GASTRONOMÍA E INMIGRACIÓN

Édgar Colmenares del Valle

Cada vez que un amigo u otra persona nos invita a un restaurant es frecuente oírle decir: ¿Qué comida prefieres? ¿típica? ¿china? ¿italiana? ¿francesa? ¿japonesa? ¿árabe? ¿mexicana? ¿tailandesa? ¿peruana? ¿internacional? ¿o prefieres la de tu país? Tal pregunta nos revive un sentimiento de pertenencia que, en ese momento, se vincula con el hecho de ser inmigrante. Desde ese sentimiento, independientemente del tiempo de residencia que tengamos en el país que hemos adoptado, evocamos con mayor o menor intensidad determinados aspectos que simbolizan la identidad cultural del espacio nacional o regional de donde procedemos. En tal sentido, la identidad viene a ser como el ADN de un país descrito a través de su origen y de su evolución histórica y social.

Uno de estos aspectos esenciales es la gastronomía que, en el marco contemporáneo de un mundo globalizado, se ha erigido como un estandarte del gentilicio de países como Italia, México, China, Francia, Perú, Vietnam, Japón, Tailandia y los Países Árabes, entre otros. Así, desde diferentes regiones italianas, partieron hacia casi todos los rumbos terrestres, la pasta y otros platos y postres hechos también a base de harina de trigo. Entre ellos el espagueti es, sin duda, uno de los más “viajado” y más comido en todas partes con salsas, quesos y carnes diferentes, ya sea como entrada o como plato principal. Con él, en diferentes proporciones y porciones, comparten espacio la pizza, el panetón, la mozzarella, el pasticho, la boloña, la focaccia, la milanesa, la ricota, el risoto y, por supuesto, el panini. Desde México, también hacia diferentes puntos, se fueron el tamal, el taco, el burrito, la enchilada, la tortilla, el guacamole y toda una estela de ajíes, en su mayoría picantes, encabezados por el jalapeño. Desde Venezuela, nuestro país de origen, quizás los platos más navegados son la arepa, el tequeño, el pabellón, la hayaca y la cachapa, si bien es necesario destacar que la gastronomía venezolana varía mucho en cada región. Como nota de curiosidad estadística, queremos destacar que hasta hace algunos años Venezuela era, después de Italia, el país más consumidor de pasta. Y así, desde diferentes y por diferentes rumbos, urdiendo la historia universal de la gastronomía, emigraron y aún emigran el sushi, la hamburguesa, la paella, el jamón serrano, el humus, el cuscús, el faláfel, el filet mignon, el hot dog, el cordon bleu y un extenso etcétera que de momento no vamos a enumerar.

La gastronomía es, al mismo tiempo, un factor estructurante de la evocación que en determinado momento hacemos de nuestra tierra o de nuestra familia. ¿Qué venezolano no saborea todavía las hayacas decembrinas que hacía la abuela o su mamá? ¿Qué peruano no suspira por una causa bien sazonada? ¿Qué colombiano no añora una buena sobrebarriga? ¿Y qué decir de un brasileño y su feijoada o de un italiano y sus diferentes platos de pasta? ¿Y de un español y las variantes regionales de la paella? Como inmigrantes aprendemos a comer los nuevos y frecuentemente buenos platos que se nos ofrecen, pero de vez en cuando extrañamos nuestra comida. En la gastronomía, además de ser uno de los signos representativos de una comunidad y hasta del orgullo nacional, también encontramos otra característica propia de todo componente social: la unidad en la diferenciación, de manera que cada plato conserva su esencia, su modo primigenio, pero su preparación y sus ingredientes pueden variar de una a otra región o de un país a otro. A veces, la variedad se da en la designación y un mismo plato es conocido con diversos nombres y termina siendo el resultado de una mezcla cultural que conjuga elementos relacionados con la naturaleza de los ingredientes (animal, vegetal, mineral), con la imaginación y hasta con el sistema lingüístico y sus variedades regionales. En Hispanoamérica, por ejemplo, en líneas generales, la gastronomía conjuga elementos europeos provenientes de España, Italia, Francia y Portugal con elementos africanos aportados por los esclavos y con elementos autóctonos procedentes de las etnias indígenas. En síntesis, podemos afirmar que histórica y geográficamente la gastronomía ha jugado un rol protagónico en las relaciones interculturales e internacionales.

En países, como Canadá, por ejemplo, que son polos de inmigración por ser política y económicamente estables, es frecuente la proliferación de restaurantes especializados en la preparación de comidas típicas de diferentes partes del mundo. También es frecuente que en este tipo de restaurantes se ofrezcan espectáculos musicales con artistas que se presentan como “típicos”, es decir, que son del mismo origen de la comida que ahí se vende. No son pocas las veces en que estos sitios terminan convertidos en pequeños rincones de la patria grande donde, además de la comida, el canto y el baile, hay espacios para el reencuentro con los paisanos, con los amigos, con la alegría y con la saudade.

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