FORO SOBRE LA LEYENDA DE FLORENTINO Y EL DIABLO

(SEGUNDA ENTREGA)

Édgar Colmenares del Valle

Academia Venezolana de la Lengua

 

 

Los siameses nómadas y sus acompañantes

Celso Medina

¡Ah, malhaya un trotecito

que no terminara nunca!

¡Ah, malhaya quién hallara

aquello que nadie busca!

Hablando de Florentino, Humberto Febres destaca que “El personaje galleguiano es un ser humano, el de Arvelo es un arquetipo, un símbolo”[1]. Yo diría al respecto, que Florentino es también Cantaclaro. Por ello me inclino por hablar en Cantaclaro y en Florentino y El Diablo, de Rómulo Gallegos y de Alberto Arvelo Torrealba, de unos siameses que se distribuyen el trabajo de elaboración del imaginario llanero.

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[1] Citado por Frank Pérez Contreras. Caminos del desamparo : Florentino y el Diablo : poesía y códigos poéticos de Alberto Arvelo Torrealba. Tesis de Maestría. 205. P.106.

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Los siameses Florentino y Cantaclaro son nómadas que tienen por sustento el anhelo, que nunca aspiran metas, que saborean gustosos el camino, pensando que hacer camino es andar, como diría Antonio Machado. Los dos andan juntos, se han repartido la tarea de la inmanencia poética de las sabanas que recorren: el uno vive el llano y el otro canta esa vivencia. Procuran no llegar nunca, porque su misión es “supiritar” las fronteras, extralimitar el territorio, envolverlo en un espacio solo presentido.

Esos siameses son héroes de su soledad. Con ella batallan, íngrimos, bebiendo el paisaje con sagrado sacrificio. Florentino tiene como casa la sabana, no se asombra de su topología, pero sí intenta extraer de ella sabiduría. Florentino y Cantaclaro se acompañan de su caballo. Viven para encarnar la sinestesia del espacio, viven para experimentar el movimiento del llano, viven para cantar aquello “que nadie busca”: y para ello el dúo termina convirtiéndose en el centauro que recorre el espacio, que dispara su trote hacia una meta siempre prorrogada. El Florentino galleguiano dirá “no hay cosa más sabrosa que un camino largo por delante y en la sabana silencia, ¡ese canto del cabrestero que se acuesta y se estira! “(p.6.[2]) Esa sed de infinito se experimenta en soledad. La rosas de los vientos marca rumbos enigmáticos. Alberto Arvelo Torrealba parece pensar en Cantaclaro, el cantor, cuando dice: “Yo aprendí en tierra abismada/lección que no tuvo tregua:/ir engañando a las leguas/con el silbo y la tonada”[3] (p.83).

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[2] Utilizaremos aquí la edición de Cantaclaro, de  Monte Ávila de 1980. Cuando citemos seguimos su paginación.

[3] Utilizaremos aquí la edición de Florentino y El Diablo, de  Monte Ávila de 1991. Cuando citemos seguimos su paginación.

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Hay otra compañera de los siameses: la copla, la cual parece un personaje autónomo, que completa el cuarteto, con Florentino, Cantaclaro y el caballo. “… quien dice la sabana, dice el caballo y la copla. La copla errante” (p.4), afirma Gallegos al comienzo de su novela. Gracias a ella se nos hace patente una portentosa ontología: su palabra presentiza la realidad. Las cosas prescinden de la voz humana y se comunican sin intermediarios. Florentino dice a su hermano, José Luis: “—Es muy fácil, hermano. Los versos están en las cosas de la sabana; tú te la quedas mirando y ella te los va diciendo” (p.7). Pero será Cantaclaro quien lleve “las cosas de la sabana” a las coplas, y quien no puede refrenar el deseo de cantar: “¡Ah, caramba, compañero! /No le puedo remediar, /que acabe diciendo en versos/lo que empiece a conversar.” (Gallegos, p.9)

Algunas veces los siameses conversan. Y hasta sienten celos de ellos mismos:

… Pero ¿qué estábamos diciendo, Cantaclaro? ¡Cantaclaro! ¿Hasta cuándo Cantaclaro? Florentino Coronado, hijo de Ramón Coronado… ¡Gracias, viejo! Hace tiempo que no me acordaba de ti, la verdad sea dicha. (Gallegos, p.136).

Los siameses no son héroes épicos; no nacen para batallar. Uno existe para vivir a plenitud, desgarrando permanentemente las fronteras, el otro para ser el rapsoda de esas palabras que brotan de “las cosas de la sabana”. Él uno hace vívida esas cosas; el otro, las hace poética. Florentino se prueba en la obra de Gallegos como “el cantador alardoso”, que sirve de testigo de la angustia existencial de Juan Crisóstomo Payares, de la resignación tanática de Juan el Veguero y de la pulsión fatal de Juan Parao, quien se ofrece como héroe para que Cantaclaro sea el Homero de los llanos. De allí que diga: “—Ah malhaya aquí una guerra como la de Troya, pa oírsela a este catire pico de oro!” (Gallegos, p.100) Esa misión asignada a Cantaclaro la comparte el personaje capitalino, El Caraqueño (Martín Salcedo), quien busca en el llano al mesías que dirija las luchas contra las injusticias venezolanas, pero que al conseguirlo en un cacique enloquecido por su fanatismo absurdo, se decepciona y arma su propio ejército, donde participan Juan el Veguero y Juan Parao. Todos resultan liquidados por las fuerzas del gobierno. Este personaje citadino aspira revertir esa derrota convirtiendo a Cantaclaro en su rapsoda. Por ello le dice:

… la rabia heroica y tremenda de Juan el veguero, sobreponiéndose a la muerte que ya llevaba en su organismo aniquilado, y el candoroso idealismo de Juan Parao, cuyo espíritu solo se alimentó de epopeya y quiso ser héroe, él también, para merecer otro canto de usted (p.224).

Sí aquí vemos el deseo de Salcedo de que Florentino recurra a Cantaclaro para sembrar una Ilíada en el llano, en el famoso poema de Alberto Arvelo Torrealba Florentino apenas se asoma para dejar plenamente el trabajo de enfrentar al Diablo con Cantaclaro, pues a aquel no lo vencen las armas sino las palabras, esas que Florentino vive y Cantaclaro canta.

El Diablo es otro compañero importante, es un poderoso acicate. Y utilizamos un término que nos esclarece enormemente ese rol del “cantador sombrío”. El DLE lo define como “Espuela para picar al caballo provista de una punta aguda con un tope que no penetra demasiado”. Así es, el diablo viene “picando” desde hace tiempo a Florentino, pero solo para acicatearlo, no quiere exterminarlo. En la novela de Gallegos, el prurito racionalista deja en el aire el destino final del personaje. Las “puyadas” anteriores de Satanás no derivaron en el encuentro que tanto deseaban ambos. Y la novela Cantaclaro termina así:

Florentino, que no llevaba ninguno determinado, siguió́ solo y se perdió́ en las desiertas lejanías- de la sabana.

Y penetró en la leyenda. Tiempo después llegó a El Aposento la noticia.

—A Florentino se lo llevó el Diablo… (Gallegos, p.224)

Como lo hizo con Doña Bárbara, Gallegos arroja a Florentino al tremedal de la sabana abductiva, y con él iba también Cantaclaro.

Paradójicamente, Alberto Arvelo Torrealba da más protagonismo a Cantaclaro en su famoso poema. Florentino recibe el reto del “sombrío jinete”: “Cuando esté más hondo el río/aguárdeme en Santa Inés,/que yo lo voy a buscar/para cantar con usté” (p.24). A lo que luego, a solas, responderá uno de los siameses (¿Cantaclaro?): “Sepa el cantador sombrío/que yo cumplo con mi ley/y como canté con todos/tengo que cantar con él” (Arvelo Torrealba, p.26).

El contrapunteo con el Diablo no es una batalla épica; lo es más bien lírica. Porque a pesar del “jeme y medio/de puñal en la cintura” (p.29) que exhibe el rival de Cantaclaro, la palabra será el arma de la disputa.

No habrá enemigos en esta rivalidad. Ambos antagonistas se necesitan. Ambos son acicate para el otro. Solo la palabra hiere; solo la palabra protagoniza. Y perderá aquel que sea atrapado por el silencio. Y habrá un héroe lírico: será aquel que diga la última copla. El Diablo aspira a que el otro calle, no anda tras del alma de su rival, sino tras su silencio. Por ello introduce su deontología personal: “Cuando canto con un hombre/con el grito lo encorajo, /con la audacia lo sacudo, /con el numen lo aventajo; /lo venzo y no lo aborchorno, /lo castigo y no lo ultrajo.” (Arvelo Torrealba, p. 66). El mismo compromiso suscribe Cantaclaro en esta copla: “Contraje mi obligación, /la misma que usté contrajo:/fajármele frente a frente/frente a frente me le fajo. ”(Idem)

Arvelo Torrealba confiesa:

… si alguna tentación de preferencia tuve en el poema, fue hacia el Diablo. Florentino es más fresco de lirismo, más ágil en el epigrama, más sabio de imagen pechera, más brujo de rasgueo en las cuerdas, más rico de atropello en el cantar. Pero el grave autócrata de la Tiniebla es más músico, más humano en las resonancias de la tragedia y la amargura. Rebelión y sufrimiento son signo cardinal satánico. (citado por Pérez Frank, p. 72).

No hay, pues, intención en el poema de “maniquear”. De enfrentar el mal con el bien, sino escenificar en el espacio del llano la dialéctica vital. Las sabanas no son ni buenas ni malas; sus habitantes tampoco. La luz se alimenta de la sombra, pues lo que se muestra no existe sin su lado fantasmal.

Lo dice Francisco Lazo Martí en su “Silva Criolla: “El llano es una ola que ha caído. /El cielo es una ola que no cae.” Por ese cielo cabalgan siempre los siameses Florentino y Cantaclaro, a veces a “pasitrote”; otras acicateados por sus compañeros permanentes de viaje; entre ellos, el Diablo, enemigo fraterno, anhelante de “¡aquello que nadie busca!”

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Cantata criolla de Antonio Estévez

Felipe Izcaray Yépez

 

 

El 15 de Marzo de 1987 la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas con la Coral Vinicio Adames, la Coral Siamora Guerra, el coro Polifónico Rafael Suarez, los coros de Medicina e Ingeniería de la UCV, la Coral Calcaño, el Orfeón universitario Simon Bolívar, los solistas Idwer Alvarez y Juan Tomás Martínez, interpretaron por primera vez la Cantata Criolla sin que fuese el propio Maestro Estévez quien la dirigiera. El maestro encomendó esta misión a Felipe Izcaray, quien visiblemente emocionado asumió el reto, asesorado de cerca por el compositor desde el primer ensayo con el coro. La ejecución estuvo cargada de sentimientos, de emociones, de anticipación, ante un Teresa Carreño repleto, y se repitió 2 días más tarde en el Aula Magna de la UCV. La subida del Maestro Estévez, bastón en mano, eufórico y lloroso de alegría al final de la obra y su abrazo a solistas y director lo dice todo. Fue la primera cantata de Idwer Álvarez (hoy anda por las 130) y de Juan Tomás Martínez. Una fecha para recordar. Todos éramos más jóvenes y livianos). Era también la primera vez que la orquesta no era la OSV. La Municipal hizo un magnífico trabajo.

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“BAQUIANO, VOLANDO RUMBOS”
(Vida y obra de Alberto Arvelo Torrealba)

Alberto Hernández

1

Alberto Arvelo Torrealba era de los pocos mortales que le conocía las mañas al diablo, por eso se hizo Florentino para encararse con él y probarse. Asumió la personalidad del cantador llanero para hacerle frente a la historia de su país, la que vivió con creces desde su vocación de escritor, abogado y diplomático.

Aunque –según estudiosos de su obra y vida- prefería al oscuro por la calidad de su tono, verbo y fuerza.

Viaja uno lector por los llanos, por la historia cercana de este país y por la vida de un hombre que a diario suena en Venezuela. Alberto Arvelo Torrealba es, precisamente, llanos, país y existencia y de esta manera lo registra Gehard Cartay Ramírez en su libro Baquiano, volando rumbos (Vida y obra de Alberto Arvelo Torrealba), publicado por el Fondo Editorial de la Alcaldía del Municipio Barinas, 2017.

Es una lectura apaciguada por el talante del sujeto estudiado. Un libro que completa el tránsito de quien es el autor de una obra cimera. Una obra sembrada en el país que lee y en el país que recita de memoria sus versos. Es un libro donde la política, la poesía, la geografía, la hidrografía y el alma de una tierra arropa con gracia la versatilidad de un artista que hizo de su lar nativo icono, representación, savia y asunto, para que el país supiera de sus secretos, de sus arranques de vitalidad terrena. Es un libro enjundioso donde hablan muchos personajes. Donde se mueven y también viajan muchos nombres y apellidos que han construido o afectado, de alguna manera, la historia de esta geografía mestiza.

2

Gehard Cartay Ramírez es barinés como Arvelo Torrealba. Fue gobernador de su patria chica entre 1974 y 1992. Abogado y escritor, se dedicó a seguirle los pasos a este viajero impenitente que sigue siendo Arvelo Torrealba, porque de muchas maneras está en la voz de los venezolanos y araucanos de este lado y del lado colombiano. Su obra continúa diciendo, hablando, cantando, recitando, declamando. Es una poesía para eso, para añadirle a la tierra rural, a los ríos, al campo la gracia que ha perdido en la ciudad. Aquel terruño olvidado por quienes nacieron en él. Una tierra a la que se le puede seguir cantando en otro tono, sin necesidad de regresar al espíritu de aquellos que la siguen viviendo. El ejemplo está en Efraín Hurtado, quien construyó una poética del llano vista desde su formación académica sin dejar de tocar lo que le atañía como nacido en él.

Alberto Arvelo Torrealba es un clásico de la palabra del monte, de la palabra cerrera, orejana, vibradora como los caños y correnteras que cruzó y navegó. Es un bonguero que, como los personajes de Gallegos, sabía de la hondura, orillas y barrancos de las diferentes corrientes de los estados llaneros de Venezuela. Su poesía se asentó en ellas y de allí su paisaje y sus personajes.

Para quienes podrían amanecer con al ceño fruncido, es relevante afirmar que nadie que viva alejado de los asuntos de la “llaneridad” escribiría como Gallegos o como Arvelo. Pero se impone decir que su paso por este mundo dejó calcada, herrada, marcada la bestia, los demonios y los ángeles que sobrevuelan aquella tierra plana en la que apareció este país.

Por esa y muchas razones es preciso hacer un registro de autores y obras de quienes han nacido y escrito acerca de las cosas de los llaneros y sus vidas viajeras, trashumantes o detenidas en el mismo lugar.

3

El tomo de Gehard Cartay convida al lector a revisar los capítulos que cuentan la existencia del poeta y prosista barinés, quien fuera abogado, diplomático, ecologista, viajero y atento observador de la conducta de sus paisanos.

Este libro, para leer corrido o consultar, se extiende sobre el cuero seco de la historia que mucha gente de hoy, sostenida por el mal uso de la tecnología, desconoce. Una historia que se revela en estas páginas desde “La Venezuela de 1904”, pasando por la miseria de Barinas, Juan Vicente Gómez, Rómulo Gallegos, el liceo Caracas donde estudió el autor y algunos de los futuros gobernantes de la Nación. Igualmente, estudia Cartay todas las obras de Arvelo, desde “Música de cuatro” hasta “Lazo Martí, vigencia en lejanía”, que escribió, esta última, en su lecho de enfermo. Por supuesto, “Florentino y el Diablo” ocupa un espectro más amplio por ser la obra más importante del escritor barinés.

Datos y más datos dan cuenta de este exigente trabajo de Gehard Cartay. Me atrevo a decir que el más completo sobre el autor de los contrapunteadores de los llanos de este país olvidadizo.

“Caminos que andan” es un estudio de los ríos llaneros. Es un ensayo, una investigación que revela el carácter de este hombre que desde que escribió su primer trabajo no ha dejado de ser nombrado en casi todo el país. Su “Florentino y el Diablo” fue llevado a grabación. José Romero Bello y el Carrao de Palmarito hicieron de esa obra espacio de atracción cultural en medio mundo. Y así, desde “Doña Bárbara” y “Cantaclaro”, de Rómulo Gallegos, hasta la “Cantata Criolla”, de Antonio Estévez, el cantador anónimo, después Florentino Coronado, luego Florentino a secas, es la huella más honda que representa, junto con “El alma llanera”, el espíritu y ánima de quienes nacieron en esos potreros y aún recuerdan haber nacido allí.

Baquiano, Arvelo Torrealba sigue siendo entonado por coros, orfeones, orquestas y cantantes solistas que han hecho de ese poema, de esa copla, parte del espíritu de Venezuela.

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Arvelo Torrealba, Alberto. 1967. Obra poética. (Prólogo de Alexis Márquez Rodríguez). Caracas: Universidad Central de Venezuela; 303 p.

Febres Rodríguez, Humberto. 1990. En negra orilla del mundo.  Barinas: Fundación Cultural Barinas; 73 p.

Márquez Rodríguez, Alexis. 1966. Aquellos mundos tersos: análisis de la poesía de Alberto Arvelo Torrealba. Caracas: Editorial Arte; 128 p.

Araujo, Orlando. 1974. Contrapunteo de la vida y de la muerte: ensayos sobre la poesía de Alberto Arvelo Torrealba. Caracas: Ediciones en la Raya; 117 p.

Mazzei González, Víctor. 1987. Los Florentinos. Caracas: La Casa de Bello; 35 p.

 

 

 

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Arvelo Torrealba y la refacción de su obra

Guillermo Jiménez Leal

 

No siempre la soga de las dicciones enlaza en el primer tanteo la belleza soñada. Y como ese ideal vale más que las palabras, hay que seguir buscándolo, en prórroga continua, -no importa si interrumpida, aún por años- del trance creador. Si algún día el poeta alcanza la meta fugitiva, entonces, por misterio de poesía, aquello que fuera más tardo, rebelde y zahorí al encuentro, aparecerá a los ojos del lector y del propio artista como intuitivo, inefable, espontáneo. Tal concepción del poeta, transitando por la selva de los significantes con la brújula de su intuición selectiva, en atisbo laborioso y aún penoso de la vereda más fiel hacia el referente entrevisto, encarna, por una parte, un ajuste de la faena literaria creadora a la ley general del rendimiento proporcional del trabajo, y por otra parte es fe profunda del artista en sí mismo. La poesía no es magia ociosa, es trabajo dentro de un mundo mágico. Y es de este esfuerzo y de esta fe de donde fluye en la conciencia del intelectual el sentimiento de la paternidad de su obra. 1

Alberto Arvelo Torrealba

De todos es conocido el trabajo permanente del poeta Arvelo Torrealba sobre su famoso romance Florentino y el Diablo. Desde que emprendió su labor de escritura sobre este tema –alrededor de 1930- hasta el final de sus días, el poeta no dejo de intervenir su obra. Los hijos del poeta –Alberto y Mariela Arvelo Ramos- declaran, refiriéndose a la segunda versión del romance: “Tanto de esta como de las otras dos versiones se publicaron diversas variantes, puesto que el poeta rehacía casi permanentemente los textos de su romance.”2 Ahora bien, en este punto cabe con fuerza la pregunta: ¿Era el romance Florentino y el Diablo una excepción en el trabajo enmendante del poeta? O, ¿acaso el poeta, en una tradición histórica de la literatura universal, revisaba toda su obra? Esta interrogante siembra luces en el texto que sirve de epígrafe a este artículo, sin embargo, no será despejada en buen abanico sino cotejando las diversas ediciones de la obra, incluyendo las publicaciones en prensa. La dificultad de este trabajo reside en el acopio de todo ese material. En nuestro caso, iremos comentando el trabajo refaccional –si lo hubiese- en aquellos textos que lleguen a nuestras manos.

En el artículo presente, nuestro material de análisis será el libro Cantas, publicado por primera vez en 1933, con dos subsiguientes ediciones, en 1938 y 1950. Luego, aparece en la antología que publicó la UCV en 1967 y Monte Ávila en 1999. Según los datos obtenidos, ésta última sería una versión literal de aquella, es decir sin intervención del poeta, quien falleció en 1971. En libro ya citado, los hijos del poeta hablan del trabajo revisionista de su padre en el año 1966, “…mientras preparaba la edición de sus obras poéticas completas,…”.3

Hemos logrado conseguir la edición de 1950 del libro Cantas y estamos cotejándolo con la Antología de 1999, en principio igual a la de 1967. Por ahora, al no disponer de los correspondientes materiales, se hace imposible saber si existen diferencias entre las tres primeras versiones del libro. Nos limitaremos a las diferencias entre la tercera y la última edición.  No nos detendremos en las erratas y en los cambios de signos de puntuación.

Veamos. Hemos detectado cuatro tipos de enmienda entre las dos versiones de la obra (1950 y 1967): 1. Substitución de un verbo por otro. 2. Cambio en la sintaxis de una estrofa. 3. Substitución de un verso. 4. Substitución de una estrofa completa.

      1. En el segundo verso de la segunda estrofa de la canta Nº 17 (El rumbo de mi canoa/ se me borró en tu cariño: 4 ), el poeta substituye el verbo borrar por alocar. (El rumbo de mi canoa/ se me alocó en tu cariño:)Sin buscar alguna explicación formal sobre este cambio, desde que apareció el libro, los conocedores de la geografía llanera se interrogaron sobre la especie de incongruencia geográfica consistente en navegar de Bruzual a San Fernando –río abajo- y pasar por Palmarito –río arriba-; sobre todo en palabras de un gran conocedor de la geografía llanera como Arvelo Torrealba. Estaríamos hablando más bien de un texto producido por un desvarío poético en una especie de ensueño apasionado (se me borró –o alocó- en tu cariño:). En este caso, quizás el verbo alocar tenga mayor pertinencia lexical que borrar.
      2. En la Canta Nº 41, los cambios son más profundos. En el cuarto párrafo de esta exposición –numeral 2- se enunció un cambio de sintaxis. He aquí la estrofa:

“A la sombra de Quevedo

te olvidas de irme olvidando,

y das agua a mis recuerdos

a la luz de Garcilaso.” 5

Precisamente, en esa estrofa el poeta le antecede al primer verso (A la sombra de Quevedo) la conjunción “si”, haciendo condicional la idea que se teje;  esto le obliga a eliminar la conjunción “y” del tercer verso (y das agua a mis recuerdos) , y en la búsqueda de la cantidad silábica correcta –octosílabo- encuentra otro verso que le convence más (te acuerdas de no quererme); cumpliendo así lo enunciado en el numeral 3 del párrafo citado –substitución de un verso. En este caso, encontramos que en la escogencia del nuevo verso el poeta utiliza recursos que le son caros a lo largo de toda su obra poética; dos de ellos: 1. El trance dialéctico-lírico con los contrarios (sombra-luz; recuerdo-olvido) y 2. El juego con los tiempos de conjugación (olvidas-olvidando). Finalmente, la segunda estrofa de esa canta:

“Allá vienen los alisios

al asalto de la selva.

Bajo el cedral, sólo un caño,

turbio caño de hojas secas”  6

 

es eliminada del libro; sustituida por::

“Alta y profunda la noche

sobre mis sienes titila

como el signo de tu ausencia

cerca de mi lejanía.” 7

No vemos, en realidad, ninguna dificultad estilística que justifique la eliminación de la estrofa primera, pero la nueva estrofa es igualmente impecable dentro del estilo desarrollado por el poeta. Por nuestra parte, creemos que el poeta se enamoró de la última y no quiso agregar a su libro una Canta 46. De todas maneras, nos queda el aliento, algo gozoso, para evocar a Pedro Sotillo y decir de estas Cantas: “… la copla, en primavera inmarcesible, lanza su dardo de certeza y lo planta en el corazón de nuestros fervores más limpios.” 8

 

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NOTAS

  1. Alberto Arvelo Torrealba. Lazo Martí, vigencia en lejanía. INCIBA. Caracas 1965
  2. Mariela y Alberto Arvelo Ramos. Florentino y el Diablo. Las tres versiones del romance. Ed. Vitrales. Caracas 1985
  3. Ibid.
  4. Alberto Arvelo Torrealba. Cantas. 3a Edición. Librería y tipografía La Torre. Caracas, 1950.
  5. Ibid.
  6. Ibid.
  7. Alberto Arvelo Torrealba. Cantas en Obra poética. Ed. Monte Ávila, 1999.
  8. Pedro Sotillo. Puerta de golpe. Preámbulo del libro Glosas al cancionero. 1940

 

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Florentino y El Diablo (Primer Movimiento)

Ensamble Gurrufío – Camerata Criolla

Florentino y El Diablo (Segundo Movimiento)

Ensamble Gurrufío – Camerata Criolla

Música: Paul Desenne

Poema: Alberto Arvelo Torrealba.

Disco: El reto (2004)

Ensamble Gurrufío: Cuatro: Cheo Hurtado / Flauta: Luis Julio Toro / Contrabajo: David Peña / Maracas: Ernesto Laya.

Camerata Criolla: Primeros Violines: Alfonso López, María Fernanda Montero, Susana Salas, Johan Chapellín & Mario Joel Mujica. / Segundos Violines: María Carolina Bermúdez, José Tadeo Oliveira, Naumarys Martínez & Amari Guerere. / Violas: Rubén Haddad, Adriana Vírguez, Jeanneth Uriza & Carlos Rondón. / Cellos: Germán Marcano, Mauricio López & Ilein Bermúdez. / Oboe: Laura López. / Clarinete: Gregory Parra. / Clarinete Bajo: Carlos Bello. / Fagot: Marcela Frías. / Saxofón: Julio Flores. / Cuerno Francés: Fernando Mora. / Trompeta: Edwin González. / Trombón: José León.

Invitados: Director: Manuel Hernández Silva. / Voces: Francisco Pacheco, Argenis Sánchez & William Alvarado. / Arpa: Carlos Orozco. / Cuatro: Javier Marín. / Bandola Llanera: Moisés Torrealba. / Percusión: Loreley Pérez & Luisana Pérez.

 

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EL  UNIVERSO  DE  ALBERTO  ARVELO TORREALBA

Jorge Antonio Osorio C.

I
El hombre que va siendo en su tierra sin bordes

 

El lector actual siente que Rómulo Gallegos y Alberto Arvelo Torrealba (AAT) han sido saqueados por la cursilería y el lucro, superficializados en glosas, corridos, cuñas, guitarreos y caramelos folklóricos tan de licorerías, que el llano de la soledad, del amor y de la muerte se ha convertido en barata mercancía al gusto de rockolas y autobuses. Cuando uno encuentra en realidad en  ellos una dimensión del llano tan auténtica y tan desconocida, tan cinética y tan convincente, que de no haberse escrito habría privado  a Venezuela y al mundo de uno de los dramas más profundamente latinoamericanos: el de la pérdida de la libertad y el de la voluntad de morir por ella.

Concretamente  AAT, quien conoce muy bien su tierra y su origen, nos ha entregado valiosos estudios y poemas de su condición de llanero de ancha base sustentada en la realidad de esa tierra sin bordes, y por ello hay que reconocerle.. Y aquí, precisamente se revelaron  su ingénita capacidad para la  creación estética. Escritor, de muy finos  quilates, intuitivo y paciente, de versos y textos  en prosa que a cada instante se desbordan en la más limpia hermosura poética.

Uno lee a AAT un poco obligado por esa vanidad que nos hace sentir mal si nos sabemos desenterados de algo que en el paisaje cultural nacional ha suscitado tan elogiosos comentarios. Al pasar las páginas de sus textos uno puede sentir la característica “magnética” de los mismos: aun cuando uno quiere interrumpir la lectura, el libro, bien pronto, nos hace regresar a él. Así sus libros se hacen leer por el simple gusto de leerlos. Este es un primer acierto, raro de lograr en medio de la bulla de la actual feria intelectual, donde el barroquismo formal y conceptual, el dificilismo a propósito, el torturamiento cerebral nos han enceguecido, como secuela a una ostentación ególatra -que ha vuelto a ser el signo de inicios de siglo-. Entonces los textos de AAT “agarran” desde la primera página y agarran limpiamente, sin triquiñuelas.

Estamos un poco saturados de literatura sobre guerrilleros ensimismados o escapismos urbanos pseudo-filosóficos, a que tanto nos tienen acostumbrados nuestros actuales escritores oficiales, y estamos interesados en esa tendencia de buscar explorar literariamente lo histórico venezolano anterior a la Dictadura de 48-58 del pasado siglo. Sabemos que tenemos Doña Bárbara  de la que han denigrado las escuelas nacionales de letras, que jamás serán capaces de producir otro Orlando Araujo, pero Doña Bárbara no es sino la metáfora de la historia, y todavía no tenemos la gran novela de Guzmán el afrancesado, ni la gran novela de  Simón Rodríguez, ni la gran  novela de las ciudades portátiles, ni la gran novela de los desesperados alemanes que vinieron a encontrar el Dorado. El país con verdadera identidad de su pasado ha canonizado el bolivarianismo y olvidado el resto de las páginas asépticas, simplificadas y mentirosas de los manuales escolares de historia patria.

Cuando nos adentramos en el universo arveliano se encuentra un buen sabor por su verosimilitud, su inmediatez comunicacional, porque organiza un mensaje que se justifica por sí mismo y no por la instrumentación de su comunicación, y porque va en busca de esa identidad. Sin embargo, esto no debería serlo todo, porque el propósito literario no es simplemente contar cosas pasadas que se justifican en y por ellas mismas. Luego está la obligación del arte, la creatividad contemporánea.  Leer a AAT es entrar en un mundo, en una tendencia que tiene que dejar de ser historia, novela, crónica y reportaje a la vez para ser una sola cosa, la palabra concebida como arte y en él  preferiblemente como poesía.

Un poco sus textos son un excelente resumen de  la historia nacional, con todo lo turbio y lo transparente, lo real y lo mágico, lo humano y lo inhumano, lo simple y lo complejo que nuestra trascendencia de lo cotidiano en su hacerse de sangre y corazón, de inviernos y sequías, de hispánica voluntad y americano misterio. AAT lo logra con un lenguaje pulcro y conciso, libre de ostentaciones y con la sinceridad propia de una ingenuidad natural. Un lenguaje que no necesita  figuras literarias porque ha descubierto que la realidad misma es la gran figura literaria.

Cuando uno avanza en el universo arveliano cada día se afirma más en cuanto a que escritura e ideología ameritan una reflexión y análisis que se salgan de los niveles anecdóticos y periodísticos de ocasión, para ubicarlas en el sitio que gradualmente ha ido alcanzando dentro de la literatura venezolana; si es que ésta realmente existe como tal.

Cada libro de él, Cantas, por ejemplo, inaugura  una modalidad diferente en su quehacer estructural. Se convierte en un estuario donde la historia de su tierra se refleja caleidoscópicamente. Así mismo, su prosa ágil, como caminos que andan, se viste para diseñar los días lentos y morosos de la hora llanera. Con firmes rasgos  prosódicos se acentúan, los turbulentos en algunas fases. Pero cada página no es tan solo la madurez formal de la escritura de AAT, sino la agudeza con la cual la verdad y el ingenio se van hilvanando a través de los hechos. No otra cosa es su Vigencia en lejanía, dedicada al estudio de ese otro bardo llanero que fue Francisco Lazo Martí.

Sin pecar de apresurados se podría afirmar que AAT nutre su discurso con un afecto y un amor especiales y por ese camino se vuelve a encontrar la historia con la literatura. Y es que, aunque muchos historiadores se niegan a reconocerlo, el hombre no es más  que el texto que se escribe y se lee recíprocamente entre dos espejos que son el tiempo y el espacio, rieles de los que nunca podrá salirse  la llamada  ciencia de la historia narrada. Con ello nos recuerda aquella frase sublime del Sordo de Bonn, Ludwig von Beethoven: “nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”…

Uno va descubriendo la intención de los textos elaborados. No es sólo el deseo de guardar la memoria de los días que se van, y ello configura un mensaje para las nuevas y futuras generaciones. Una manera de despertar una conciencia colectiva que yace dormida sobre lo que fue aquel pueblo dormido para definir su mapa de travesía. Conciencia sobre la grandeza de un pueblo que, dentro de múltiples contradicciones, fue sin embargo, semillero de patriotas y fuente de riquezas autóctonas logradas con esfuerzo y constancia, sustituidas después por la fortuna fácil y aleatoria que otra realidad va definiendo.

 

II
El caleidoscopio arveliano

 

Sin duda es extraño no  habitar más la tierra…y dejar hasta el propio nombre como a un juguete  roto. Raro, no seguir deseando los deseos. Raro ver todo, lo que tuvo relación, ondular suelto en el espacio. Y el estar muerto es penoso y  lleno de recuperaciones, hasta que gradualmente se siente un poco la  eternidad. Pero los vivos cometen todos  el  error de distinguir demasiado.

Los ángeles (se dice) a menudo no saben  si andan entre los vivos o los muertos. El fluir eterno arrebata siempre consigo a través de las dos esferas a todas las edades, y en ambas dominan con su sonido.

Finalmente no nos necesitan ya los elegidos de la otra esfera.

 (Rainer Rilke, “Elegías de Duino”, Iª Elegía)

 

A AAT era imposible encasillarlo o ponerle rieles a su desplazamiento intelectual, menos clarificarlo en el tiempo, de acuerdo con su permanente ejercicio dialéctico, en un antes o en un después, ni siquiera, una vez corrido el telón  tras su partida definitiva el día 28 de Marzo de 1971, un día que  fue también un día de fiesta, un Domingo. Así, pues, AAT, lo que fue, ya lo había sido, y lo era y lo sigue siendo, y lejos de diseminarse en el tiempo, no contando con su presencia abonadora, seguirá creciendo más  cada vez y más , siendo más real y sencillo, más en  uno. Algo nos explicaba alguna vez en nuestra Escuelita Primaria, la existencia de los elementos básicos de la naturaleza, inclusive sin ánimos de irreverencia, la única forma cómo se podrá entender a Dios. Algo así, AAT estaba dotado de una gran facultad sin límites precisos, de una fuerza interior magnética amparada en extrañas polarizaciones, a despecho de algunos carentes, capaz de mover montañas; cada intento que hizo por narrarnos y poetizarnos las cosas era una creación, cada movimiento o idea ejercida por él para defender sus razones y sus principios y para ponerse al lado de quienes más requerían de su ingenio, era una tesis remozada, toda una cátedra magistral, sin fatuas vanidades. Sin duda alguna, AAT ha sido un hombre genial. Uno cabal y que lo tuvimos tan cerca, casi propio, y que tan temprano, a sus 67 años perdimos, sin haberle hecho sentir nuestro reconocimiento, pero del cual recibiremos, junto con las generaciones que habrán de sucedernos, una gama inmedible de beneficios y luces. AAT ha sido algo que se nos dio como un privilegio, no supimos valorarlo, utilizarlo y cuidarlo y…sencillamente el gran Hacedor de las cosas nos privó de él.

Nos hizo albaceas de sus elucubraciones a través de la palabra sencilla, esquinera, sin rebusques dogmáticos en el tecnicismo o la retórica conflictiva, confusa y celestina. Sencillamente nos estuvo diciendo las cosas y atizaba las palabras tratando de hacerlas más agudas, ágiles y penetrantes, para que el lector no dejara de inocularse de su elocuencia. Entonces era el cabal poeta, el filósofo, el humanista que otrora amasara en el mortero de su intelecto, su carga de palabras, para luego tamizar toda esa mezcla a través de una oblea de solidaridad, traerla a nosotros, a nuestros oídos, como una comunión comunicacional.

No hay nada individual en pretender arrancar con palabras sencillas a AAT, por un momento de evocación, de la aprehensión y del recuerdo de sus adeptos; pero es una pretensión, nada fácil, por cierto, querer traducir, algo aletargados por la efusión, desde luego, el universo que fue para todos quienes le sentimos cerca. Con su presencia física hasta 1971 y con su arribo, desde entonces, a la perpetuidad, todo está completo.

A la hora en que se caen las maduras granadas en el mediodía, a la hora exacta en que la carrera del malojero ya se queda quieta debajo del antiguo árbol y ya no está mojada por la mañana, a la misma hora  en que los niños cansados por el peso de la jornada ya no juegan su gárgaro malojo, a esa hora.

Ojalá podamos descifrar los eflujos de sus neuronas, que con seguridad permanecen por aquí, rondado sus querencias terrenas, y que nos permitirá reconocer, valorar, apoyar los brotes arvelianos que surjan del ejemplo que fue él. Estaremos todos y más completos. Así que con el calor de esta hora de evocación: podemos bajar el ataúd y sembrar a AAT.

 

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Dos crónicas entre el Budismo
y la poesía de Alberto Arvelo Torrealba

 

Guillermo Jiménez Leal

1.- Una parábola y dos versos.

En el capítulo 3 del Sutra del Loto, el Buda Gautama, en diálogo con su discípulo Shariputra, le refiere una parábola, muy comentada por exégetas orientales y occidentales: La casa en llamas. En resumen, un padre de familia, de avanzada edad, se encuentra cerca de su casa y, de pronto, se da cuenta de que la misma está en llamas, pero que sus amados hijos están dentro, jugando sin tener conciencia del incendio. El hombre, desesperado, piensa que los niños no entenderán si se les advierte que van a ser devorados por las llamas; entonces se le ocurre que, si él les ofrece lo que más les gusta –en este caso juguetes- los niños saldrán corriendo de la casa. En efecto, les grita que les ha traído eso que  les gusta y los niños, entusiasmados, abandonan la casa y se salvan. Una mentira ha sido el vehículo para un acto bondadoso. Al final del episodio, Gautama  pregunta:

“-Shariputra, ese hombre es culpable de falsedad, o no…?”

Shariputra responde:

“-No, maestro; ese hombre no es culpable de falsedad, porque solamente, con su palabra, hizo que sus hijos se salvaran de las llamas.”

Ahora bien. En la última versión de Florentino y el Diablo, el poeta Arvelo Torrealba pone en boca del maligno, ya desesperado por llevarse a su oponente –específicamente, en su última réplica- dos versos, de oscura contundencia y de aparentemente dudosa ética:

“¿qué delito es la mentira

    si lo triste es la verdá?”

2.- Un destello sabio de Huei-Neng, sexto patriarca del Budismo chino y una copla de Arvelo Torrealba.

En el primer capítulo –autobiografía-  del Sutra del Estrado sobre las Piedras Preciosas de la Ley, texto que contiene los sermones y diálogos del Patriarca, el propio Huei-neng cuenta:

Un día, viendo un banderín que ondeaba en el viento, dos monjes discutían sobre si era el banderín o el viento lo que se movía. Habiendo notado que no llegaban a un acuerdo, les dije:

No es el viento ni el banderín lo que se mueve, sino el espíritu de ustedes.”

Ahora bien; la segunda copla de la Canta número 11de Arvelo Torrealba dice:

En sabanas de tu pueblo

yo vi volar la pregunta:

¿Será el inmóvil el potro

y lo fugaz la llanura?”

Veo al Patriarca oyendo a Arvelo Torrealba recitar la copla y, luego, diciéndole:

“-Lo inmóvil y lo fugaz es su espíritu, poeta.”

 

Comentario temático:

En la detalladísima biografía del poeta que, hace pocos meses, publicó su hija Mariela, no hay ningún testimonio que asocie a Arvelo Torrealba con el estudio del budismo, de manera que parece poco probable una influencia directa, textual. ¿No será más bien que hay principios universales intuibles por personajes buscadores de profundidad, a pesar de los 2500 años de distancia con Gautama, 1700 con Huei-Neng y la lejanía documental?

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