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PLUMA ‘E GARZA Y LOS OTROS SEIS – Edgar Colmenares del Valle

PLUMA ‘E GARZA Y LOS OTROS SEIS

Pluma ‘e Garza, el primero de estos siete textos, fue publicado en el libro De la parada al coleo escrito por Ruperto Hurtado Lozada1. Forma parte de mi libro Cuento la otra cuenta como quien cuenta cuentos y minicuentos, de próxima edición. En su libro, en la página 134, mi amigo Ruperto escribió:

En uno de esos trajinares por Barinas nos encontramos con el apreciadísimo Edgar Colmenares del Valle, quien nos regaló de su autoría una pieza inédita, llena de poesía y profundo sentir que sintetiza lo que es el caballo al llanero. Con raro e inusual dramatismo, pleno de identidad y alma, salido de muy adentro, donde solo se cobijan las más caras e íntimas propiedades, Édgar, en el aciago trance de su Pluma ‘e Garza, desnuda esa parte del hombre, del poeta, que poquísimas oportunidades tenemos los mortales de presenciar.

–––––

1De la parada al coleo. Mérida; Editorial Venezolana, 2007.

PLUMA ’E GARZA

Desde aquella tarde, cuando mi padre y yo vimos que Carabalito llegó a la quesera, con tu hatajo, comprendí por qué eres el mito del alma gemela y, además, comprendí hasta dónde eres el lado mágico del hombre que se hace centauro y se va, entre sabana y cielo, con las tolvaneras del verano y los chubascos del invierno, en búsqueda del horizonte. Esa tarde, Pluma ‘e Garza, temprano todavía, él y yo torcíamos una soga. Íbamos y veníamos, punta en mano cada uno, desde las dos palmas, aquellas que están hacia el caño, hasta los menuítos donde sestean los becerros. Íbamos y veníamos. De pronto, con el presagio en los ojos y lo relancino en el brinco, lo oí decir: -¡Algo le pasó a mi caballo!, ese no es el bolsa que le quita su hatajo.

Ahí mismo ensillamos y salimos a buscarte. Él, al pasar frente al hatajo, revisó a las yeguas y a los potros y se dio cuenta de que estaban completos y sin un rasguño. Intactos. –Malo, malo, comentó. Carabalito no está mordido ni sudado. Y apuró el paso, ya con angustia y quebranto. Y nos fuimos por el rastro que había dejado tu hatajo siguiendo al nuevo padrote que, a lo lejos, ahora detrás de nosotros, hociqueaba y forreaba con su porte de negro frontino tan noble y tan gallardo como el tuyo, Pluma ‘e Garza. Pasamos por debajo de los almendrones aquellos donde una noche coroteamos y matamos la tigra que le comió el becerro a Grano de Oro y a Payaso. Ahí, nos apartamos y él se fue por la derecha y entre un barotal encontró al tigre. Muerto. Y me pegó un grito. Más allá, estabas tú, echado y acezando. Esperándolo para que viera tu cabeza erguida en medio de aquel charco de sangre y, seguramente, para que viera tus cascos de acero deshilachados de tanto golpear la cabeza del tigre. Y como pudo, en absoluto silencio, te paró. Él solito. No quiso que lo ayudara. Y te llevó hasta el barotal. Y ya frente al tigre, te puso el balde de agua que me había mandado a buscar. Ahí, oyendo tu último relincho y viendo el agua ensangrentada saliéndote por las costillas, lo vi llorar tallando tu crin, tu recio mechón frontal y tu pelo de seda blanca, salpicado ahora de sangre y lleno de orgullo más allá de la muerte.

LOS OTROS SEIS

Del libro2 cuya portada ilustra esta página, he extraído estos seis textos para que me acompañen a Pluma ‘e Garza en ese profundo sentir que sintetiza lo que es el caballo al llanero. De ellos, dichos por una voz que sigue el curso del río bajo las estrellas, según Alberto Hernández , queda en el oído el sonido de los cascos, el rumor de la brisa, el cruce de la corriente a caballo en medio de la violencia de un toro.

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bestia en mano

llegué

al morichal

y le quité el freno

la silla

y los otros aperos

hasta dejarle sólo la falseta

con que mi padre

en una mañana de trinos

y aires azules

lo puso en mi sentimiento.

Ambos bebimos

de aquella agua dormida

y de cielo oculto en el fondo

y ya satisfecha la sed y aliviada la travesía,

mientras el agua caía de la totuma

al castaño brioso de su cuerpo

lo fui tallando

desde el mechón de la frente hasta la cruz

y desde la cruz hasta la cola.

Falseta en mano

y silla y aperos al hombro,

jamás miré hacia atrás.

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debajo de sus piernas

sentía

cómo el viejo ruano ponchecrema

ya a golpe del atardecer

abreviaba

al pasitrote

el tintín de las charnelas

en camino

hacia aquella palma solitaria

donde un viernes santo

de luna, estrellas y cantos de alcaravanes asustados

se topó con un corazón desnudo

y con el preludio de su propio destino

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las patas baquianas y sedientas de lejanía

y las riendas abiertas a la sabana

se acercaban

paso a paso

al préstamo emborado

que dejaba ver

al centro

el agua cenital devoradora de cielo y de aves

que en ella fueron haciéndose nombres

e imágenes coloreadas

a medida que en ambos

trago a trago

se iba extinguiendo

el palpitar de la sed

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jadeante y bañado de sudor indivisible

con el furor dionisíaco

propio de su estirpe

y con los ijares a punto de saltar

siguiendo la línea de la coraza

se plantó dibujándonos su figura apolínea

sobre sus patas de bronce

en medio del pajonal pisoteado por las reses

como repitiendo de memoria una lección ancestral

venida también de claustros celestes

para que desprendieran de su cola

la soga

en cuyo extremo gemían

vencidas y convulsionadas

veinte arrobas de furia araguata

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a ritmo de trueno cercano y nubes frágiles

veníamos rumbo a la manga

donde hombres y canoas nos esperaban

para tirarnos lote a lote hasta la orilla de enfrente

cuando de pronto se nos rechazó

un toro negro careto

que en su intento de fuga impar

se llevó en el cacho izquierdo

las proezas de mi rucio mosca colorada

en el instante en que desde el cielo

el aire

comenzó a dispersar cristales color de acero

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tres veces

en esa media mañana de libélulas y mariposas errantes

lo vi subirse

sobre aquella llamarada de crines albas y carnes briosas

que apenas lo sentía sobre sus lomos

corcoveaba inclemente

franco y por derecho

 a lo largo de la orilla del río

hasta que ambos rodaron barranco abajo

y en la caída

el viento y el agua extinguieron el fuego

que para siempre se convirtió en leyenda

en la memoria de un viejo amansador

ausente desde ese día

de la huella de los caminos

2Textos 50 Guion 70. Caracas: Academia Venezolana de la Lengua, 2012; 97 p.

Édgar Colmenares del Valle

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