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ENTREVISTA a Édgar Colmenares del Valle – Edgar Colmenares del Valle

ENTREVISTA a Édgar Colmenares del Valle

Un venezolano del llano

Ensayista, narrador, lexicólogo y profesor universitario (San Fernando de Apure, 1942). Catedrático e investigador de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y del Instituto Pedagógico de Caracas (IPC). Magister en Lingüística y en Literatura Latinoamericana. Doctor en Ciencias Sociales de la UCV. Edgar Colmenares del Valle ha sido conferencista invitado a universidades nacionales, de América Latina y Europa. Su experiencia es vasta en el estudio del léxico venezolano, especialmente del léxico del llano venezolano, cuyas costumbres e historia ha estudiado con mucho esmero. Fue director de la Escuela de Letras de la UCV y Coordinador Académico de la Facultad de Humanidades y Educación de esta misma Universidad. Autor de numerosos ensayos y artículos. Tiene una vasta experiencia en el análisis del léxico de uso venezolano y es un estudioso de los problemas relacionados con la cultura llanera. Ha publicado, aparte de varios artículos y ensayos, Léxico del beisbol en Venezuela, Designaciones de borracho en el habla venezolana, La Venezuela afásica del Diccionario académico, Los ojos de la Viuda (Relatos), Lexicología y Lexicografía en Venezuela (Fuentes para su Estudio), Lexicología y Lexicografía en Venezuela (Adenda 95), De Apure, Achaguas y otras etimologías, La Venezuela absurda del DRAE-92 Y En el espejo de la memoria. Con este último libro obtuvo el Premio de ensayo “Humberto Febres Rodríguez”. Ya jubilado como Profesor Titular de la UPEL y la UCV, se desempeñó como Coordinador del Área de Estudios Bellistas y Lingüísticos en La Casa de Bello. Es, además, Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Actualmente reside en Canadá.

Nació en San Fernando de Apure, centro clave del espacio llanero venezolano. Pienso que uno no nace en el “mundo”, lo hace en un espacio concreto, que impregna raíces en el avatar existencial. Por lo que hemos leído en su literatura, tanto narrativa como ensayística, su espacio nativo ha echado sólidas raíces en usted. ¿Qué significa ser un venezolano del llano?

Ser un venezolano del llano… Bueno… déjame decirte que a mí me cuesta ser autobiográfico. Y como quiera que yo fui beisbolista, permíteme traer dos bateadores emergentes que respondan esta pregunta por mí. Uno de ellos, ya lamentablemente fallecido, es Oscar Sambrano Urdaneta. Con él y con María Teresa Rojas, se me despejó el camino hacia el home. El otro es un gran amigo, llanero guariqueño y extraordinario poeta: Alberto Hernández. En el “Prólogo” de mi libro De Apure, Achaguas y otras etimologías Oscar expuso, entre otras, estas ideas:

“De Apure, Achaguas y otras etimologías es una nueva y magnífica comprobación de varias de las virtudes que adornan la trayectoria intelectual y humana de Edgar Colmenares del Valle. En primer término, el culto a sus raíces llaneras, que en nada le impide poseer una mente universal, y en cambio le sirve de soporte telúrico, firme y saudoso, para empinarse y mirar más allá de los dilatados horizontes de su tierra natal. En segundo término, la seriedad con la que asume el compromiso -consigo mismo y con sus lectores-, de abordar el tema de su interés con la responsabilidad de quien medita sobre lo que aspira demostrar, y del que sabe elegir, como buen baquiano en la sabana ilímite de las ideas y sus posibilidades, el camino recto y seguro que lo habrá de llevar a donde quiere ir. En tercer lugar, el respaldo teórico del estudioso que se respeta a sí mismo y que procura informarse de cuánto puede sobre el tema con el que está comprometido. Síguese la pulcritud en el manejo de la lengua especializada con la que expresa sus ideas, palabra clara, con la sencillez, gracia y levedad que son los frutos del esmero con que vigila su escritura. Por último, el aporte esencial de elementos novedosos, con los que todo investigador de casta se encuentra obligado a enriquecer el tema de sus estudios”.

Por su parte, Alberto, a quien le agradezco el “Prólogo” de Textos 50 Guion 70 y, además, varios trabajos que ha publicado en diarios y revistas y, sobre todo, en su página en Internet, ha expresado ideas como estas:

“El río, poética de la tragedia, acción del agua y de la tierra. También bendición del trópico. El río dispuesto a crecer, a aumentar la crisis de quien lo ve desde lejos y es alcanzado por su fuerza. La naturaleza del Llano en las palabras de quien ha sabido tenerlo a un lado, de quien lo supo atravesar y deletrear desde la infancia. En casi todos los poemas de este libro de Edgar Colmenares del Valle está el río como personaje principal. Corriente imprescindible, río para una lectura cuyo significado y sentido laten en la inflexión silenciosa del llanero, el que lo vadea y lo conoce. Y lo respeta. Y con el río, con la serpiente lenta, traicionera, peligrosa, van sus habitantes y vecinos, el condominio del agua, del barro y de la brisa diurna y nocturna”.

También, al referirse a Con tres alemanes agua abajo por el Apure, Alberto afirmó:

“Édgar Colmenares del Valle se ha acostumbrado a regalarnos sorpresas: también ha escrito poesía y ficción en la que su tierra, la que no deja jamás fuera de su alcance físico y espiritual, aparece convertida en sueños, en imágenes, en personajes y en los nombres que lo persiguen benignamente. (…) Se trata pues de un libro para adentrarse con calma en la fronda de un país dueño de un río por el que navegaron unos hombres que no han terminado de irse. Un bello tratado que nos lleva hacia una Venezuela poco conocida por muchos nacidos aquí que hoy dicen conocerla. Un libro en el que nos descubrimos. Nos vemos a través de los ojos de estos personajes que hoy son parte de nuestra nacionalidad”.

Sin embargo, si tú me apuras por una respuesta personalizada, yo te diría que el Llano, que es el paradigma sobre el cual se fundó la venezolanidad, es mi esencia. Y en la esencia residen la honestidad y la autenticidad. La escritura, en consecuencia, debe y tiene que ser auténtica y honesta. Con palabras de la gran Violeta Parra, digo Gracias a la vida que me ha permitido llevar esa esencia conmigo más allá de cualquier accidente geográfico y de cualquier circunstancia”.

Causó importante impacto su trabajo de visibilización de Antonio José Torrealba, el informante del que se nutrió Rómulo Gallegos para escribir sus novelas capitales: Doña Bárbara y Cantaclaro. Al margen de los órdagos generados por quienes vieron en esa visibilización casi una herejía contra Gallegos, ¿qué significó ese trabajo que avivó la polémica en torno a la relación oralidad-literatura y verdad y creación?

En esta pregunta, tú mismo has precisado varios de los significados de este trabajo. Permíteme repetir tus palabras: “avivó la polémica en torno a la relación oralidad-literatura y verdad y creación” que, dicho sea de paso, es una polémica ancestral que, como toda polémica, tiene sus defensores y sus detractores. Frecuentemente, la praxis literaria abreva en el manantial inagotable de la oralidad. No olvidemos que fue la oralidad la que nos convirtió en una especie diferente, humana. La conversión de lo oral cotidiano en texto literario, de la oralidad en literatura, deviene de la capacidad de cada escritor para retroalimentar lo percibido, para fabular y, por supuesto, para ejercer una competencia verbal que, en definitiva, sea reconocida como un uso literario de la lengua. Otro significado, dicho también por ti, fue la visibilización de Antonio José Torrealba de quien siempre se dijo que había sido el informante fundamental de Gallegos para crear sus dos novelas de ambiente llanero. De este reconocimiento, del que no escapan los especialistas en la obra galleguiana y muchos de sus amigos y allegados, hay un recuento en el “Estudio preliminar” que escribo como presentación de los seis tomos del Diario de un llanero. También, siempre se dijo que Torrealba había escrito unos “libretones”, pero, con pocas excepciones, no se sabía cuál había sido el destino de esos “libretones”. Hasta que, un buen día, gracias a la profesora María Teresa Rojas, llegaron a mis manos. No los llamados “libretones”, sino una serie de cuadernos manuscritos titulados Diario de un llanero. Los “libretones”, que sí existían, los recuperé posteriormente. Pero esa es otra historia que también está contada en ese estudio anteriormente citado. Nadie, hasta donde tengo competencia en esta materia, dijo que además del Diario y de los “libretones”, Torrealba había escrito otro texto narrativo que tituló Historia de Azabache o sea la historia de un caballo contada por él mismo junto con sus compañeros de trabajo. El Diario y Azabache fueron editados. Los “libretones” aún permanecen inéditos. Creo, y permíteme que utilicé este término tuyo una vez más, creo que la visibilización de mayor alcance, aparte de la demostración de que entre Gallegos y Torrealba no hubo un simple y único encuentro en las sabanas de la Candelaria, fue la revelación y difusión de Torrealba como creador que, a veces, es un narrador con una extraordinaria imaginación; que, a veces, es un cronista o un versificador que recoge las tradiciones llaneras y, a veces, un recopilador de textos orales anónimos y textos de reconocidos autores. Creo, finalmente, que la visibilización de Torrealba reconstruyó, para muchos, la visibilización de Gallegos.

Desde el 2005 ocupa el mismo sillón “Y” que pertenecía a Don Pedro Grases en la Academia Venezolana de la Lengua Española. Sustitución retadora, dado el enorme trabajo filológico de Grases en nuestro país. ¿Cómo evalúa esa experiencia?

Fue una gran y grata experiencia. Por varias razones. La primera, sin duda, el honor que significa sustituir a Don Pedro Grases. Eso, tal como tú me has dicho, fue una “sustitución retadora”. Modestia aparte, creo haberla asumido a plenitud desde el momento mismo en que me incorporé a la Academia el 31 de octubre de 2005. En mi discurso de incorporación, a través de una “historia de vida” como marco estructural, recapitulé algunos aspectos biográficos de Don Pedro e hice una descripción de su obra, con énfasis en sus estudios sobre Andrés Bello quien es, sin duda, el humanista venezolano más ecuménico de todos los tiempos. Además de estas consideraciones sobre Don Pedro y el significado y trascendencia de su obra, analicé y teoricé sobre una serie de aspectos relacionados con disciplinas como la semiótica, la etimología, la lexicografía, la semántica, la metalexicografía y la teoría literaria. Quiero destacarte que, por vez primera en la historia de la Academia Venezolana de la Lengua, se presentó un discurso interactivo. En él, combinamos la lectura del texto con la proyección de imágenes y entrevistas hechas a discípulos y amigos de Don Pedro como fueron Oscar Sambrano Urdaneta, Alexis Márquez Rodríguez y Francisco Javier Pérez. Y algo más, se oyó en el Paraninfo de la Academia la voz del maestro contando detalles de su vida y opinando sobre Andrés Bello y la universalidad de su obra. Recuerdo que al concluir el acto, María Grases Galofré, hija de Don Pedro, se me acercó para decirme:

-Jamás pensé que la voz de mi padre se oiría nuevamente en este recinto.

Aparte de esta primera razón, hay otras que yo creo que forman parte de la vida de un académico activo. Por ejemplo, su participación en las Comisiones Permanentes de la Academia, en su Junta Directiva, en las publicaciones y, en fin, en todo lo que se involucra con una Institución que, pese al deprimente contexto nacional en que actualmente desarrolla sus actividades y pese a ciertas limitaciones internas y externas, se ha mantenido como modelo de continuidad histórica. Déjame decirte que dos de los libros que he publicado tienen el sello editorial de la Academia. Eso forma parte de esta grata y gran experiencia. Yo he disfrutado esta experiencia, particularmente en los momentos en que todavía no se había acentuado en el país el control hegemónico, totalitario, del Gobierno sobre las Instituciones supeditadas económicamente al Estado y no se había producido esa desmoralización que hoy se palpa en varios sectores de la población. En algún momento, en “otras instancias académicas foráneas”, dos de mis trabajos La Venezuela afásica del Diccionario académico y La Venezuela absurda del DRAE-92 motivaron, repito, en “instancias foráneas”, cierto malestar que impidió que fuera aceptado como profesor de un curso de Lexicografía en Madrid. Desde luego, esa circunstancia, ni otra de la misma naturaleza, ha afectado mi vida académica y mi ejercicio de la docencia y de la investigación desde la perspectiva del humanismo concebido como un proyecto de vida. Hoy, con mucho orgullo, digo que he sido responsable de concebir, proyectar, organizar y dirigir, a través de convenios suscritos entre la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Experimental del Yaracuy y la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, los dos únicos posgrados en Lexicografía y en Formación de Cronistas que se han dictado en nuestras Universidades. Lamentablemente, del derrumbe que vivimos no se han escapado nuestras más queridas Instituciones y nuestros más caros anhelos y, en algún momento, tal circunstancia nos trajo a estas lejanías en donde estamos y proseguimos con nuestro trabajo, lejos del río y de la llanura donde nací y me crie y lejos, físicamente, de la Academia a la que me honro en pertenecer desde que en el 2005 fui electo como Individuo de número el mismo día en que se conmemora la fiesta del santo patrono de mi pueblo.

 ¿Persiste aún en el Diccionario de la Lengua Española la Venezuela afásica, de la que usted se lamentaba antes de ocupar ese sillón?

Sí. En líneas generales, sí. Cierto es que se han eliminado algunos términos que antes se calificaban como venezolanismos y, desde nuestro punto de vista estaban mal definidos o erróneamente seleccionados y no es menos cierto que se han producido cambios y correcciones cualitativas, pero ciertos aspectos metodológicos y semánticos de donde provienen nuestras observaciones se mantienen vivos. Creo que es un problema derivado del apego histórico del Diccionario académico a un modelo que ha ido modificándose, paulatinamente, sin producir el cambio estructural definitivo para adaptarse totalmente al quehacer lexicográfico contemporáneo. Te cito un ejemplo. En la versión electrónica del Diccionario (Actualización 2019) ya no se registra la entrada obiubi (“mono de color negro que duerme de día con la cabeza metida entre las piernas” que se contaba en el listado de los venezolanismos del DRAE. Que ya no es DRAE sino DLE (Diccionario de la lengua española). De este modo, creo yo, se solucionó esta inconsistencia pero, para citar otro ejemplo, se mantienen idénticas acepciones como la de camisón (4. m. Col. y Ven. Vestido, traje de mujer, excepto cuando es de seda negra). Y así, otras. Esta práctica nos hace pensar que las revisiones habidas no son sistemáticas en cuanto a que, aparentemente, no obedecen a un patrón preestablecido. Sin duda, hay que reconocer los avances de la Real Academia en esta era de la tecnología de punta aplicada a las disciplinas que le competen.

Hoy, en esta Academia hay una actividad institucional sin precedentes que se manifiesta a través de la publicación de una serie de obras y del desarrollo de varios proyectos. Hay, además, una política panhispánica cristalizada a través de ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española) y reflejada en las consultas permanentes a las academias nacionales en correspondencia con diferentes aspectos de la variedad de español que se habla en cada país. En verdad, son tantas las Obras y los Proyectos que cabe pensar que estamos en presencia de una macroempresa puesta al servicio de la producción de bienes relacionados con la lengua española. A manera de simple resumen, veamos:

OBRAS Y PROYECTOS: Diccionarios, Gramática, Ortografía, Ediciones conmemorativas, CORPES XXI, Escuela de Lexicografía.

Entre los Diccionarios tenemos: Diccionario de la lengua española, Diccionario esencial de la lengua española, Diccionario panhispánico de dudas, Diccionario del estudiante, Diccionario práctico del estudiante, Diccionario de americanismos.

En Gramática: Nueva gramática; Nueva gramática. Morfología y sintaxis; Nueva gramática. Fonética y fonología; DVD Las voces del español, Manual de la Nueva gramática, Nueva gramática básica de la lengua española.

En Ortografía: Ortografía 2010, Ortografía básica, Ortografía escolar.

Ediciones conmemorativas: El Quijote, Cien años de soledad, La región más transparente, Pablo Neruda. Antología general, Gabriela Mistral en verso y prosa, La ciudad y los perros, El Quijote (edición de 2015).

Banco de datos: CORPES XXI, CDH, CREA, CORDE, Fichero General.

Sin embargo, el conjunto de unidades léxicas identificadas como propias del léxico de uso venezolano sigue siendo poco representativo e imperfectamente definido en muchas de sus acepciones. Temo que muchas de estas inconsistencias persistirán quién sabe hasta cuándo.

Ocupó un importante espacio en la docencia, esencialmente la universitaria. Relevante fue su trabajo como Director de la Escuela de Letras en la Universidad Central de Venezuela. En los últimos años, la literatura venezolana, a la que usted estudia y promueve con tesón, ha venido perdiendo terreno preocupante en las aulas universitarias. Sus diseños curriculares han vaciado las asignaturas y seminarios que tratan la literatura nacional. Hasta el punto de que hoy ocupan un lugar marginal. ¿Vio venir ese fenómeno cuando laboraba en las aulas universitarias?

Lo que tú acabas de identificar como un fenómeno es, en verdad, un problema de vieja data en el que los profesores que hemos ejercido la docencia universitaria como una actitud vital y como un compromiso con nuestra creación estética, particularmente con la literatura y con nuestra expresión verbal, hemos consumido yo no sé cuántas horas de trabajo y de discusiones frecuentemente cargadas de adrenalina, por la búsqueda del espacio necesario para nuestras áreas de trabajo en los diseños curriculares. Por experiencia, tú sabes cómo se proyecta y se pone en marcha una cátedra de pregrado o un programa de postgrado en Literatura venezolana o en Dialectología hispanoamericana, por ejemplos. En consecuencia, sabes que siempre ha habido algo, llámese autor, movimiento, obra o gentilicio, al que se le da mayor o igual espacio que a lo nuestro. Sabes cuánto cuesta crearles un espacio propio a los seminarios o a los cursos de español de Venezuela o de literatura venezolana. Peor, si se tratare de las variedades del español de Venezuela o de las llamadas literaturas regionales. Te pregunto: ¿Cuánto esfuerzo te ha costado proyectar y mantener en las aulas universitarias la imagen y la obra del poeta Lira Sosa? En los Pedagógicos, dada la presencia del componente docente, la situación es aún más peculiar porque, de hecho, se da tanta o mayor participación a las materias que capacitan al estudiante para ser pedagogo mientras se abrevia el componente de la especialidad en lengua o en literatura.  Sin duda, creo que tanto tú como yo vimos venir ese fenómeno que hoy ya es un hecho. Tú debes recordar que en algún momento, en una de las veces en que trabajé con ustedes en el Postgrado bajo tu coordinación, la monografía final de evaluación fue sobre diferentes autores de la región oriental. Recuerdo que al presentarles a los participantes el programa y la intención de que hiciéramos esa investigación, hasta ese momento inédita como objeto de estudio desde un centro universitario, les dije: -Si no la hacen ustedes, ¿quién la va a hacer? Y ellos la hicieron, con éxito y, sobre todo, con el rango académico exigido. Hoy, en este instante, me hago estas preguntas: ¿Se repitió esta experiencia? ¿Hay, como parte del componente curricular obligatorio, un curso y sus respectivos seminarios dedicados a la investigación e interpretación de esa producción literaria y de sus peculiaridades expresivas? Ojalá, la respuesta sea afirmativa.

Y esa marginalidad se evidencia también en la investigación y en la crítica, la que se hace en la academia y la que se hace en los medios de comunicación.

Por supuesto, porque la mayoría de nuestros investigadores y críticos literarios son también profesores universitarios adscritos a una determinada Escuela o a un Instituto cuyos presupuestos para la investigación, los Congresos y las publicaciones están, sin alternativa alguna, sujetos al exiguo presupuesto que se les asigna a las Universidades. Te pregunto, Celso: ¿Hemos tenido en los últimos 15 años la misma disponibilidad económica institucional para organizar o asistir a congresos o encuentros nacionales o internacionales en alguna de nuestras áreas de investigación? ¿No venimos desde esa misma fecha trabajando con presupuestos reconducidos y cada vez más sometidos a la voluntad del ente gubernamental a quien compete su asignación? Qué tiempos aquellos, amigo mío, en que en el Pedagógico de Caracas y en la UCV pudimos compartir nuestras inquietudes con Baldinger, Pottier, Haensch, Coseriu, Prieto, Rivarola, Lipski, Van Dijk, Rama y Charadeau, entre otros. O íbamos a un encuentro en Mérida, en Maturín, en Maracaibo o en cualquier otro punto de nuestro dinámico y autónomo espacio universitario de entonces a presentar nuestros trabajos y a crear o a renovar proyectos interinstitucionales o personales. Y no hablemos de nuestra participación en los Congresos, Seminarios y Cursos internacionales. Desde otro ángulo, sin entrar en detalles, la misma situación se vive en los medios de comunicación, reducidos a un espacio cada día más restringido o definitivamente cerrados. En ellos, la crítica literaria, prácticamente, se reduce a la reseña de libros. La única vía, aunque no siempre expedita, es Internet.

En la Universidad Experimental de Yaracuy (Venezuela) organizó y coordinó un diplomado para cronistas. ¿Cómo evalúa esa experiencia?

De cinco estrellas. A pesar de que mi participación llegó hasta el día en que el equipo rectoral encabezado por Freddy Castillo Castellanos fue arbitrariamente removido. Ese día Luis Alberto Crespo y yo tomamos la decisión de no continuar con las nuevas autoridades, a pesar de que nos invitaron a proseguir con el Programa en los mismos términos previstos por el Convenio suscrito entre la UNEY y la Casa de Bello. En la UNEY se nos brindaron todas la comodidades, físicas y administrativas, para poner en práctica un Plan de estudios concebido a base de unidades temáticas cuyo desarrollo estuvo a cargo de los expertos en cada tema. Así pudimos aglutinar un grupo élite de profesores y conferencistas como Elio Gómez Grillo, Freddy Castillo Castellanos, José Luis Ochoa, Guillermo de León Calles, Luis Barrera Linares, Lucía Fraca de Barrera, Horacio Biord Castillo, Luis Alberto Crespo, Taylor Rodríguez, Lázaro Álvarez, Mirla Alcibíades, Ramón Querales, Antonio Trujillo, Marcial Ramos Guédez, Lionel Muñoz, Santiago Pol, Rafael Strauss, Alberto Rodríguez Carucci, Carmen Elena Núñez de Stein, José Pulido, Petrusvska Siemne, María Josefina Barajas, Víctor Rago, Uziel Gutiérrez de la Isla, Marielena Mestas, Santiago Pol y otros, igualmente expertos y grandes colaboradores. Como ejercicio de la docencia y de la puesta en práctica de una metodología diferente, fue, repito, una experiencia única. De este Programa, mientras duró mi gestión, egresaron dos cohortes de cronistas. Creo, hasta donde estoy informado, que son los primeros cronistas formados en una Universidad venezolana. Tengo entendido que, posteriormente, bajo otra gestión administrativa, La Casa de Bello retomó este Diplomado.

Hay quienes niegan el estatuto literario de la crónica ¿Comparte esa opinión?

No. Sería desconocer el embrión de algunas de nuestras expresiones literarias. ¿Con quién arranca la historia de nuestra literatura? Independientemente de que se valoren en diferentes escalas ¿cómo sacar de esa historia a los Cronistas de Indias? ¿No hay en muchos de ellos la capacidad fabuladora que con frecuencia exigimos a los narradores contemporáneos? ¿Y entonces? Por supuesto, en ellos hay un uso verbal propio de su época que frecuentemente “choca” con la paciencia lectora de algunas personas. Creo, eso sí, que por razones que no vienen al caso precisar, en muchas partes del territorio nacional, ha habido un cultivo silvestre, no siempre bien logrado, de la crónica. No es un secreto para nadie que gran parte de los cronistas en muchos de nuestros centros poblados son seleccionados mediante criterios que… bueno… son del dominio público. Y, de hecho, son los que producen una crónica en donde la literariedad, es decir, el carácter específico de la literatura, y hasta el mismo acontecer cotidiano de su municipio, están ausentes. Pero… respóndeme esto para que precisemos la idea ¿crees tú o alguien con criterio de buen lector que no son literarias las crónicas de Don Arístides Rojas y de Enrique Bernardo Núñez? Por supuesto, no hay que olvidar la naturaleza y la función de la Crónica. Sobre todo el carácter testimonial de la Crónica como memoria de un pueblo o de un país.

Desde hace más de tres años reside en Canadá. Lejos de Venezuela, con una crisis muy aguda, ¿cómo vive la nostalgia por el país al que ha dado clarísimas muestras de afecto y dedicación?

En este momento, y desde que decidí venirme a Canadá, se me ha hecho patética la frase orteguiana de que yo soy yo y mis circunstancias. Sin rubor alguno, confieso que durante más de treinta años ejercí la docencia como una praxis ética y científica fundamentada en el deber ser, como profesor y como investigador, con honestidad, propiedad y puntualidad y, desde luego, con amor por mi país, pero cuando tú captas que todo ese sistema se va a derrumbar porque ya viste, entre otros dislates, que de un solo plumazo un enchufado metido a revolucionario puede eliminar el control de calidad en el sistema educativo y proponer como temas de estudios a los fantoches que lo inspiran, es hora de mudar las circunstancias. Por encima de cualquier nostalgia. Por encima de cualquier sacrificio. Piensa en esto, Celso, ¿tú crees que 76 años caben en dos maletas? Te pregunto: ¿cuántos libros tienes tú? Sé que tantos o más de los que yo tengo. Yo tengo tres espacios “bibliotecados”. En uno de ellos, hay 7.500 libros registrados en una memoria humana y en otra computarizada, ¿cuáles caben en los 23 kilos de cada maleta? Entonces, por encima de la nostalgia y de cualquier otra circunstancia afectiva o material, hay que seguir con la vida como proyecto. Sobre todo como proyecto frecuentemente renovado. Aquí, ya terminé con la “francisación”. 8 niveles de francés. Ya he escrito algunos textos en francés. Uno de ellos llegó a manos de Mme. Rioux, Directora del Instituto donde hice estos cursos, le gustó, lo hizo caligrafiar, lo mandó a montar y ahí está colgado en el pasillo que da acceso a las aulas del Centro. Terminé el Diccionario de Semántica y dos libros de minicuentos en los que venía trabajando desde el 2016. Bueno… el proyecto sigue hasta donde la vida alcance.

¿Qué ha hecho con nuestra literatura? ¿Recurre algunas veces a las lecturas de nuestros clásicos? ¿Cree en lo que la crítica se esfuerza en llamar “literatura del exilio? ¿Ha leído esa literatura?

Independientemente de lo que tú hayas leído, por placer o por imperativo del oficio, mucho o menos que mucho, siempre hay un libro o un fragmento de ese libro, un poema o cualquier otro texto al que se vuelve. Yo no sé cuántas veces he leído el primer párrafo de “La doma” en Doña Bárbara. O “Unión libre” de Breton. O a Paz Castillo y Ramos Sucre. ¿Para qué? ¿Por qué? A veces, ni tú mismo te lo explicas o asumes que no hay porqué explicarlo. En el caso nuestro, Celso, poetas y docentes desde siempre, la lectura está directamente relacionada con el ejercicio de la docencia, de la investigación y de la creación. Mientras más activo te mantengas como docente, mayor es el tiempo que debes dedicarle a “lo que hay que leer” o a “lo que tengo que leer sí o sí”. Ya jubilado de la docencia, más no de la investigación y de la creación, se enfrenta y se vive la lectura desde otra perspectiva. Se te hace más selectiva y, a veces hasta por curiosidad o por simple placer, te permite encontrarte con un autor no conocido o reencontrarte con el texto o el autor que tú privilegias. Esta es mi situación actual como lector. Sin compromiso. De vez en cuando vuelvo a los que tú identificas como “nuestros clásicos” y, desde aquí, con las dificultades propias del caso, procuro saber quiénes buscan ser los nuevos clásicos de nuestra literatura. Por supuesto, también aplico este comportamiento de lector a lo que nos llegó o actualmente nos llega desde otras partes. De aquí, particularmente, me ha interesado la poesía de Émile Nelligan, un eco del simbolismo francés que me hizo evocar a Verlaine, Baudelaire y a Poe. En relación con el tema de la “literatura del exilio”, yo no creo que tú, como creador, poeta, narrador o dramaturgo, tengas que cambiar tu arte poética y tu visión de mundo, por haberte exiliado. Lo que va a cambiar o a desarrollarse con mayor énfasis, necesariamente, por el mismo compromiso ideológico, es la temática y la expresión del sentimiento avivado, en algunos casos, por la nostalgia, la soledad, la tristeza o la incapacidad para adaptarse a una nueva experiencia que, dadas ciertas circunstancias, no es fácil de asumir. Menos de un día para otro. Al respecto, la experiencia de los alemanes y de los españoles aventados los primeros por la dictadura nazi y los segundos por la Guerra civil, dejó detrás de sí una “literatura del exilio” cuyos temas giran en torno a las causas de la diáspora, a las crisis sociopolíticas, a la guerra en sí misma, a los cambios que en el futuro deben implementarse para lograr un reencuentro y una rehumanización del espacio y, por supuesto, a la nostalgia por “lo que se quedó”: casa, familia, amigos, trabajo, bienes y un largo etcétera. De Francisco Ayala he leído Recuerdos y olvidos y de Max Aux sus Escritos sobre el exilio. Nada de extraño tiene entonces que de nuestra diáspora, de su motivación y consecuencias, físicas y emotivas, surja esta tendencia. En mí, al hablar de este tema, y con esto finalizamos, poeta y amigo Celso, no sin antes darte las gracias por tu gentileza, en mí, repito, al hablar de este tema, recuerdo de inmediato estos versos de Don Andrés Bello:

¿Y posible será que destinado

he de vivir en sempiterno duelo,

lejos del suelo hermoso, el caro suelo

do a la primera luz abrí los ojos?

Terrebonne (Qc.), 11/12/2019.

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