interrogantes hacia otros factores. Al respecto afirma:

En la práctica la mayor parte de los cambios no son completamente regulares debido a que las innovaciones no gozan del mismo grado de difusión ni en el tiempo ni en el espacio. Muchas de las variables estudiadas hoy por los sociolingüistas tienen de hecho una considerable antigüedad y representan cambios de largo y lento desarrollo que aún no se han completado y que puede que no lleguen a completarse nunca en todas las variedades de la lengua.

4

A partir, entonces, de las ideas y consideraciones anteriormente expuestas, asumimos que ya en el español de Venezuela, que es nuestra principal fuente y objeto de estudio, la presencia y la productividad de esta simplificación se aprecian en todos los niveles de uso y en todas las áreas semánticas en que se moviliza el habla del venezolano. Creo que tal afirmación es válida para el español de América y para todo el sistema de lengua española. Hay áreas, la informática, para citar un caso, en donde la creación de verbos ha sido cuantitativamente de particular significación. Así, es frecuente la utilización de formas como deletear, printear, bloguear, emailear, googlear, hackear, loguear, twitear, chatear, resetear, mousear, printear, plotear, linkar o linkear y emoticonear, entre otros. En ningún momento he documentado alguno de estos usos, como verbos de la segunda o de la tercera conjugación. Creo que en lengua española actual, nadie usaría un hipotético reseteír y menos el no menos hipotético twiteer.

En otras áreas, la literatura, la música, el baile y, en fin, en todas las manifestaciones del habla y de la escritura, desde hace muchos años, también se documenta cualquier variedad de infinitivos en –ar. Ellos constituyen una de las partes más significativas de los neologismos con que permanentemente se reformula el léxico en el sistema lingüístico. Sin duda, el contacto de lenguas en un mundo globalizado por la informática y por otros medios de comunicación contemporáneos contribuye con esta creación y con una más rápida difusión de estos términos y, por supuesto, de toda la actividad lingüística con que se da respuesta a los cambios operados en las diferentes regiones hispanoparlantes, Sin embargo, dicho contacto no es, en modo alguno, el agente responsable de la simplificación del paradigma verbal del español. En literatura, para seguir con nuevos ejemplos, verbos como enmediolutar, huellar, atristarse, adunarse, tornasolarse, atediarse, enflorar, incurvar, coruscar, ensedar, azularse, alocarse, arrebujarse, espinar y espejarse son sólo algunos de los que se documentan en la producción poética del Alberto Arvelo Torrealba de las décadas del 20 y del 30 en el siglo pasado. El también poeta e historiador de la literatura venezolana Jesús Sanoja Hernández, en su Prólogo al poemario Papelera o tanteos estéticos sobre el vivir del no menos poeta Ángel Eduardo Acevedo, nos sorprende con el uso del verbo rosacruzar. “Pálido y espigado –dice Sanoja Hernández- con inexpresivo expresivo rostro, cruzaba, y no era rosacruz en sus honduras histéricas, o rosacruzaba los pasillos de Humanidades en medio de rigores silenciarios”. En Palabreus, José Vicente Abreu utiliza el gerundio casanareando y el participio enyalado, formados sobre casanarear y enyalar. En nuestro trabajo sobre el vocabulario de esta novela, Los palabreísmos de José Vicente Abreu, los definimos de este modo:

casanarear. (De Casanare). intr. Tratándose de un fugitivo de la ley o de un perseguido político, refugiarse en Casanare, región colombiana. Por ext., huir. “De mi tío Apolo no se supo más hasta la muerte de Gómez, MdeJ. Andaba casanareando por Colombia. (p. 164)

enyalado, da. adj. Encarcelado. “Aura lo fue a buscar y lo escondió en su cuarto mientras yo seguí enyalado en un calabozo”. (p. 173) [Posiblemente enyalado derive de yale, marca comercial de candados y cerrojos, aunque pudiera ser una interpretación fonética del inglés jail, ‘cárcel’.] (Cf. Colmenares del Valle, 2002: 46, 57).

En otro de nuestros trabajos, La aventura lexicográfica del Quijote, conjuntamente con el adjetivo dulcineico, recogimos el uso del gerundio dulcineando. Al respecto, afirmamos:

De Dulcinea, como derivados, hemos documentado dulcineando y dulcineico. El primero, desde un punto de vista gramatical, es el gerundio de un virtual e hipotético dulcinear que como forma de infinitivo se adscribiría al sistema en el paradigma de los verbos pertenecientes a la primera conjugación, independientemente de que aún no tengamos un testimonio que permita constatar su uso. De hecho, asumimos que quien crea y ubica en Internet una página llamada www.dulcineando.com tiene en mente, como competencia activa, el verbo dulcinear que, desde el momento en que dicha página es recepcionada, pasa a ser parte de la competencia, pasiva o activa, de quien la recepcionó. Lo mismo podría decirse en relación con el adjetivo dulcineico cuyo uso se certifica en un escrito titulado “Quijotes” que firma Luis José Uzcátegui y lo consultamos en eluniversal.com y en www.gerenciaemocional.com. (Cf. Colmenares del valle, 2005: 40).

Otros infinitivos como malambear, chamamear, africar, gatear, acapellear y mixear, los hemos documentado blogueando, es decir, revisando diferentes blogs dedicados a la difusión de la música. En uno de ellos, encontramos una canción titulada “Cuando me malanocho” interpretada por el Trío Sensación que es boliviano. Malanochar o malanocharse, sustituye, en este caso, a malanochecer, del mismo modo como entontar sustituyó a entontecer en un ejemplo anteriormente citado. En otro de estos blogs se recoge un trabajó discográfico del cantor argentino Oscar Matus grabado en 1967 cuyo título es “Matuseando”, de matusear y éste, evidentemente, del patronímico Matus. En nuestro país, partiendo de los nombres de los instrumentos de lo que se tiene como un conjunto típico, arpa, cuatro, maracas y bajo, se han creado arpear, cuatrear, maraquear y bajear. De ellos, el DRAE sólo registra bajear con dos acepciones que en nada se relacionan con el bajo o con el bajista. Por supuesto, en un inventario de esta índole relacionado con el área de la música, salsear, merenguear, chachachear, charanguear, danzonear, rockear, valsear, rumbear, gaitear, bolerear, joropear y aguinaldear parecen términos salidos de un pretérito ya definido. En estas pesquisas nos ha sucedido que a veces nos topamos con un verbo que nos parece nuevo. Noviar, por ejemplo, documentado en “Después de viejo, noviando”, una producción musical del casanareño Jairo Parales. O versear, en el enunciado “Linda Barinas, que te versean los poetas”, uno de los versos del “Canto a Barinas” del poeta y cantor Guillermo Jiménez Leal. La sorpresa, en verdad, fue grande al encontrarlos ya registrados con idénticas acepciones en el mismísimo Diccionario académico.

Son muchos, en verdad, los ejemplos con que podríamos seguir ilustrando estas reflexiones, pero ya el espacio y el tiempo disponibles se nos agotan. Sin embargo, antes de formular las conclusiones, quiero subrayar la importancia que en la producción de todos estos infinitivos y de los neologismos en general tiene la creatividad de cada usuario de la lengua, sobre todo, si por creatividad entendemos las diferentes funciones que, como expresión de la inteligencia, facilitan la invención de nuevos conceptos, de nuevas ideas. En nuestros días, la sinéctica, en búsqueda precisamente de una descripción adecuada de lo que es la creatividad, verbal o de otro tipo, presta mucha atención a todos los elementos que la motivan, incluyendo los emotivos y los inconscientes por considerar que jamás se encuentran distanciados de la reflexión racional. El hombre, a través de toda su historia, ha sido creativo, ha sido un sujeto activamente sinéctico. La lengua, por supuesto, es el instrumento, connatural, más adecuado y más inmediato de que dispone para comunicar y consagrar como memoria externa las innovaciones que, continuamente, crea en cualquier área del conocimiento. Ella misma es creación en sí misma. A veces, novedosamente colectiva. A veces, singular. A veces, inusual. Siempre, creadora. Siempre evocadora de estas palabras de uno de nuestros grandes poetas: Don Fernando Paz Castillo (1966: 184):

Y encontramos en las palabras

íntimas, un mundo infinito,

infinito y cristalino

como una gota de agua,

nuevo y total

como una gota de agua.

Finalmente, y con esto termino esta exposición, no sin antes agradecer una vez más a todos ustedes su asistencia a este acto, finalmente, decía, quiero, a manera de única conclusión, dejar formalmente planteada en esta sesión solemne con que en la Academia Venezolana de la Lengua conmemoramos los 230 años del nacimiento de Don Andrés Bello, esta reflexión: Si nos preguntamos, ¿Cuáles y cuántas son las terminaciones verbales activas en español? ¿Cuál es la respuesta? También, como conclusión y como proposición para ser considerada, quiero dejar esta inquietud: ¿No es hora ya de que nuestras gramáticas describan cuál es la situación real de las conjugaciones verbales del español contemporáneo tomando en cuenta una codificación teórica que data, por lo menos, de 1904? Nosotros mismos, compañeros académicos, amigas y amigos presentes, nosotros mismos tenemos todas las respuestas.

Muchas gracias.

Caracas, 01 de noviembre de 2011.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

Alvar Ezquerra, Manuel. [1994] 2002. La formación de palabras en español. Madrid: Arco/Libros; 79 p.

Arvelo Torrealba, Alberto. 1967. Obra poética. (Prólogo de Alexis Márquez Rodríguez). Caracas: Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela; 303 p.

Bally, Charles. [1941]. 1967. El lenguaje y la vida. Buenos Aires: Losada; 236 p.

Barrera Linares, Luis. 2009. Habla pública, Internet y otros enredos literarios. Caracas: Editorial Equinoccio; 255 p.

Bello, Andrés. [1847] 1943. Gramática de la lengua castellana. Caracas: Librería Las Novedades; 366 p. [Incluye, en numeración aparte: 1) “Notas a la Gramática de la lengua castellana” por Rufino José Cuervo (pp. 1-134); 2) “Indice alfabético de materias” (135-160).

Bello, Andrés. 1979. Obra literaria. Caracas: Biblioteca Ayacucho; 735 p.

Colmenares del Valle, Edgar. 2002. Los palabreísmos de José Vicente Abreu. Caracas: Universidad Pedagógica Experimental Libertador; 160 p.

Colmenares del Valle, Edgar. 2005. La aventura lexicográfica del Quijote. Caracas: Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello”; 57 p.

Colmenares del Valle, Edgar. 2011. Andrés Bello: una sola y magna patria, una sola y magna lengua. Caracas: Casa Nacional de las Letras “Andrés Bello”; 36 p.

Cunill Grau, Pedro. 2006. Andrés Bello. Caracas: El Nacional, Bancaribe; 135 p.

Grases, Pedro. 1988. “La personalidad de Andrés Bello”. Obras. Bello, Bolívar y otros temas de Historia. Caracas: Seix Barral; T. 17.

Grijelmo, Alex. 2005. El genio del idioma. México: Taurus; 257 p.

Malmberg, Bertil. 1966. La América hispanoblante. Unidad y diferenciación del castellano. Madrid: Ediciones Istmo; 317 p.

Menéndez Pidal, Ramón. [1904] 1958. Manual de  Gramática histórica. Madrid: Espasa-Calpe; 369 p.

Moreno Fernández, Francisco y Jaime Otero Roth. 2007. Atlas de la lengua española en el mundo. Madrid: Ariel, fundación Telefónica; 117 p.

Pablo Neruda.  “La palabra”. Confieso que he vivido. Memorias. Buenos Aires: Editorial Losada, 1974; pp. 73-74).

Orrego Vicuña, Eugenio. 1953. Andrés Bello. Santiago (Chile): Editorial Zig Zag; 374 p.

Paz Castillo, Fernando. 1966. Poesías. Caracas: Editorial Arte; 341 p.

Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española. 2009. Nueva Gramática de la lengua española. Madrid: Espasa Libros; 2 tomos.

Romaine, Suzanne. 1996. El lenguaje en la sociedad. Una introducción a la Sociolingüística. Barcelona: Editorial Ariel; 271 p.

Sambrano Urdaneta, Oscar. 2005. Verdades y mentiras sobre Andrés Bello. 2ª edición aumentada y corregida. Caracas: Casa Nacional de las Letras Andrés Bello; 245 p.

La simplificación del paradigma verbal del español

Dr. Edgar Colmenares del Valle

Academia Venezolana de la Lengua

Caracas, 28 de noviembre de 2011

Repertorio de verbos citados:

1. Masonear, viejitear, candadear, llavear, gladiar, campeonar, bocabajear, referear, baypasear, umbilicarse, biopsiar, paniquearse, constelizarse, ferretear, ferrar.

2. Abonar, alarmar, sentenciar, publicar, plantar o plantear, bucear, campear, faldear, pestañear, vocear, airear, blanquear, desear, moldear, piratear, simultanear, zarandear, analizar, burocratizar, canalizar, capitalizar, cristalizar, escandalizar, esponsorizar, organizar, rivalizar, artificializar, derechizar, ilegitimizar, neutralizar, normalizar, puntualizar, realizar, socializar, universalizar, apaciguar, pacificar, santiguar, santificar, codificar, mitificar, tipificar, ejemplificar, dignificar, unificar, dignificar, identificar, intensificar, justificar, solidificar, verificar, calificar, sacrificar, fructificar, vitrificar, racionalizar.

3. Florecer, establecer, fortalecer. Amanecer, enriquecer, entontecer, envilecer.

4. Florear ~ florecer. Entontar ~ entontecer.

5. Enronchar. Enfelicidar, opcionar, cachifear, ratapeludear, diccionariar, escombrar, embalurdar, curdearse, escrupular, anecdotear, sifrinizarse, madrotear, padrotear.

6. Checar ~ chequear. Clicar ~ cliquear. Cachar ~ cachear.   Altar ~ artar.

7. Esponsorizar, atachear, chatear, linkar, liderar, emailear, ningunear, piratear, sambear, salsear, mensajear, telefonear, televisar.

8. Deletear, printear, bloguear, emailear, googlear, hackear, loguear, twitear, chatear, resetear, mousear, printear, plotear, linkar o linkear, emoticonear. *Reseteír,* twiteer.

9. Enmediolutar, huellar, atristarse, adunarse, tornasolarse, atediarse, enflorar, incurvar, coruscar, ensedar, azularse, alocarse, arrebujarse, espinar, espejarse. Rosacruzar. Casanarear, enyalar.

10. Dulcinear.

11. Malambear, chamamear, africar, gatear, acapellear, mixear. Malanochar, malanocharse, malanochecer, entontar, entontecer. Matusear. Arpear, cuatrear, maraquear, bajear. Salsear, merenguear, chachachear, charanguear, danzonear, rockear, valsear, rumbear, gaitear, bolerear, joropear, aguinaldear.

12. Noviar. Versear.

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