NEGRO LUIS

En esta Revista, Helios, en abril de 1970, apareció el relato que inserto a continuación. Es el primer texto narrativo que publiqué. Quise incluirlo en esta página como un simple testimonio de las inquietudes que nos acompañaban, a mí y a los creadores y hacedores de Helios, en nuestro tránsito como estudiantes por el Instituto Pedagógico de Caracas. Ya en el primer número de esta misma revista, ideada y editada por Iraset Páez Urdaneta, yo había publicado, en 1967, “La poesía de Píndaro”. El título original de este relato es NEGRO LUIS. Hasta el presente, 50 años después de su publicación, no sé por qué omitieron o sustituyeron el título y, menos, por qué en lugar de mi nombre pusieron el seudónimo José L. Vicente. En este mismo número 6 de Helios, también se publicaron unas notas que escribí y titulé “¿Por qué las jitanjáforas, Señor Presidente?”

CUENTO

-¿Viste la prensa? ¿Te acuerdas del Negro Luis? Se le quemó la chalana… la mujer, los muchachitos.

-¿Y se murió?

-No. Se salvaron.

-¿Cuántas van?

-Tres con ésta.

-Pobre negro, vale. ¿Hasta cuándo llevará vaina?

-Bastante las debe..

………………

Mediodía. Ni un alma. Y un sol de pueblo que tuesta los ranchos y quema las llagas de asfalto, donde se anida el marasmo y noche y día duermen plácidamente la burla y el abandono.

-¡Qué desgracia de pueblo! Con este calor. Ya ni el río lo quiere. Por eso crece tanto. Quiere ahogarlo, de verdad que quiere ahogarlo- ¡Y bien que haría! Prefiero vivir con él y no con éstos… A cualquiera dejan morir. Ni con mis hermanos, pues. ¿Sabes la del Martín? Al año preguntando que si yo me había muerto. No jose. Mira el charco, profe, míralo… Eres del río, Negro. Vives inmerso. Crees que se quieren. Tú y él. Figúrate que la chalana ardiendo, saqué la mujer, mi pobre Luisa, los muchachitos y la eché agua abajo… que la apagara el río… se la comió. Ya me dio otra, fiada; pero bueno, lo que en la vida se pierde en la vida aparece. Se me quemaron hasta los ojos del alma. ¡Qué porquería de mundo! Hasta a Dios le he sacado la madre. Cuesta, profe, cuesta y pesa este mundo miserable.

-Bébete una cerveza, aunque sea una.

-Gracias, mi hermano, pero ni una. No tuve amigos, pues no bebo con nadie. Antes sí, tú lo sabes; era distinto… Tenías plata, aguardiente, mujeres y un buen barco. ¡Qué gran capitán eras y qué buen bebedor! No conocías. Y la mama Petra muriéndose de hambre. Un día te pidió. Ni siquiera la viste. Y mira que había necesidad. A veces pienso… No sé… ¿Tú crees en maldiciones? ¿Te acuerdas de mi… Dilo, negro, dilo, sin rencores, “de mi mamá”, dilo. Te pareces al río: boquiabierto, revuelto y rencoroso. …de doña Petra? Mama Petra, como tú le decías. Sabrás que se murió. Menos mal, se sufre menos. Y el sol, agua arriba y agua abajo con su carga de hambre; y tú, nada. “Maldito seas, negro sin alma. Permita Dios que el diablo te lleve. Más vale parir un perro… agradecen más”. Tú estás maldito, negro; y la maldición de madre los viejos dicen que llega. …Los viejos dicen que llega… bueno, también dicen que Dios es negro, pero no olvida; ya veremos, aunque a veces creo que Dios es uno mismo… solo, inmenso, soberbio… Míralo como corre, agua abajo, arrastrando con todo… ¿Cuándo te vas?

-Mañana.

-¿Y vuelves?

-No sé. Cualquier día nos veremos.

-Bien que haces en irte. Este pueblo se hunde, el río quiere ahogarlo.

………………

-Qué te mandan a decir que están buenos. Nina vino de allá.

-¿Qué trajo? ¿Qué dice?

-Nada. ¡Ah!, la última: al Negro Luis se le quemó la chalana.

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